Absurdo Plan: Capítulo 3
Capítulo 3:
El avión
alcanzó la altura crucero y el piloto les comunicó que podían desabrocharse los
cinturones de seguridad durante los cuarenta y cinco minutos que duraría el
vuelo hasta Punta del Este. Lali apenas había abierto la boca desde que habían
embarcado.
Después
de que Lali accediera a ser su esposa durante un año, Peter había planeado un
viaje relámpago que incluía una breve visita a una capilla. Estaba convencido
de que una boda romántica en Punta del Este resultaría mucho más creíble ante
los abogados de Parker y Parker que un viaje al juzgado.
Peter
se desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó del asiento del jet privado
para tomar una botella de champagne. Cuando miró a su prometida, se dio cuenta
de que Lali no dejaba de tocarse las manos. Qué curioso, pensó, él podía
perderlo todo y, sin embargo, era ella la que no podía estar tranquila.
—Toma,
puede que esto te ayude. —Le dio una copa de champagne y se sentó frente a ella
en uno de los amplios asientes del avión.
—¿Tan
obvio es?
—Los
nudillos blancos te delatan.
Lali
se bebió la mitad de la copa de un trago.
—Nunca
he querido ser actriz.
—Bueno,
seguro que muchas empresas estarían dispuestas a contratarte como dobladora por
un dineral.
Ella
se encogió de hombros.
—Si
me dieran un centavo por cada vez que he oído eso...
Peter
estaba seguro de que era así.
—Tienes
una voz increíble.
Lali
alejó la mirada y sus mejillas empezaron a teñirse de un ligero color rosado.
—Creo
que esto del matrimonio funcionará mejor si no encontramos nada increíble en el
otro. No es nada personal.
—Seguramente
tienes razón, pero recuerda que hemos acordado ser sinceros el uno con el otro.
Y tienes la voz más sensual que he escuchado en toda mi vida.
Valía
la pena enseñar las cartas solo para ver cómo se removía incómoda ante el
cumplido. A esas alturas ya estaba colorada como un tomate, lo cual era
adorable. Sin darse cuenta, Lali ya había vaciado la copa de champagne por
segunda vez.
—No
sé si darte las gracias o pedirte que seas menos superficial.
—¡Auch!.
—Eres
tú quien pedía sinceridad.
Peter
la observó mientras se quitaba los tacos con los pies y escondía las piernas
bajo el asiento. Sus dedos empezaban a recuperar el color. No sabía muy bien
cómo tomárselo, pero era evidente que atacarlo la ayudaba a sentirse más
cómoda.
—La
única persona que se atreve a llamarme superficial es Agustín.
—¿Tu
mejor amigo?
—Mi
único amigo de verdad.
—¿En
serio? Pensaba que alguien con tu fortuna tendría un séquito de amigos.
—El
dinero atrae a la gente, no a los amigos —respondió él.
—Amén
a eso. Supongo que Agustín sabe lo nuestro. Lo del acuerdo, quiero decir.
—Lo
sabe.
—¿Y
tus amigas? ¿También lo saben?
Ahora
le tocaba a él sentirse incómodo. Aunque su matrimonio iba a ser una farsa, se
le hacía raro hablar de sus amantes con la que dentro de poco se convertiría en
su esposa.
—Contárselo
a mis amigas, como tú las llamas, sería como llamar a la Inquisición y
concederle una entrevista a doble cara. —Peter se terminó su champagne y se
levantó para rellenar de nuevo las copas.
—¿No
confías en ellas?
—Para
esto no.
—¿Cómo
hacen los hombres?
—¿Qué
hacemos?
—Acostarse
con mujeres en las que no confían. —Lali le dio las gracias por el champagne y
esta vez empezó a beber de su copa tomando pequeños sorbos.
—Se
llama atracción.
—Se
llama lujuria —lo corrigió ella, riéndose.
—Eso
también.
Peter
empezaba a sentir una agradable sensación de calidez por dentro. ¿Cuándo había
hablado por última vez con una mujer sobre las motivaciones masculinas? Nunca.
