martes, 2 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 2

Capítulo 2:

Peter acarició las fotos de las tres mujeres que Lali le había enviado. Todas eran perfectas: cultas, con estudios y preciosas. Entonces ¿por qué se habían apuntado a una agencia de citas para encontrar un marido temporal? Tenía que haber algún tipo de conexión entre ellas y la propia Casamentera, pero Peter no lograba descifrarla.
            Candidata número uno, Isabella... Sin apellido. Según el informe, era estudiante de derecho de segundo año y tenía las típicas deudas de estudios. Le encantaba el arte y dedicaba su tiempo libre a correr maratones. Peter volvió a mirar la fotografía. El parecido con Lucía era desconcertante. Lali había pensado en todo, hasta el punto que había incluido las medidas y el peso de la chica al final de la página. Debajo de la fotografía, Lali había escrito una nota explicando que las agencias de citas solían utilizar imágenes antiguas, retocadas con Photoshop, pero que Alliance actualizaba las suyas cada seis meses.

            Candidata número dos, Rita... De nuevo, sin apellido. Ayudante médica y preparándose para entrar en medicina. Le encantaba navegar y pasar temporadas en lugares exóticos. Había viajado por muchos países, pero los papeles de Lali no hablaban de cómo se lo había costeado.

            Candidata número tres, Lorena... Peter no se molestó en buscar el apellido. Sabía que no aparecería por ninguna parte. Lorena podría haberse dedicado al mundo de la moda. Sus ojos, de un azul increíble, y su hermoso pelo rubio eran suficientes para dejar sin respiración a cualquier hombre. Lorena no iba a la universidad y tampoco tenía préstamos de estudios pendientes. Dirigía una especie de casa reposo y hacía de mentora en un club para niños y niñas.

            Las tres eran perfectas. Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que ninguna de ellas encajaba?
            Se inclinó hacia delante y agarró el teléfono.

            —¿Y, Micaela? —preguntó cuando su asistente atendió al otro lado del teléfono.

            —Todavía tengo un par de llamadas sin respuesta, pero he encontrado algunos datos interesantes acerca de la señorita Espósito.

            —Genial, tráeme lo que tengas.

            Peter se acercó a la ventana de su oficina, que ocupaba toda una pared desde el suelo hasta el techo, y miró hacia abajo, a la ciudad que se extendía a sus pies. Llevar un negocio de transporte marítimo desde cuatro puntos distintos del mundo le daba ventaja sobre sus competidores. Había construido la empresa desde la nada a pesar de la oposición de su padre. Peter quería demostrarle que no necesitaba su dinero, ni su título, y esa misma valentía le servía de combustible para seguir adelante. Sin embargo, el apellido Lanzani le había abierto muchas puertas a lo largo de los años, y menospreciar el peso de su herencia no era algo que estuviese dispuesto a hacer, especialmente ahora que el viejo llevaba tiempo fallecido.

            Micaela tocó la puerta de la oficina antes de entrar. Peter se volteo y señaló con la cabeza hacia la mesa que se encontraba en una esquina de la habitación, donde podría revisar los documentos que su asistente llevaba en la mano.

            —Sentémonos ahí.
            Micaela se sentó y rápidamente esparció los papeles sobre la mesa para que Peter los revisara.

            —Mariana Espósito, veintisiete años, nacida en Buenos Aires, hija de Carlos y María José Espósito.
            Peter tomó asiento.

            —¿Por qué me suenan esos nombres?

            —Deberían sonarte. Carlos era un pez gordo de los medios hace ya bastantes años. Fue acusado de evasión de impuestos y malversación de fondos. Él y su familia vivían en una mansión de millones de dólares y tenían propiedades en Francia y Hawai.

            Peter lo recordaba. El gran hombre de negocios había canalizado todos sus fondos a través de una estafa piramidal. Firmaba pólizas de seguros para casas, terrenos, negocios y propiedades con víctimas que no sospechaban nada y a las que no tenía intención de pagar un solo centavo. Si la memoria no le fallaba, la policía no lograba atraparlo por corrupción pero se las ingeniaron para meterlo preso por evasión de impuestos. Sus cuentas y todas sus propiedades fueron embargadas y su familia al completo se destruyó.

