viernes, 12 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 12

Capítulo 12:

Los mareos matutinos, en lugar de mejorar, fueron a peor. Todos los días Peter le repetía, con la disciplina de un soldado, que sí, que los vómitos eran horribles, pero que él la ayudaría a llevarlos lo mejor posible hasta que desaparecieran. Decidieron guardar en secreto del embarazo hasta el segundo trimestre básicamente por el riesgo de complicaciones y abortos espontáneos. El ginecólogo les aseguró que después del segundo mes no tendrían nada de qué preocuparse, pero aun así ellos prefirieron esperar antes de contárselo a todos.

            Lali ni siquiera se lo dijo a Candela, lo cual fue cualquier cosa menos fácil, pero creía que era mejor que su amiga no lo supiera aún para evitar que se le escapara sin querer mientras hablaba con alguien.
            Peter estuvo a su lado, tal y como había prometido. De vez en cuando no tenía más remedio que volar a Europa, pero los viajes siempre eran cortos, de tres días como mucho. Lali la pasaba mal cuando se iba, pero tenerlo de nuevo en casa siempre era maravilloso.
            Las pasaban a una velocidad vertiginosa. Las noches eran una experiencia memorable en los brazos de Peter. Hasta que un día, tal y como el ginecólogo había pronosticado, el hada de los mareos matutinos interrumpió sus visitas diarias.

            Un día, Peter regresó a casa tras pasar el día en la oficina. Lali había pasado el día sacando cuadros y moviendo los muebles de la habitación que había frente al dormitorio. Estaba levantando una mesita de noche cuando oyó la voz preocupada de Peter gritando desde la puerta.

            —¿Se puede saber qué estás haciendo?
            Lali soltó la mesita y estuvo a punto de chancarse un dedo del pie.

            —Me asustaste —le dijo.
            Peter caminó hacia ella con las manos en la cadera.

            —No deberías estar levantando muebles. —Sus ojos recorrieron la estancia—. ¿Tú sacaste todo lo que había aquí?
            Solo quedaba el ropero, la cama y las mesitas.

            —Sí, ¿por qué? Dijimos que este sería la habitación del bebé —respondió Lali en un murmuro para que Rosario, que estaba limpiando el dormitorio principal, no escuchara nada.

            —Esto no está bien —susurró Peter, y dándose la vuelta gritó—: ¿Rosario? ¿Inés?

            —¿Qué estás haciendo?
            Rosario apareció en la habitación casi a la carrera, visiblemente asustada.

            —¿Está todo bien?

            —Anda a buscar a Lucas —le dijo Peter.

            Lali agarró el brazo de su marido, debatiéndose entre la confusión y la alarma. Por mucho que insistió, no consiguió que le contara qué estaba pasando. Peter esperó a tener a sus tres empleados delante antes de decir una sola palabra.
            Y cuando finalmente lo hizo, Lali se quedó muda de la sorpresa.

            —Lali está embarazada.

            No podía creer lo que estaba pasando. Ambos habían acordado no decir nada a nadie hasta la próxima visita con el ginecólogo, aunque en cuestión de segundos entendió sus motivos.

            —Lo sabía —dijo Rosario, mirando a Inés de reojo.
            Inés se encogió de hombros y recibió la noticia con una sonrisa maternal.

            —Por supuesto que sí.

            —¿Lo sabíais? —preguntó Lali.

            —Querida, vivimos aquí. Obvio que lo sabíamos.
            Peter miró a Lucas.

            —A mí no me mire. No tenía ni idea.

            —Si sabían que Lali estaba embarazada, ¿por qué permitieron que se dedique a mover muebles por toda la casa?
            Lucas miró a su alrededor.

            —No quería que la ayudáramos.

            —No necesito que me ayuden —se defendió Lali, a ella misma y a sus empleados—. ¿Cuál es el problema?
            Lucas dio un paso al frente.

            —Las embarazadas no pueden cargar peso.
            Peter sonrió y le dio una palmadita en la espalda.

            —Al fin alguien que me entiende.

            —¿Por eso tanto alboroto? ¿No me crees capaz de vaciar un dormitorio? —Lali empezaba a molestarse por momentos, ella que odiaba el machismo...