Y, para su sorpresa, le gustaba hacerlo.
—Entonces,
¿qué les has dicho a tus...? ¿Cómo llamas a las mujeres con las que te
relacionas? ¿Amantes?
Amante
sonaba demasiado personal.
—Todavía
no les he dicho nada.
Lali
arqueó las cejas, perfectamente depiladas.
—Lo
que daría por ver una de esas conversaciones por un agujerito. «Ah, linda, por
cierto, me casé el fin de semana pasado» —se burló, incapaz de contener la
risa.
—No
creo que se lo diga así. —No sabía muy bien cómo darles la noticia y, para ser
sincero, tampoco es que hubiera pensado mucho en ello.
—Eres
consciente de que te arriesgas a perderlas a ambas, ¿no?
—¿Cómo
sabes que son dos? —Peter sacudió lentamente la cabeza y levantó una mano para
detenerla—. Da igual. No recordaba tu trabajo intensivo de investigación. No
tienes que preocuparte por ellas. Ni siquiera las vas a conocer.
Lali
se llevó una mano al pecho y sonrió.
—Superficial
y un poquito iluso.
Dios,
ya estaba otra vez atacándolo.
—¿Perdón?
—Si
tú y yo estuviéramos saliendo y de repente tú te casaras con otra, me las
ingeniaría como fuera para conocer a esa mujer a cuya altura, a juzgar por tus
acciones, parece que yo no estoy. Y que conste que me odiaría a mí misma por
hacerlo. Las mujeres son criaturas emocionales, señor Lan... Peter. Por mucho
que intentara deshacerme de esa peculiaridad de mi género, lo más probable es
que no fuera capaz de controlar mis impulsos. Dudo bastante que María y Luciana...
—Lucía
—la corrigió Peter.
—Perdón,
María y Lucía sean diferentes. ¿A cuál de las dos es más probable que le rompas
el corazón?
Lo
de la sinceridad estaba yendo demasiado lejos. Aunque aquella especie de
recorrido por su vida personal sirviese para aliviar los nervios de su
prometida, Peter no se sentía cómodo. Lali había subido los pies al asiento y
se mostraba relajada por primera vez desde que se conocían. Su sonrisa no
parecía forzada y sus ojos desprendían un brillo de picardía. Le hubiese
gustado llevarla a ese estado de ánimo sin tener que hablar de las que hasta
entonces habían sido sus amantes, porque ya no lo eran. Pensó por un momento en
qué le dirían María y Lucía cuando supieran lo de su boda. María seguramente le
daría un cachetazo y se alejaría indignada. Lucía no sería tan dramática, pero
era demasiado arriesgado prolongar una relación con ella.
—Las
dos saben de la existencia de la otra.
—Pero
¿cuál de las dos quiere más?
—No
puedo creer que mi futura esposa me esté preguntando esto.
—¿Cuál,
Peter?
Lali
no se daba por vencida.
—María.
Aunque dudo que quisiera verte cara a cara. Además, vive en Londres y solo
viene a Buenos Aires de vez en cuando.
—Sí,
y Lucía vive entre Buenos Aires y España.
De
repente la voz del piloto anunció por los altavoces del avión que se acercaban
al aeropuerto de Punta del Este.
—Veo
que has hecho la tarea. —Peter volvió a su asiento, al lado de Lali.
—Siempre
—dijo ella, y parecía orgullosa de sí misma.
—¿Me
avisarás si alguna de las dos se presenta en tu casa?
Lali
bajó los pies al suelo y se puso el cinturón de seguridad.
—Serás
el primero en saberlo.
El
jet inició el descenso y Lali desvió la mirada hacia la ventana. Entre el champagne
y la conversación, ya no parecía una novia a la fuga. Peter le agarró la mano y
sintió que se sobresaltaba.
—Deberías
intentar controlar esas reacciones —le sugirió.
Lali
clavó los ojos en sus dos manos entrelazadas y respiró profundamente.
—Lo
intento.
