Absurdo Plan: Capítulo 4
Capítulo 4:
Veintiséis
horas después de pronunciar el «Sí, quiero», la prensa descubrió a Lali y a Peter
desembarcando de su jet privado. Gracias a Dios, Lali había tenido la
precaución de llevarse unos lentes de sol bien grandes tras los que pudo
ocultar el estrés, que ya era evidente en sus ojos. Los periodistas no habían
cambiado desde la detención de su padre. Les bloquearon el paso, tomaron
fotografías de los dos y les hicieron todo tipo de preguntas.
Peter
la guió al exterior del aeropuerto con un brazo posesivo alrededor de su
cintura. Con un poco de suerte, antes de que llegara el fin de semana muchos ya
se habrían bajado del carro, llevándose los focos a otra parte. De no ser así,
tendría que enfrentarse a la prensa ella sola.
Peter
dijo unas palabras, más bien pocas, mientras avanzaban. Cosas como «el amor de
mi vida» y «me hizo perder la cabeza». Parecía tan sincero. Si no estuviera al
tanto del plan, Lali le habría creído sin pensarlo dos veces. En una ocasión, Peter
acercó los labios a su oreja y le susurró: «Será peor en Europa, así que saca a
la esnob que llevas dentro y sonríe».
Sin
dejar de sonreír, Lali se apoyó en él para subirse al asiento trasero del auto
que los esperaba. La instantánea del momento apareció en los canales de
televisión más importantes y en tres revistas.
El
amigo de Peter, Agustín, resultó ser toda una sorpresa. Con su pelo casi rubio
y su apariencia de mujeriego era el extremo opuesto a su marido. Siempre bien
vestido, era inteligente, práctico y tenía un gran sentido del humor. Le dio a Lali
su número y la animó a que lo usara si necesitaba cualquier cosa mientras Peter
estuviera fuera de la ciudad.
Tal
y como habían quedado, Peter le entregó a Lali una copia de las llaves de su
casa, que estaba en uno de los barrios privados y cuyos paisajes eran
espectaculares. La casa era enorme: mil metros cuadrados en una propiedad de
cuatro hectáreas. El servicio incluía cocinera, asistenta y un equipo de
jardineros para cuidar de los jardines. Lucas, el chófer de Peter, se encargaba
del personal y vivía en la casa de invitados. Era tan corpulento que un equipo
completo de rugby se sentiría intimidado a su lado. Peter le contó que a veces también
hacía de guardaespaldas.
Tras
desearle un buen viaje a su esposo, Lali regresó a su casa de alquiler sumida
en sus pensamientos. El proceso de búsqueda de una esposa y su ejecución habían
sido movimientos muy inteligentes por parte de Peter. Ni siquiera una mujer
fuerte como ella podía evitar voltearse a mirar cuando una fortuna como la suya
pasaba junto a ella.
—No
quiero ni saber cuánto cuestas —murmuró, admirando el anillo que brillaba en su
dedo y haciéndolo girar. Tendría que devolverlo en cincuenta y cuatro semanas,
pero hasta entonces disfrutaría de él.
La
voz de Candela gritó un «Sin comentarios» y luego se oyó un portazo.
—¡Dios
mío! ¿Cuánto tiempo vamos a tener que aguantar esto? —Candela, más amiga que
empleada, lanzó su cartera sobre la mesa.
—Se
irán en un par de días.
—Pareces
muy segura.
—Lo
he vivido antes. El divorcio atraerá todavía a más a los periodistas.
Candela
tiró un periódico en el cual aparecían los rostros sonrientes de Lali y Peter
en la portada.
—Son
muy convincentes.
Lali
sonrió. Se moría de ganas de que la prensa desapareciera, pero al mismo tiempo
le gustaban las fotografías que les habían hecho. Al fin y al cabo, eran las
únicas fotos que tenía de su boda.
—No
hacemos mala pareja.
—¿Mala
pareja? Si parecen felices como dos tortolitos.
—¿Las
tórtolas tienen cara de felicidad? —se burló Lali.
—No
tengo ni idea. Qué pena no haberlo conocido cuando te trajo a casa. —Candela se
desplomó en el sillón y apoyó sus largas piernas en la mesita.