            —A partir de ahora, no quiero que Lali levante nada que pueda pesar más que un plato de comida o una bolsa llena de ropa. Y si la bolsa pesa mucho, ni siquiera eso. —Peter habló mirándola a ella, pero en realidad se dirigía al personal.

            —Espera un minuto...
            Inés retrocedió y le hizo una seña a Rosario.

            —Creo que deberíamos dejarlos solos.

            —Peter tiene razón —intervino la voz de Lucas—. Permítame que la ayude con todo esto. Podría hacerse daño usted o al bebé.
            Lali levantó un brazo en alto cuando vio que Lucas pasaba junto a ella y se disponía a levantar la mesita de noche.

            —Alto ahí. Estoy embarazada, no enferma. El ginecólogo no dijo nada de limitaciones.

            —Lucas —intervino Inés—, creo que deberíamos dejar solos a los señores para que lo solucionen sin nuestra ayuda.

            Los tres se dirigieron hacia la puerta en silencio, mientras Lali se mordía la lengua e intentaba controlar su ira y Peter levantaba la cabeza, decidido a no dar el brazo a torcer.

            —Creí que habíamos decidido entre los dos no contarle a nadie lo del bebé.
            Peter miró a su alrededor.

            —Entonces ese punto no lo hemos cumplido. Lali, podrías haberte hecho daño arrastrando cosas de un lado para otro.

            —No son más que cosas.

            —Cosas pesadas que tú no deberías cargar.

            —Ay, por favor...
            Peter puso una mano en alto para silenciar las protestas.

            —¿Y si levantaras esta mesita —preguntó, dándole una patada a la madera— y notaras un dolor en el vientre?
            Lali sintió un escalofrío que la tomó desprevenida.

            —Eso no tiene por qué pasar.

            —Pero ¿y si pasara?

            Miró a su alrededor y de repente fue consciente por primera vez del tamaño de la cama, de la masa imponente del ropero que estaba decidida a sacar de la habitación antes de que Peter la interrumpiera.
            Tal vez tenía razón.

            —Puedo cargar las bolsas después de una tarde de compras —respondió finalmente con un hilo de voz.

            Peter se acercó a su mujer y la abrazó. Podía notar la frialdad de sus manos acariciándole la espalda y el rápido latido de su corazón dentro del pecho. Estaba preocupado, genuinamente sorprendido por sus acciones. La parte más emocional de Lali suspiró aliviada al constatar cuánto se preocupaba por ella; la más independiente agitó el puño en alto.

            —Por favor, prométeme que la próxima vez pedirás ayuda.
            Lali nunca prometía nada que no pensara cumplir, así que no se apresuró a responder lo que Peter necesitaba oír.

            —Prométemelo —insistió él, dando un paso atrás y sujetándole la cabeza entre las manos.

            —Esta mañana, cuando me levanté, me sentía genial. Creo que se terminaron los mareos.

            —Prométemelo. —Peter no pensaba rendirse.

            —Bueno, bueno, está bien. No levantaré peso. ¿Feliz? —La respuesta sonó más áspera de lo que Lali pretendía, pero, a juzgar por su sonrisa, a Peter no parecía importarle.

            —¿Me lo prometes?

            —¡Te lo prometo! —exclamó ella, dándole un empujón en el pecho—. Dios santo, ¿es que siempre te sales con la tuya?
            Peter asintió.

            —Prometo abalanzarme sobre cualquier cosa que necesites levantar. Cuando quieras que haga algo, no tendrás que repetírmelo dos veces.

            —Entonces, machote, menos palabrería y más acción. Quiero que me vacíes la habitación para empezar a preparar las paredes para pintarlas.
            Peter abrió los ojos como platos y frunció los labios.

            —¿Con el olor que emana la pintura? —preguntó.
            Lali supo al instante que tendría que hacer unas cuantas promesas más antes de que se hiciera de noche.