Peter
no retiró la mano y decidió repetir el ejercicio con frecuencia. ¿Se había
sobresaltado porque le molestaba que la tocara o porque le gustaba? Quizás le
gustaba y eso le molestaba. Pues tendría que acostumbrarse.
Mientras
el avión descendía sobre la pista de aterrizaje y las ruedas derrapaban sobre
el asfalto, Peter observó las distintas emociones que se iban alternando en el
rostro de Lali. La sonrisa que hacía apenas unos minutos iluminaba sus labios,
rosados y generosos, se había convertido en una línea recta. Con cualquier otra
mujer, Peter se habría acercado a ella y le habría hecho olvidar las
preocupaciones con un beso. ¿A qué sabrían sus labios? Dulces como el champagne,
pensó. Imaginó aquella voz tan sensual susurrándole al oído, animándolo a no
detenerse en un simple beso, y algo despertó bajo su vientre. Desvió la mirada
y le apretó la mano con fuerza.
Cuando
el piloto anunció que ya podían desabrocharse los cinturones, Peter se giró
hacia Lali.
—¿Lista
para casarte?
Ella
movió la mano para poder entrelazar los dedos con los de Peter.
—Por
qué no. No tengo un plan mejor para hoy.
Peter
echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas.
Después
de un breve trayecto en limusina hasta el hotel más nuevo del lugar, Lali se paró
frente al altar de la pequeña capilla, sujetando la mano de su futuro marido.
Durante la ceremonia, ella le entregó la alianza que él mismo había preparado,
pero cuando Peter deslizó en su dedo un diamante enorme de cuatro quilates
rodeado de zafiros, Lali no pudo reprimir una exclamación de sorpresa.
—Para
mi duquesa —le dijo. Hasta el cura abrió la boca al ver el anillo.
En
algún momento entre la limusina y el intercambio de alianzas, Lali cayó en la
cuenta de que lo más probable era que, al final de la ceremonia, Peter la
besara. ¿Por qué no iba a hacerlo? Los abogados podían interrogar al cura y a
los testigos, por lo que a Peter le interesaba que creyeran que estaban
perdidamente enamorados y que se habían fugado. De manera que, en lugar de
pensar en sus votos matrimoniales, unos votos que ninguno de los dos tenía
intención de mantener, Lali no podía quitarse el beso de la cabeza.
En
la capilla empezaba a hacer calor y a Lali le sudaban las manos. Repitió sus
votos y escuchó como Peter prometía renunciar a cualquier otra mujer.
—...
yo los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
Lali
tragó saliva.
Estaba
segura de que el suelo se abriría bajo sus pies en cualquier momento y se la
tragaría. Peter, sin embargo, era la personificación del autocontrol. Pasó un
brazo alrededor de su cintura y bajó la mirada hasta encontrarse con la suya.
Sus hermosos ojos verdes desprendían un brillo especial y en sus labios, tan
perfectos, se dibujaba el principio de una sonrisa.
Lali
se pasó la lengua por los labios e intentó sonreír, pero se le hizo un nudo en
el estómago en cuanto él empezó a acercarse. Peter utilizó la mano que tenía
libre para sujetarle la mejilla y se detuvo un segundo, dubitativo, sobre sus
labios. Lali sintió la calidez de su aliento y dejó que su cuerpo se relajara.
Y
de pronto sus labios estaban allí, húmedos, firmes y absolutamente embriagadores.
Sintió una descarga eléctrica en el cerebro que se extendió por todo su cuerpo.
Aun con tacos, tuvo que ponerse en puntitas de pie para devolverle el beso. El
brazo de Peter la apretaba contra su cuerpo, sus pechos aplastaban el busto
firme del que ya era su marido. Lali abrió la boca sorprendida y sintió que la
lengua de Peter se deslizaba entre sus labios.
Fue
entonces cuando se olvidó del cura, de los testigos, y se dejó llevar por el
placer que Juan Pedro Lanzani despertaba en lo más profundo de su cuerpo.