—En
realidad, él no me trajo. Fue su chófer.
—¿Su
chófer? —Candela tenía unos increíbles ojos color chocolate, unos ojos que se
abrieron como platos al preguntar.
—Es
rico. ¿Por qué manejar tú cuando puedes pagarle a alguien para que lo haga? —Lali
se rió y puso los ojos en blanco, esbozando su mejor mueca.
—Vaya,
vaya, perdone usted. —Pero su amiga se estaba riendo.
El
teléfono de la empresa sonó y Candela saltó del sillón para atenderlo.
—Alliance.
Lali
escuchaba mientras su amiga prestaba atención a la persona que le hablaba desde
el otro lado de la línea. Lo cierto era que no se veían tan mal el uno junto al
otro, a pesar de que él le sacaba más de una cabeza.
—Sin
comentarios —dijo Candela—. No, no somos un servicio de señoritas de
compañía... Le repito que no vamos a comentar nada al respecto. —Y con un
suspiro de frustración, colgó el teléfono.
—Debería
habérmelo imaginado. —La prensa estaría dispuesta a llevar su negocio a la
quiebra si con ello conseguía beneficios.
—Tal
vez podríamos redactar un comunicado oficial.
—Buena
idea. Escribiré un primer borrador y se lo mandaré a Peter.
El
teléfono sonó de nuevo; otro periodista en busca de respuestas. Media hora más
tarde, Lali y Candela ya se habían dado por vencidas y habían desconectado el
teléfono de la empresa. Con un poco de suerte, pronto la noticia empezaría a
perder fuerza. La publicidad podría atraer a nuevos clientes, siempre y cuando Lali
fuera capaz de mantener el anonimato, algo que no sucedería mientras los
periodistas estuvieran instalados frente a la puerta de su casa. Por el
momento, no le quedaba más remedio que posponer la búsqueda de nuevos clientes.
—Esto
es una locura —exclamó Candela mientras cerraba las cortinas de la salita de
estar. Un grupo de periodistas había acampado en la calle y se las ingeniaba
para filtrar los objetivos de las cámaras cada vez que una de ellas abría las
cortinas.
—Prepararé
algo para comer. No te importa quedarte esta noche, ¿no, Can? —Candela se había
quedado en la habitación libre de la casa hasta que, seis meses atrás, se había
ido a vivir con su actual novio.
—¿Esa
es tu forma de pedirme que me quede?
—Sí,
por favor. No quiero estar sola con esa gente en la calle. De todas maneras, te
seguirían hasta tu casa —dijo Lali.
—Está
bien, pero yo escojo la peli. Dime que tienes vino.
—¿Alguna
vez te he defraudado?
Lali
apagó las luces de la entrada y puso el cerrojo de la puerta principal. Se acomodaron,
con pantalones sueltos y polos, frente al televisor con unas porciones de pizza
barata y una buena botella de Merlot.
—Tengo
la sensación de que ya no haremos esto tan seguido —dijo Candela entre bocado y
bocado.
—¿Por
qué dices eso? —Lali estaba escribiendo algunas notas en una libreta,
intentando darle forma al comunicado de prensa.
—Ahora
eres una mujer casada.
—¿Y?
Ambas
sabían que solo era de la puerta para afuera. En aquel preciso instante, Peter
estaría durmiendo plácidamente en la cama de su avión privado y ninguno de sus
pensamientos sería para ella.
—Estás
casada con un duque, Lali. ¿Tienes idea de lo importante que es eso?
—Es
solo un título, como «señor» o «doctor», solo que Peter no tuvo que trabajar
para conseguirlo.
—Heredó
el título automáticamente de su padre cuando este murió, ¿no es así? —Candela
se había sentado con los pies debajo del trasero y había colocado un bol de pochoclos
en el sofá, entre las dos. Lali asintió—. ¿Pero necesitaba casarse para heredar
las propiedades?
—En
la mayoría de los casos, el título y las propiedades van juntas y las recibe el
primer hijo hombre del duque y la duquesa, pero el padre de Peter era un idiota
de primera. Dejó detallado en su testamento que las propiedades fueran
divididas, disueltas a todos los efectos, si Peter no sentaba cabeza antes de
cumplir treinta y seis años. Uno de sus primos recibiría una parte de las propiedades,
la madre y la hermana tendrían una pequeña asignación y el resto se destinaría
a causas benéficas.