            —María José, la esposa, no pudo soportar semejante caída en su estatus. Se tomó una caja de pastillas con whisky y nunca volvió a despertar.
            Micaela relataba los detalles de la vida familiar de Mariana Espósito como si se tratara de una novela mexicana.

            —Según la prensa, la hermana de Lali, Vanessa, intentó seguir el ejemplo de su madre sin éxito y terminó sufriendo daños cerebrales. Estoy esperando que me pasen los detalles de dónde está la chica ahora. Lali sobrevivió a la catástrofe, pero acabó recogiendo los trozos que quedaron de la familia. Dejó la universidad, donde estudiaba administración. Seguramente logró esconder una pequeña cantidad de dinero de la que el gobierno no sabía nada para pagarle un centro a su hermana. —Micaela tomó aire y entregó una lista de nombres a Peter.

            —¿Qué es esto?

            —Es gente con la que la señorita Espósito se relaciona. Crecer rodeada de gente adinerada y bien relacionada le proporcionó algunas amistades que han perdurado en el tiempo. Los adultos cortaron cualquier lazo que los uniera a los Espósito, pero los amigos de Lali no. Esta lista incluye a la hija de un intendente y a dos abogados en rápido ascenso. Todavía no estoy seguro de cómo averiguó cosas de tu pasado, pero tengo una llamada por hacer.

            Peter pasó las páginas y encontró una fotografía de la familia Espósito cuando aún eran felices. Iban a bordo de un yate. María José estaba flaca como un lápiz y sus hijas, ambas en traje de baño, posaban detrás de ella. Lali estaba con el pelo recogido en una cola, pero aun así el viento lo había empujado hacia su cara en el momento en que la fotografía había sido tomada. Vanessa, mucho más joven que Lali, tenía el pelo oscuro de su madre y un cuerpo minúsculo. Carlos, con al menos veinte kilos de sobrepeso, tenía una mano apoyada en el hombro de su mujer y sonreía a la cámara.

            Las fotografías eran engañosas. Recordó la imagen de un retrato familiar muy parecido al de Lali. El padre de Peter posaba de pie detrás de su mujer, con una mano sobre su hombro. Los nudillos de la madre se aferraban, blancos de la tensión, al brazo de la silla en la que descansaba. Aún se acordaba del día en que se había tomado aquella foto. Peter había peleado con su padre porque quería hacer unas prácticas de verano que lo ayudarían a mejorar sus posibilidades de entrar en una buena universidad. Juan se negaba a que Peter trabajara para nadie, y menos sin cobrar. Su padre creía que los estudios solo eran necesarios para presumir con los amigos. El trabajo, sin embargo, era una palabra de siete letras con la que ningún Lanzani tendría jamás relación alguna mientras él tuviera algo que decir al respecto.

            —Y yo que creía que mi familia era disfuncional —susurró Peter.

            —Creo que la señorita Espósito se lleva el premio.
            Peter sabía que aquel era un premio que no valía la pena ganar.

            —¿Dónde vive Lali?

            —Vive en una casa alquilada en Tarzana.

            —¿Comparte la casa con alguien?

            —Es difícil saberlo.

            —¿Novio? —preguntó, sin saber muy bien por qué.
            Micaela lo miró.

            —No lo he comprobado, pero lo haré. —Justo en ese preciso instante, el teléfono de Micaela sonó. Lo sacó y miró el número—. Es sobre la hermana —explicó antes de atender la llamada.

            Micaela habló mientras Peter estudiaba los nombres que aparecían en el papel que sujetaba entre las manos. Lali tenía muchos amigos. Se preguntó si alguno de ellos la ayudaba económicamente.
            Micaela silbó, con el teléfono todavía en la oreja, y llamó la atención de Peter.

            —De acuerdo, gracias —se despidió antes de finalizar la llamada.

            —¿De qué se trata?

            —Está claro que la señorita Espósito realmente necesita tenerte como cliente.

            —¿Sí? ¿Por qué?