Habían pasado siglos desde la última vez que la habían besado, y ninguno de
aquellos besos podía compararse ni remotamente. Quizás era porque estaba
conociendo una nueva faceta de él, o tal vez fuera el hombre en sí, quién sabe.
¿Y si todos los duques besaban como aquel?
Alguien
carraspeó y Lali y Peter se separaron. Una señal de confusión se había
instalado en los ojos de él. ¿Era posible que Peter hubiera sentido aquel beso
con la misma intensidad que ella? Lali pensó en las dos mujeres a las que su
marido tendría que dar explicaciones y decidió que era imposible que el beso le
hubiera afectado tanto como a ella. Peter, su marido, era un jugador nato. A
partir de ahora tendría que tenerlo siempre presente.
—Felicidades,
señor y señora Lanzani. Si son tan amables de seguirme para firmar un par de
papeles, podrán empezar su luna de miel enseguida. —El cura los llevó desde la
pequeña capilla hasta una oficina en la que Lali estampó su firma en el
certificado oficial junto a la de Peter.
Y,
sin más, se convirtió en una mujer casada.
Peter
no estaba seguro de cómo había imaginado su noche de bodas, pero lo que sucedió
la noche anterior no se le parecía en nada. A pesar de haber reservado una
suite nupcial en un lujoso hotel y casino, al final había terminado durmiendo
en el sillón, escuchando a su esposa dar vueltas por la habitación hasta que se
fue a dormir a eso de la una de la mañana.
El
recuerdo del beso aún le resultaba desconcertante. Había empezado como una
pantomima, una muestra de afecto en público que, en caso de ser necesario,
podría llegar a oídos de los abogados. Pero desde el momento en que Lali y él
habían abandonado la capilla, solo podía pensar en repetirlo. La forma en que
el rostro de Lali se había iluminado y su incapacidad para mirarlo a los ojos
eran pruebas irrefutables de que había sentido lo mismo que él. Mierda, no
debería desear a su mujer, una esposa de conveniencia, la persona que lo hacía
sonreír con frecuencia y por quien se cuestionaba su filosofía de donjuán y sus
pasatiempos superficiales.
Ella
misma le había aconsejado que controlara «sus instintos más básicos», o algo
parecido. Tenía que alejarse de la señora Lanzani y hacerlo cuanto antes, o
controlar sus instintos acabaría convirtiéndose en una tarea imposible.
Peter
guardó la manta y la almohada que había utilizado la noche anterior y esperó a
que la luz que entraba por las ventanas del dormitorio despertara a Lali. Ya
había enviado una nota a la oficina de Londres sobre su casamiento «relámpago»
con la mujer de la que se había enamorado «a primera vista». La noticia no
tardaría en extenderse. Lo más probable era que tuviera que presentar a su
esposa en sociedad al cabo de un par de semanas para convencer a todo el mundo
de que aquel matrimonio era sincero y real. Invertiría ese margen de tiempo en
mantener su libido bajo control. No le preocupaba lo que le pudiera pasar a su
corazón, pero si rompía el de Lali se arriesgaba a perderlo todo. Y ese era un
riesgo demasiado peligroso.
Un
suave golpe en la puerta lo alertó de que el servicio de habitaciones había
llegado. Peter abrió la puerta y le enseñó al joven uniformado que esperaba
tras ella donde dejar el carrito. El rico aroma del café despertó sus sentidos
y le hizo agua la boca. Mientras el joven le entregaba la cuenta, se abrió la
puerta del dormitorio y apareció la figura aún medio dormida de su esposa,
envuelta en una bata blanca.
—¿Huele
a café? —La voz de recién levantada de Lali le atravesó el cuerpo sin previo
aviso, arrancándole un gruñido. Incluso el chico del servicio olvidó lo que
estaba haciendo y se volteó para mirarla.
—Pedí
el desayuno.
—Qué
bien, me muero de hambre. —Lali atravesó la habitación descalza. Con cada paso,
una pequeña abertura en la bata dejaba al descubierto sus delicadas piernas.