—Qué
frialdad. ¿El padre no lo dejó todo arreglado para que su propia mujer pudiera
quedarse en la casa que ha sido su hogar durante tantos años?
—Supongo
que no.
Candela
se inclinó hacia delante.
—Qué
imbécil.
—Peter
dice que un título sin las propiedades asociadas es como un rey sin país. Lo de
la realeza me deja alucinada.
El
celular de Lali vibró y en la pantalla apareció el nombre de Peter. Una
descarga de emoción le recorrió la espalda.
—Hola.
—Quería
hablar contigo antes de que te fueras a la cama —dijo Peter. Parecía cansado y
el ruido de fondo no la dejaba escucharlo bien.
—Y
yo que pensaba que estarías a veinte mil pies. ¿Dónde estás?
—El
vuelo se retrasó, estoy en Nueva York. Salimos de aquí en menos de una hora.
El
día para ellos había empezado muy temprano y no parecía que fuese a terminar
pronto. Lali se sintió mal por él.
—Oye,
aquí los periodistas se han vueltos locos. He pensado que podríamos hacer
circular un comunicado de prensa. Para quitármelos de encima —sugirió Lali.
—¿Estás
bien? No te estarán acosando, ¿no? —preguntó Peter con una nota de preocupación
en la voz.
—No,
estoy...
—Me
gustaría que te quedaras en mi casa.
—Ya
hemos hablado de esto. Estoy bien aquí. —De fondo se oyó el sonido de un
megáfono anunciando vuelos—. ¿Qué te parece esto? «El señor y la señora Lanzani
les ruegan que respeten su privacidad mientras se ajustan a los rápidos cambios
que están experimentando sus vidas. Tanto su noviazgo como el posterior
matrimonio han sido una sorpresa para ellos, así como para el resto del mundo.
En estos momentos se está organizando una recepción para presentar a la pareja
y revelar los detalles de su matrimonio por amor.»
—¿Matrimonio
por amor?
Fue
lo único que Peter cuestionó.
—Eso
suena cursi. Ya pensaré en otra cosa.
Peter
se rió al otro lado.
—La
única otra cosa que tienes que cambiar son nuestros nombres.
—¿Qué?
—Sí
—respondió él con voz entrecortada—. Tiene que poner lord y lady Lanzani, duque
y duquesa de Albany. Escúchame, tengo que colgar. Te llamaré mañana en la
mañana. Llama a Agustín o a Lucas si necesitas algo.
La
línea quedó en silencio.
Un
pánico incontrolable cayó sobre ella como el telón de un teatro.
—Ay,
Dios mío...
—¿Qué?
—Candela dejó de meterse pochoclos en la boca a puñados y miró a Lali con los
ojos abiertos de par en par.
—Esto
me sobrepasa. —¡Duquesa! Era duquesa de verdad. El peso del título le había
bloqueado la capacidad para pensar con claridad.
—No
has usado las tarjetas de crédito.
Esas
fueron las primeras palabras que salieron de la boca de Peter tres días después.
Lali
estaba haciendo ejercicio por el río con un handsfree
con Bluetooth colgando de la oreja. La prensa había empezado a desaparecer de
la puerta de su casa, pero las llamadas no acababan. Finalmente había decidido
darle a Candela unas vacaciones más que merecidas y escapar de su casa tanto
como le fuera posible.
—Hola
a ti también. —Redujo la marcha para poder hablar cómodamente.
—Parece
que te falta el aliento. ¿Qué estás haciendo?
—Correr.
—¡Buenísimo!.
—Parecía sorprendido—. ¿Qué es ese ruido?
—El
viento. Estoy en el río. —Lali esquivó unas piedras y siguió su camino.
—¿Es
seguro? ¿Hay alguien contigo?
Ella
se rió.
—Sí,
es seguro, Sherlock, y no, no hay nadie conmigo. —Se burlaba de él, pero en el
fondo le gustaba que se preocupara por ella. Lali no recordaba la última vez
que alguien se hubiera preocupado porque ella anduviera sola por la calle—.