            —Su hermana está internada en el Resplandor. Bonito nombre para un centro de ayuda para adultos que cuesta ni más ni menos que seis cifras al año.
            Peter se quedó pálido.
            —¿Y nadie ayuda a la señorita Espósito a pagarlo?
            Micaela sacudió la cabeza.

            —No que yo sepa. Puede que sus amigos la aconsejen, pero la única fuente de ingresos es la empresa.
            Una empresa a la que Peter ya había investigado y de la que conocía hasta el último detalle.

            —Interesante.
            —¿Y cómo es ella? —Era la primera pregunta personal que le hacía Micaela.
            Peter visualizó su piel clara y la firme línea de su mandíbula. Y esa voz. Dios, con tan solo recordarla fue suficiente para querer volver a hablar con ella.

            —Es una mujer de negocios —le dijo Peter a su ayudante—. Te caería bien.
             
            Tener el control era parte de su trabajo, así que cuando Juan Pedro Lanzani insistió en cenar con ella para hablar de las candidatas a convertirse en su futura esposa, Lali imaginó diferentes escenarios.

            Quizá Peter había reconocido a alguna de las mujeres o relacionado un apellido con una cara. Lali siempre obviaba los apellidos para que sus clientes tuvieran que valorar los méritos de cada mujer teniendo en cuenta sus atributos, no los de sus familias. Ella misma tenía que sufrir que la gente la juzgara por las acciones de sus padres. Tras la caída de su familia, Lali había llegado a considerar la opción de cambiarse de nombre e incluso de color de pelo. Al final decidió mudarse y evitar a la prensa. Y funcionó, porque los periodistas pronto dejaron de perseguirla. En cuanto apareció un nuevo escándalo, la gente se olvidó del suyo. Además, su cara no había aparecido en las noticias desde el entierro de su madre.

            Si Lali hubiera sido una belleza o problemática de los medios, los periódicos la habrían seguido sin dudarlo, pero un buen día empezó a vestirse de la peor manera, y evitar a los periodistas fue coser y cantar.

            ¿De qué querría hablar Lanzani? Quizás ya se había puesto en contacto con su abogado y necesitaba los detalles que no constaban en la documentación que le había entregado. Cuando fundó la empresa, Lali había tenido en cuenta hasta el último detalle para que no quedara ningún cabo suelto. Siempre pagaba sus impuestos («Gracias, papá») y guardaba con bastante cautela los contactos. Nada de lo que hacía, en lo referente a comprobaciones o detectives privados, era ilegal. Cuando necesitaba información, solía recurrir al género femenino. No es que creyera que las mujeres no cometían delitos, no era tonta. El problema venía de su falta de confianza hacia los hombres. En su vida eran pocos los que no la habían traicionado de una forma u otra. En realidad, si se detenía a pensar en ello, no se le ocurría ninguno.

            El sol todavía no se había ocultado cuando entró con el auto al estacionamiento del restaurante más caro de la zona. No pudo evitar al valet, así que dejó el motor encendido y se bajó. Le dio las gracias al chico y vio como este se sentaba detrás del volante y estacionaba a unos metros de ella. Su Hyundai parecía fuera de lugar rodeado de tantos Audis, Mercedes y BMW.

            Lali entró en el restaurante y dejó que el delicioso olor del ajo y las hierbas le embargara los sentidos. Había pasado un año desde la última vez que comió en un restaurante de cinco tenedores, con una de sus clientas felizmente casadas. Hacía tiempo que Lali había renunciado a los restaurantes caros y al estilo de vida excesivo del pasado, pero a veces lo extrañaba. Entre sus objetivos a corto plazo estaba el de dejar de pedir comida por teléfono o precocida para microondas.
            Cuando estaba a punto de entrar al salón y buscar al maître del restaurante, un hombre se le acercó por la espalda.

            —¿Señorita Espósito?
            No tenía el uniforme del personal. Tal vez era el gerente.

            —¿Sí?

            —El señor Lanzani la está esperando.
            «Seguro que es el gerente.» Lali lo siguió a través del restaurante hasta un reservado con una vista maravillosa. Juan Pedro Lanzani, que la había visto acercarse, se levantó para recibirla.