Al
muchacho se le escurrió el platillo de la cuenta de entre las manos. Peter se
interpuso en su campo de visión para proteger la intimidad de Lali, y el chico,
colorado como un tomate, recogió la cuenta y se la entregó. Peter la firmó
rápidamente y lo acompañó hasta la puerta.
Antes
de darse la vuelta, Peter respiró profundamente y se enderezó, aunque sabía que
esta vez su palabrería habitual no le serviría para nada. En cuanto vio a Lali
levantando con una mano las campanas plateadas que cubrían los platos, mientras
con la otra se sujetaba el pelo todo alborotado, sintió que el vello de la nuca
se le ponía de punta. Aquella mujer era la viva imagen de la sensualidad.
Lali
cogió la jarra de café y llenó dos tazas.
—¿Cómo
te gusta?
Él
cerró los ojos y desechó las imágenes de cuerpos desnudos de su mente
pecaminosa.
—Solo.
Se
acercó a la mesa y ocupó una de las sillas. Lali le dio su taza en silencio y
luego se puso azúcar en el café. Cuando el primer trago rozó sus labios, se
apoyó en el respaldo de la silla y suspiró. Fue un sonido ronco, casi gutural,
que envió una segunda onda expansiva contra la piel de Peter. Tenía que
largarse de ahí cuanto antes o ya podía ir olvidándose de sus intenciones de no
acostarse con su esposa.
Ajena
al efecto que provocaba en él, Lali levantó las piernas y apoyó los pies en la
silla que tenía delante. La bata se abrió, revelando una nueva porción de
muslo.
Fue
como si el cuerpo de Peter se vengara de él. La erección alcanzó niveles
cercanos al dolor y tuvo que cambiar de posición sobre la silla para que Lali
no se diera cuenta.
—¿Cómo
dormiste? —le preguntó ella, sin molestarse en cubrir su piel.
—Bien
—mintió Peter, intentando con todas sus fuerzas alejar la mirada de sus
piernas.
—¿En
serio? Yo no paré de dar vueltas. Esto del matrimonio me preocupa más de lo que
pensaba.
¿Por
qué no contarle que él sentía lo mismo? Claro que entonces parecería que no
tenía la situación bajo control. Peter tenía que manejar las riendas de su vida
con pie de plomo, incluido su matrimonio.
—Seguro
que acabarás acostumbrándote, sobre todo cuando yo me vaya a Londres.
Lali
se inclinó hacia delante y cogió una tostada.
—¿Cuándo
te vas?
—Mañana.
—¿Mañana?
—repitió ella, aparentemente sorprendida.
—Te
llevaré de vuelta a Buenos Aires y te presentaré a Agustín y a mi equipo antes
de prepararlo todo para mi partida.
Lali
mordisqueó la tostada.
—¿No
parecerá sospechoso que te vayas tan pronto estando recién casado?
—Puede
ser que sí, así que tendremos que esforzarnos para que todo parezca normal.
Llamadas diarias, algo que demuestre que hablamos con frecuencia. Los abogados
de mi padre no tienen escrúpulos. Cuando iba a la universidad, contrataron a
varios detectives privados para que le informaran de mis fechorías.
—¿Hasta
ese extremo?
—Mi
padre les ofrecía sobornos, sobornos muy lucrativos, por cada problema que
descubrieran. Dudo que haya cambiado algo desde su muerte. —Por el momento, no
tenía intención de profundizar más en la historia de su familia, así que
preguntó—: ¿Tienes pasaporte?
—No
desde que la policía lo decomisó cuando tenía veinte años. No creo que tenga
problemas para sacarlo otra vez. De todas maneras, sería una buena excusa para
explicar por qué no voy contigo.
Lo
dijo sonriendo, por fin despierta gracias a la primera taza de café del día. Peter
estaba convencido de que Lali se había dado cuenta de la brusquedad con la que
había cambiado de tema, pero prefería guardarse las preguntas.
—Empezaré
con el trámite el lunes.
—Me
parece bien.