Seguro que no llamaste para saber los detalles de mi rutina de ejercicios. ¿Qué
pasa?
—Quería
estar seguro de que los impresos del pasaporte ya estuvieran listos.
—El
martes me pasé seis horas en la comisaría. Cambio de nombre, pasaporte, el paquete
completo. Les pedí que se apuraran, pero dicen que se demorará un mínimo de
diez días laborables.
Mientras
corría, el pelo se le pegaba a la cara, húmedo por la brisa y la niebla de la
mañana. Le encantaba aquella hora del día. Intentaba ir al río por lo menos una
vez a la semana para correr. Los días que no podía, salí a caminar por el
vecindario. Lo cierto era que la zona por la que corría cada vez era menos segura,
así que a veces prefería subirse al auto y buscar un recorrido más seguro o un
parque. ¿Cómo sería correr por la casa de Peter?
—Diez
días es demasiado. Haré un par de llamadas para que agilicen las cosas.
—Ya
les insistí yo y solo he conseguido que el proceso se reduzca de un mes a diez
días. Según dicen, no puede hacerse más rápido. —Respiraba entre jadeos, pero
aun así no se detuvo.
—Ya
me encargo —insistió Peter, y a Lali aquella actitud tan decidida le pareció
divertida.
—¿Acaso
alguien se atreve a decirle que no al gran y poderoso Juan Pedro Lanzani? —se
burló.
—Solo
tú. ¿Por qué no estás por ahí de compras? Te dije que gastaras lo que
quisieras. —Había algo que no lo hacía feliz, podía notarlo en su voz.
—Deja
que adivine. Has visto una foto de mí en las revistas con un pantalón viejo y
un polo—. Por un momento, Peter vaciló—. Es eso, ¿no? —Lali comenzó a reír y
tuvo que dejar de correr para recuperar el aliento—. Por favor, Peter, tranquilízate.
—Ándate
de compras, Lali. A la recepción asistirán altos funcionarios y varias familias
muy influyentes. Iremos al teatro, a ver partidos de polo... Lo que te provoque.
—¿Mis
jeans rotos no sirven? —preguntó ella, a punto de llorar de la risa.
—Hasta
yo vi Pretty Woman. ¡Ándate de
compras!
La
idea de Peter viendo una comedia romántica solo sirvió para intensificar su
risa.
—Espero
que la mujer valiera la pena.
—¿Qué
mujer?
—La
que te obligó a ver Pretty Woman.
Peter
se rió y el sonido de su voz llenó la cabeza de Lali de imágenes de su hermoso
rostro y de aquellos ojos que ya había empezado a extrañar.
—Fue
mi hermana.
—Eso
lo explica todo.
—Ganó
una apuesta. Tenía que llevarla al cine o perder su respeto. —De pronto, la voz
de Peter parecía más relajada y la conversación siguió su curso. Siempre
sucedía así tras unos minutos al teléfono con ella, hasta el punto de que Lali
esperaba sus llamadas diarias con ilusión—. ¿Dejaste de correr? —preguntó Peter.
Lali
observó a su alrededor y apoyó una mano en la cadera.
—Sí
—respondió entre jadeos.
Peter
gruñó.
—¿Qué
pasa?
—¿Quieres
que sea sincero?
—Siempre.
—Se volteó cara al viento y concentró todos sus esfuerzos en respirar más
despacio.
—Entre
la respiración acelerada y esa voz que tienes, me está costando demasiado
quedarme quieto.
Lali
se mordió el labio inferior, mientras el corazón le daba un vuelco dentro del
pecho.
—Bueno,
entonces será mejor que no te cuento lo que tengo puesto o mi pinta para no
arruinarte la fantasía.
Él
soltó una carcajada.
—Estoy
seguro de que los periodistas andan por ahí y que mañana por la mañana tendré
una foto de ti sobre la mesa.
Lali
miró a su alrededor pero no vio a nadie con una cámara.
—De
repente.
—Antes
de dejarte, otra cosa: llamé a tu casa pero la línea estaba fuera de servicio.