            Al igual que en su anterior encuentro, Lali vio los rasgos tallados en la cara de Peter y la forma en que el terno que llevaba se amoldaba a su cuerpo y no pudo evitar sentir un temblor recorriéndole la piel. Aquel hombre dominaba el espacio con su sola presencia.

            Él, por su parte, recorrió el cuerpo de Lali con la mirada y una pequeña sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios. Lali había escogido un vestido sencillo, no demasiado informal pero tampoco como para ir a los Oscars. Y a juzgar por la expresión la cara de Peter, no lo había defraudado. No es que ella se vistiera esperando su aprobación, pero tampoco quería parecer fuera de lugar sentada a su lado. Lo miró a los ojos y sintió que una descarga le recorría la espalda.

            —Llega tarde —dijo él con voz burlona.
            Lali se quedó con la boca abierta como un pez, a punto de responder, pero decidió no hacerlo.

            —Touché.
            Peter sonrió.

            —Me he tomado la libertad de pedir una botella de vino. Espero que no le importe.

            Esperó hasta que ella estuvo cómodamente sentada en su lugar para agarrar la botella de vino. Lali lo observó mientras él servía el pálido líquido en una copa de cristal, concentrando todos sus esfuerzos para que su mirada no resultara demasiado intensa.

            —¿Celebramos algo?

            —Tal vez —respondió él mientras dirigía la botella hacia su copa.

            Quería acelerar la conversación, preguntarle qué candidata era la elegida. Claro que todavía no las conocía, así que no creía que ya se hubiera decidido por una.
            Peter levantó su copa en alto y esperó a que ella se le uniera en un brindis.

            —Por una relación de negocios exitosa.

            Un escalofrío de incertidumbre recorrió la mano con la que Lali se disponía a levantar su copa. Había algo raro en la forma en que Peter había pronunciado la palabra «relación». Tras chocar la copa contra la de él y tomar un sorbo de vino, descansó las manos sobre su regazo para ocultar el leve temblor que la delataba.

            —Espero que el trayecto en auto no le haya causado problemas.

            Genial, no iban a hablar de frente sobre negocios como a ella le habría gustado. En lugar de presionarlo, prefirió dejar que la conversación siguiera su curso.

            —La autopista siempre es un problema a esta hora del día.

            —Gracias por aceptar reunirse conmigo.

            —Me sorprende que haya elegido este sitio. Para una cena de negocios sería más apropiado un lugar menos formal. —Menos romántico, le habría gustado añadir.

            Peter se relajó en su asiento. Lali, por su parte, apenas podía concentrarse en la razón por la que estaba sentada frente a él. Los rasgos de su cara eran perfectos, casi pecaminosos. Resultaba muy fácil perderse en la belleza de aquellos ojos verdes y caer en la trampa de su cálida sonrisa.

            —Va contra mis principios invitar a una mujer hermosa a un bar a tomar un cóctel.

            Por Dios, hora de poner los pies en el suelo. Lali sabía que no era guapa, atractiva como mucho, y que el tipo de belleza que atraía a aquel hombre estaba totalmente fuera de su alcance.

            —Es usted muy amable, señor Lanzani, pero pierde el tiempo conmigo. Supongo que ha tenido oportunidad de revisar los documentos que le envié.

            Peter puso los ojos en blanco, pero no dijo nada. Lali tragó saliva y juntó las manos sobre su regazo. En lugar de evitar su mirada, se la devolvió, aunque prefirió mantener los labios sellados.

            Tuvo que ser el mozo quien rompiera la tensión. El chico, de unos veinte años, enumeró los platos especiales del chef mientras Lali escogía de la carta. Juan Pedro Lanzani era su cliente y la tradición mandaba que fuera ella quien se hiciera cargo de la cuenta, aunque el restaurante se escapara del presupuesto. Al final, escogió pescado acompañado de una pequeña ensalada e hizo todo lo posible por ignorar los precios del menú. Lo cargaría a su tarjeta de crédito con la esperanza de poder cobrar el cheque del señor Lanzani antes de que le llegara el estado de cuenta.