—Ayer
por la noche, mientras intentaba quedarme dormida, estuve pensando en si
debería llevar tu apellido o no. Muchas mujeres mantienen el suyo incluso
después de casadas. Así sería más fácil. —Se inclinó hacia delante y se sirvió un
poco de huevos revueltos.
A
Peter no le gustó como sonaba aquello. Tendría que preguntarle por sus motivos,
aunque más adelante.
—Si
nos hubiéramos casado por amor y no por conveniencia, ¿habrías querido llevar
mi apellido?
—Pero
no fue así.
—¿Pero
si lo hubiera sido?
Lali
bajó la mirada hasta el anillo de herencia familiar que Peter le había puesto
en el dedo el día anterior.
—Sí,
seguramente sí.
Peter
se terminó la taza de café con ánimo renovado tras haber conseguido la
respuesta que buscaba.
—Bueno,
entonces tendrás que cambiarte de apellido. No quiero que nadie se haga
preguntas innecesarias, sobre todo teniendo en cuenta que, para empezar, querrán
saber por qué vivimos la mayor parte del año en continentes diferentes.
Lali
quería discutir pero se conformó con un suspiro.
—Seguramente
tienes razón.
—Antes
de irme, abriré una cuenta a tu nombre y te daré las llaves de mi casa. —La
imagen de Lali paseándose por su dormitorio vestida únicamente con una bata
blanca le arrancó una sonrisa.
—No
es necesario.
—No
estoy de acuerdo —dijo él, mientras se servía un plato de huevos, salchichas y
tostadas—. No dejaré a mi esposa en la calle.
—Como
quieras, pero no lo voy a usar. No necesito tu dinero, ya no, ahora que te vas
a hacer cargo de Vanessa. Y tengo mi propia casa —respondió ella, mientras
masticaba la comida lentamente antes de tragársela.
—Todavía
te debo el veinte por ciento. Utiliza el dinero de la cuenta, Lali. Es lo que
haría mi esposa. Además, no quiero que la gente vaya diciendo que no te cuido.
Ella
dejó caer una mano sobre la mesa.
—No
arruinaré tu imagen, Peter.
—Sí
lo harás si vas por ahí manejando un auto viejo y escatimando en gastos
menores. No digo que te compres un yate, solo que no te vean en centros
comerciales. —Se imaginó a la prensa fotografiándola en un supermercado y no
pudo contener una mueca de disgusto.
—Eres
consciente de lo clasista que suena eso, ¿no?
—No
me importa. Mis novias compraban en tiendas de diseñadores, así que mi esposa
no puede ir vestida con ofertas. —Peter notó que Lali apretaba los dientes y se
preparó para una discusión.
—¿Pasa
algo malo con mi forma de vestir?
Por
Dios... Acababa de meterse en un campo de minas y sin chaleco de plomo.
—Yo
no he dicho eso.
—Sí,
sí que lo dijiste.
Peter
dejó el tenedor sobre la mesa.
—Sabes
que tengo razón en esto.
Lali
apretó los labios, pero no le llevó la contraria.
—Está
bien.
—Buenísimo.
—«Gané.» Dios, ¿alguna vez había discutido con una mujer porque ella se negara
a gastarse su dinero? Notó que se le escapaba una sonrisa.
—¿Qué
es tan divertido? —A Lali le brillaban los ojos de pura ira contenida; era una
visión maravillosa.
—Creo
que acabamos de tener nuestra primera pelea de casados.
Lali
se relajó y sus hombros se empezaron a contraer de la risa.
—Creo
que sí.
—Y
gané yo —especificó Peter.
Lali
lo miró con los ojos encendidos.
—No
esperes que se repita muy seguido.
No,
murmuró él. No era tan tonto como para creer que siempre se saldría con la
suya. Sin embargo, ganar aquel primer encontronazo había sido como la cereza de
la torta.
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ResponderEliminarSube mass!
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ResponderEliminarTE PUEDO PEDIR UNA COSITA?? PODRIAS DEDICARME EL PROXIMO CAPITULO DE NO MIRAR HACIA ATRAS? :D
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