—Se
oía un ruido de fondo. En un rato irán unos técnicos a arreglarla. Contraté a
un servicio de reconocimiento de llamada para controlar cuándo se trata de
prensa. —Lali dio media vuelta y retomó la carrera de regreso al auto.
—Un
plan muy inteligente. Mañana te llamo.
—Ah,
y Peter... —añadió ella, solo por diversión y con una sonrisa en los labios.
—Dime.
Bajó
el tono de voz todavía más de lo normal y respiró con fuerza contra el
auricular.
—Tengo
mucho calor y estoy sudada.
—Grrrr.
—El gruñido de Peter hizo vibrar en el audífono que llevaba en la oreja.
Después
de colgar, Lali se preguntó si hacía bien al coquetear con su marido. La
sonrisa que le iluminaba la cara amenazaba con dejarle unos hoyuelos grabados
para siempre en las mejillas, así que decidió olvidarse de cualquier
preocupación y disfrutar de que por fin un hombre se interesara por ella como
mujer.
A
pesar de que ese hombre fuera su esposo.
La
prensa se había rendido, pensó Lali mientras subía las escaleras que llevaban a
su casa. No quedaba ni uno solo de los acosadores que, cámara en mano, se
escondían entre los árboles o la enfocaban con el zoom desde alguna esquina.
Entró en casa, tiró las llaves sobre la mesa de la entrada y se dirigió hacia
las escaleras.
Cuando
sonó el timbre, se dio la vuelta y abrió la puerta por impulso. A medio
movimiento, se dio cuenta de que seguramente estaba provocando una fotografía
no deseada, una fotografía que haría que al día siguiente Peter se jalara de
los pelos.
Pero
la persona que esperaba tras la puerta no era un periodista ni un fotógrafo en
busca de una nota fácil.
Peor
que eso.
María.
La
mujer que la miraba fijamente era todo lo que Lali no era. Tenía el pelo rubio,
los pómulos muy marcados y los ojos de un marrón intenso. Un par de piernas
largas y delgadas asomaban bajo la falda, una pieza de seda hecha a medida que
nunca había colgado de la percha de un centro comercial.
Bueno,
al menos Peter tenía buen gusto con las mujeres, eso era innegable.
—Ya
sabes quién soy.
María
del Cerro no parecía la típica amante despechada capaz de presentarse sin
avisar, o al menos así lo había creído Lali. Desde la distancia quizás, pero
para tocar la puerta se necesitaban agallas. Ella habría apostado por Lucía,
que era una mujer mucho más escandalosa.
Pero
se equivocaba.
—Y
tú sabes quién soy yo.
María
miró a Lali de arriba abajo y una sonrisa le rozó las comisuras de los labios. María
estaba vestida de diseñador mientras que ella estaba hecha un estropajo. Una
vez, cuando Lali era más joven, antes de la caída de su padre, una amiga le
había dado un consejo. Le dijo: «No te metas en batallas sin tener un arsenal
completo». Por aquel entonces, Lali y una de sus enemigas del colegio estaban
intentando captar la atención del mismo chico. Desde aquel día, nunca salía de
su casa sin maquillar o sin una etiqueta de marca colgando de la espalda.
Lali
bajó la mirada, vio el short de algodón que tenía puesto y el top con la frase
«Los corredores mantenemos el ritmo» y no pudo reprimir una mueca.
—¿Me
vas a invitar a entrar?
Ni
en un millón de años.
—No
veo para qué.
María
dio un paso al frente y entró de todas formas. Lali consideró la opción de frenarla,
pero para ello habría tenido que retenerla físicamente. Una imagen así en la tapa
de las revistas no era precisamente lo que Peter y ella necesitaban.
Lali
cerró la puerta y le bloqueó el paso para que no avanzara.
—Hasta
aquí es más que suficiente.
—No
tardaré mucho. —María miró a su alrededor. A pesar de la situación, aquella
mujer era capaz de mantener un fuerte control sobre la ira que se desprendía de
su voz—. ¿Qué puede haber visto Peter en ti?
Lali
se cruzó de brazos.
—¿Siempre
llevas las garras puestas? ¿O te las quitas por la noche?