            —Dígame, Lali, ¿por qué cree que malgasto mis encantos con usted? —le preguntó Peter cuando se quedaron nuevamente solos.
            Pronunció su nombre como la caricia suave y delicada de un amante. A Lali le pareció captar un leve dejo, un acento que en realidad debería ser mucho más marcado en alguien con un título como el suyo.

            —Estamos aquí para hablar de su futuro matrimonio con una de las tres mujeres que están a mi servicio —le recordó ella—. No sé de qué le sirve a usted utilizar sus encantos conmigo.

            —¿Todo tiene que tener un por qué?

            —En los negocios, sí. —Al menos así funcionaba en su mundo.

            —¿Y en su vida privada?

            Peter se inclinó hacia delante y se le abrió un poco la camisa. Fue ahí cuando Lali se dio cuenta de que no tenía corbata. Los dos primeros botones de la camisa estaban desabrochados y dejaban al descubierto unos centímetros de piel bronceada de la que Lali no se había dado cuenta hasta ese momento.

            —No estamos aquí para hablar de mi vida privada.

            —Yo no estaría tan seguro de eso. El resumen que ha hecho esta mañana de mi vida me ha llevado a hacer algunas averiguaciones por mi cuenta.

            Lali se preparó para afrontar el juicio de Lanzani. Nunca intentaba ocultar su pasado, pero sabía que se arriesgaba a perder un cliente por culpa de los errores de su padre.

            —No es necesario cavar muy hondo para desenterrar mi pasado, señor Lanzani.

            —Creí que habíamos decidido que podía llamarme Peter y, ya que estamos, ¿te parece que nos tuteemos?
            Nombres propios, tuteos y conversaciones sobre relaciones. Aquello no iba nada bien. Lali tomó un buen trago de vino, deseando que fuera algo más fuerte.
            —Mi padre fue un hombre horrible. Mi madre era una cobarde. Ninguno de los dos me representa a mí ni a mi forma de hacer negocios, Peter.

            —No he dicho lo contrario.
            El tono de su propia voz a la defensiva y la mirada de compasión en los ojos de Peter le cayeron como un balde de agua fría.

            —Ignoras los apellidos de las mujeres a propósito. ¿Por qué?
            Perfecto, otra vez de vuelta a los negocios.

            —No soy la única cuyos padres han afectado negativamente en la opinión que la gente tiene de mí. Soy consciente de que la familia puede representar un problema en cualquier relación, aunque se trate de una relación de negocios. Empezar solo con la información de ellas y no de su entorno ayuda a mantener la puerta abierta a todas las posibilidades.

            —¿Son todas niñas ricas que viven del dinero de papá o son hijas de estafadores convictos?

            —Nada más lejos de la realidad. Las tres han cortado los lazos familiares, al menos en el aspecto económico, y por eso buscan seguridad en lugar de amor.

            Peter acarició el borde de su copa. Lali siguió sus movimientos con la mirada y por un instante se preguntó cómo sería sentir sus manos sobre la piel, acariciándole los brazos, recorriéndole los muslos. Notó que un calor intenso le subía por el cuello y tuvo que alejar la mirada.

            —Si lo crees necesario, puedo darte sus apellidos. Si va a influir en tu decisión, es mejor que lo sepas.

            —No es necesario. Ya elegí a la mujer que quiero.

            Lali lo miró fijamente. De pronto apareció el mozo con las ensaladas y no tuvo más remedio que morderse la lengua y esperar a que terminara de sazonar con pimienta negra recién molida los platos y rellenara las copas de vino. El suspenso la estaba matando. ¿A quién habría escogido y por qué? ¿Cómo podía decidir con quién quería casarse si ni siquiera las había conocido? Era demasiado arriesgado, incluso para un millonario como el que tenía delante. O tal vez no. En realidad, ¿qué sabía ella de Juan Pedro Lanzani? Que le gustaban las mujeres delgadas, con mucho pecho y las piernas largas. No había encontrado ni una sola foto de él sin una modelo de esas características colgando del brazo. Ese fue el punto de partida para que Lali hubiese escogido a las tres mujeres más guapas de su pequeña agenda negra —que en realidad era una libreta—. Aun así, ¿cómo había podido elegir basándose únicamente en unas fotografías?