—Muy
viva. ¿Sabías que se acostó conmigo hace no más de dos semanas?
A
Lali se le ocurrieron un montón de respuestas, pero consiguió controlarse.
—Peter
y yo nunca hemos querido hacerle daño a nadie. —Lali concentró todas sus
fuerzas en evitar la imagen de Peter y María bailando un tango desnudos sobre
la cama.
—Peter
siempre hace daño a todo el mundo... antes o después. Lo descubrirás pronto.
—Creo
que deberías irte. —Lali se moría de ganas de dejar de ser educada. Aquella no
era una mujer enamorada, era una serpiente preparándose para atacar.
—¿Sabe
lo de tu padre? ¿Lo de la sórdida familia que has escondido en el pasado?
Lali
apretó los dientes y hundió las uñas en la carne de sus brazos.
—Peter
lo sabe todo.
Por
la fría y calculadora mirada de María, era evidente que sabía algo.
—¿Todo?
¿Estás segura de eso?
No
tenía nada que esconder... Bueno, casi nada. Lali había enterrado sus pecados a
tanta profundidad que ni siquiera sus contactos serían capaces de encontrarlos.
—Hablas
como una mujer desesperada, María, y debo decirte que no te favorece.
La
sonrisa de la otra mujer se desvaneció.
—No
hay nada en mí que se parezca a la desesperación. Tú, en cambio, eres la viva
imagen.
—Ding,
ding. Fin del asalto. —Lali abrió la puerta de par en par, sin importarle quién
tomara la foto—. Muévete o te pateo los Sarkany con mis zapatillas.
El
corazón le iba a mil, tanto que le provocaba darle una buena patada.
—Ten
cuidado, no sabes con quién estás tratando.
Lali
se acercó a ella tanto como pudo sin llegar a tocarla.
—No,
tú no tienes ni idea de lo qué soy capaz. Y pensar que cuando Peter me habló de
lo de ustedes, sentí pena por ti. Qué pérdida de tiempo. No sé en qué estaría
pensando Peter.
Los
ojos de María destilaban veneno. Sin mediar palabra, dio media vuelta, se puso los
lentes de sol y salió disparada hacia su auto rojo que la esperaba estacionado
en la calle.
Lali
no estaba dispuesta a aceptar cuánto le había afectado aquella conversación,
así que, en lugar de dar un portazo, cerró la puerta detrás de ella y se apoyó
en el marco. Cuando la violencia del encuentro se filtró en su torrente
sanguíneo, las manos empezaron a temblarle descontroladamente.
Oyó
el sonido de las piedras bajo las ruedas de un auto.
—Muy
bonito.
Se
alejó de la puerta y fue a buscar el bolso. No tenía ganas de hablar, así que agarró
el celular, escribió un mensaje y se lo mandó a Peter.
«¿Gano
algo si tengo razón?», le preguntó a su marido.
Mientras
esperaba una respuesta, cerró la puerta con llave, subió las escaleras y se
dirigió hacia la ducha.
El
celular vibró justo en el momento en que pisaba el último escalón.
«¿Razón
en qué?»
«Acabo
de conocer a la víbora rubia. No sé qué pudiste ver en ella además de lo
obvio.» Y puesto que no estaba segura de poder hablar, añadió: «Me meto a la
ducha, hablamos después».
Lali
tiró el teléfono encima de la cama y se dirigió al baño. Poco a poco, empezaba
a recuperar la compostura. Observó su imagen reflejada en el espejo del tocador.
La niebla de primera hora de la mañana había causado estragos en su pelo y
encima todavía tenía las mejillas coloradas.
—Qué
desastre.
Oyó
el sonido del teléfono en el dormitorio pero lo ignoró. Luego se quitó el polo
y lo metió en la canasta de la ropa sucia. Las palabras de su amiga de colegio
resonaban en su cabeza: «Arsenal completo».
—¿Sabes
qué, Peter? Creo que te haré caso con lo de la tarjeta de crédito.
Con
mujeres como María presentándose en la puerta de su casa, lo mínimo que podía
hacer era vestirse adecuadamente para la batalla. Había nacido en una familia
pudiente y conocía las reglas del juego, solo que había escogido no participar.
Hasta
ahora.
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