            —¿No quieres conocerlas antes?

            De repente, la idea de que fuera capaz de escoger esposa a partir de una imagen le pareció demasiado superficial, incluso para sus estándares. ¿Una cara bonita era suficiente para guiar las intenciones de un hombre? La respuesta era sí. Lali sabía que Juan Pedro Lanzani podía llevar a ser bastante superficial, sin embargo, no podía evitar sentirse decepcionada al comprobarlo por ella misma.

            —¿A las chicas de las fotografías?
            Lali asintió, confundida.

            —Por supuesto, ¿a quién si no?

            —No. —Peter cogió el tenedor y se lo llevó a la boca.

            ¿No? Mierda. Había decidido casarse con otra. De pronto, los pequeños símbolos de plata que llevaba grabados en la retina desde el mismo día en que había oído hablar del duque por primera vez, empezaron a esfumarse lentamente
            —¿Encontraste a otra dispuesta a casarse contigo?

            —No ha dicho que sí, al menos no por el momento. —Peter comió otro bocado, siempre controlando la situación y sin darle mayor importancia.
            Si él no pensaba utilizar sus servicios, ¿qué hacía ella allí?

            —Entonces, ¿Alliance es una especie de plan B? —Quizás todavía no tenía intención de deshacerse de ella. Los hombres como Juan Pedro Lanzani no hacían nada sin un motivo.

            —No exactamente.
            Lali dejó el tenedor sobre la mesa y lo miró fijamente.

            —Lo siento, señor Lanzani, pero hay algo que no entiendo. Esta misma mañana buscaba a una mujer dispuesta a firmar un acuerdo con el que satisfacer sus necesidades. ¿Ha cambiado algo en las últimas horas? ¿O es que no está satisfecho con las mujeres que presenté?
            Peter dejó de fingir interés en la comida y puso las manos sobre la mesa a ambos lados del plato.

            —Tutéame, por favor. Las mujeres que elegiste son perfectas. Demasiado. Como sabes, no tengo demasiado tiempo para escoger esposa, por lo que conocer a cada una de esas adorables mujeres y tomar una decisión al respecto es un lujo que no puedo tomarme. —Metió la mano debajo de la mesa y sacó un maletín que Lali no había visto. Cogió una carpeta de su interior y la deslizó hacia ella por encima de la mesa.

            —¿Qué es esto?

            —El contrato que mi abogado y yo hemos redactado esta misma tarde.
            Lali se moría de ganas de abrir la carpeta, pero en lugar de hacerlo la cubrió con una mano.

            —¿Qué contrato?
            Los ojos de Peter no se separaban de los suyos.
            —Te estoy ofreciendo un acuerdo de matrimonio.
            El corazón de Lali se derrumbó en el interior de su pecho con un golpe seco.

            —Yo no estoy en el menú, señor Lanzani.

            Empujó la carpeta hacia Peter, pero él cubrió su mano y la sujetó firmemente. El contacto desató la misma descarga de la primera vez, una corriente que se propagaba por su cuerpo hasta la punta de los pies y subía otra vez. Se le aceleró el corazón y sintió que el vello se le ponía de punta. Todo su cuerpo se estremecía y lo único que estaba en contacto entre los dos eran sus manos.

            —Todo el mundo tiene un precio, Lali.

            —Yo no. —Intentó retirar la mano, pero él le apretó los dedos para evitarlo.

            —Voy a crear un fondo para hacerme cargo de Vanessa de por vida. Aunque te pasara algo a ti, Vanessa recibiría todos los cuidados necesarios.

            Lali abrió la boca y volvió a poner cara de pez, y es que una explosión no podría haberla sorprendido más. Peter venía con las tareas hechas, sabía lo de su hermana y las necesidades especiales de esta.

            —Mi hermana solo tiene veintiún años y podría vivir hasta los cien. —Según los médicos, eso era poco probable, aunque tampoco existían indicios de que fuera a morir joven.

            —Y sus cuidados te cuestan ciento seis mil al año. El gasto no hará más que subir. —Su mano se relajó, pero Lali no retiró la suya.

            —¿Estás dispuesto a pagarme más de ocho millones a cambio de que sea tu esposa durante un año?

            —Más el veinte por ciento. Esos son tus honorarios, ¿no?
            Lali asintió lentamente y luego sacudió la cabeza.

            —¿Por qué yo?

            —¿Por qué no? —El pulgar de Peter empezó a moverse por su mano, pero ella seguía demasiado impresionada como para moverse.

            —No soy tu tipo.

            —¿Mi tipo?

            —Alta, rubia, espectacular.

            Peter soltó una carcajada que devolvió a Lali a la realidad. Aquello no era más que un trato, un acuerdo comercial, nada más ni nada menos. Peter le había dado la vuelta a su mano y ahora acariciaba la parte interna de su muñeca, trazando círculos lentamente. Bueno, tal vez un contrato matrimonial era algo más que un acuerdo de negocios.
            Lali apartó la mano.

            —¿En qué consistiría para ti este matrimonio?

            —Tu vida no cambiaría en nada —respondió Peter, mientras se llevaba la copa de vino a los labios—. Una escapada rápida al juzgado, quizás a Punta del Este. Tendríamos que hacer algunas apariciones durante los primeros meses para satisfacer a los abogados que mi padre contrató antes de su muerte y también a mi primo, que sería el principal beneficiado si todo esto no funcionara. Yo paso la mitad de mi tiempo en Europa y la otra mitad aquí, en Buenos Aires, así que no nos estorbaríamos el uno al otro.

            —¿Y por qué no buscar esposa en Europa?

            —Para minimizar la atención de la prensa de allí. En Argentina no hay revistas amorosas dedicadas a reyes y reinas, duques y duquesas. Aquí la novedad de mi matrimonio se olvidaría pronto.
            Según las condiciones del testamento de su padre, Peter tenía que estar casado y asentado antes de cumplir los treinta y seis años si quería heredar la fortuna familiar, además de conservar el título. Tras un largo debate, los abogados habían decidido que, cuando se cumpliera el primer año de matrimonio, el Estado renunciaría a la herencia y levantaría cualquier otra restricción legal que existiera. Al menos eso era lo que los contactos de Lali en Londres le habían contado.

            —¿Qué tipo de apariciones?

            —Una pequeña recepción y asistir a unos cuantos actos públicos. Tendrías que viajar a Londres conmigo para firmar con los abogados los papeles referentes a mi título. A nuestros títulos, mejor dicho.
            Lali tragó saliva. Por un momento había olvidado que el hombre que tenía delante era duque.

            —No tengo ni idea de cuáles son las funciones de una duquesa.
            Peter cogió el tenedor y volvió a comer.

            —Serías la primera, así que yo tampoco estoy muy seguro.
            Lali no pudo evitar que se le escapara la risa.

            —Esto es una locura.

            —Me sorprende que pienses eso. Para mí, el acuerdo tiene todo el sentido del mundo.
            El mozo volvió con sendos platos y se marchó rápidamente.

            Lali recordó el consejo que le había dado a Peter ese mismo día: «Depende de su capacidad para controlar sus instintos más básicos, señor Lanzani». Tal vez la había escogido porque con ella le resultaría más fácil permanecer lejos de su cama. Eso sí tenía sentido. Tal vez había visto las fotografías de las candidatas y se había dado cuenta de que, tarde o temprano, acabaría acostándose con ellas.

            —¿Qué sucede? —preguntó Peter.
            Tenía que mejorar su cara de póquer cuanto antes.

            —Nada. Es que... son muchas cosas de golpe. No me lo esperaba.

            —Pero lo estás pensando.

            —Sería estúpida si no lo hiciera.

            —A mí no me pareces estúpida —le dijo él, mientras se llevaba un trozo de carne a la boca.
            No, Mariana Espósito no era estúpida.

            —Mañana revisaré el contrato.

            —Excelente. 

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