            Al final, prometió dejarle el trabajo duro a Peter y a quienquiera que él contratara para la tarea. A cambio, ella tenía rienda suelta para señalar, gastar y ordenar tantos cambios como creyera necesarios.             
            En lugar de comunicar por carta a los abogados de su padre la futura llegada de su heredero, Peter optó por una presentación mucho más espectacular. En cuanto Lali se sintió lo suficientemente bien como para viajar, organizaron una visita transoceánica para compartir la noticia con el resto de la familia.
            La pequeña cena destilaba alegría hasta que Peter pidió silencio y agarró a Lali de la mano.

            —Supongo que muchos de ustedes se deben de estar preguntando por qué los hemos reunido aquí esta noche.

            —Ya sabes que me encantan los acertijos —dijo su madre desde el otro extremo de la mesa. Todos a su alrededor comenzaron a reír y esperaron a que Peter continuara.

            —Lali y yo esperamos nuestro primer hijo para fines de enero.

            —Lo sabía. —Eugenia se puso en pie de un salto y rodeó la mesa para abrazar a Lali y después a su hermano.

            Los presentes los llenaron de felicitaciones y abrazaos. Si alguien tenía dudas sobre cuándo había quedado embarazada, no dijo ni una sola palabra al respecto.

            Javier captó la mirada de Peter desde el otro extremo de la mesa, y sus labios dibujaron una fina línea recta. Peter siempre había culpado a su padre por la mala relación que existía entre los dos primos. Si no le hubiera nombrado su segundo heredero, tal vez Peter y Javier estarían más unidos. Tristemente la realidad era muy distinta. Pablo se acercó a su hijo y le susurró algo, y Peter centró la atención en su mujer.

            Lali irradiaba orgullo y ese brillo especial que tanta gente atribuía a las embarazadas. Tenía un vestido de verano con las mangas cortas y un cinturón alrededor de su —por momento— minúscula cintura. Peter se había dado cuenta de que empezaba a tener los pechos ligeramente más grandes y también más sensibles cuando hacían el amor. Cada mañana descubría una nueva maravilla. En la última visita al ginecólogo antes del viaje, habían escuchado el latido acelerado del corazón de su hijo. A Lali se le habían llenado los ojos de lágrimas y a él se le había hecho un nudo en la garganta. De repente sintió un amor incondicional hacia su hijo, una emoción más sólida que cualquier otra que hubiese experimentado en toda su vida. Bueno, casi, musitó.

            Buscó con la mirada a su mujer, perdida por una marea de personas que esperaban para poder abrazarla. Descubrir el amor que sentía por su hijo lo había llevado a darse de frente con otra realidad.
            El amor que sentía por Lali.
            En lugar de huir de tantas emociones potencialmente devastadoras, Peter las sujetó contra su pecho como si fueran una buena jugada en una partida de póker. Tendría tiempo suficiente para descifrar los sentimientos de Lali antes de confesarle los suyos. Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a jugar sus cartas hasta asegurarse de ganar la partida.
            Al final de la noche, Parker se acercó a hablar con él justo antes de abandonar la fiesta.

            —Veo que se ha asegurado de cubrir todos los puntos del testamento de su padre.

            Dicho así, Peter no pudo evitar sentir que una fina capa de suciedad le nublaba la conciencia. No había hecho nada malo para conseguir su objetivo, pero tampoco le había contado a Lali la necesidad de procrear un heredero si quería cobrar la herencia.

            —Eso parece —respondió Peter.
            Parker le ofreció la mano.

            —Nos reuniremos tras el nacimiento y firmaremos los papeles del testamento. Felicidades de nuevo.

            —Gracias.

            Mientras seguía a Parker con la mirada mientras este salía de su casa, Peter notó que alguien lo miraba. Cuando se dio la vuelta, se encontró a Lali en medio de la entrada.

            —El abogado de tu padre, ¿no?
            Peter asintió levemente con la cabeza.

            —Eran amigos íntimos.
            Lali se acercó a Peter y colocó una mano en su cintura antes de apoyarse en él.

            —Supongo que ahora ya no podrá dudar de tus intenciones —dijo, desviando la mirada hacia la puerta.

            —Me temo que seguirá dudando hasta que nazca el bebé.
            Lali apoyó la cabeza en el hombro de su marido y disimuló un bostezo con la mano.

            —Estás cansada. Deberíamos irnos a la cama.

            —Pero aún queda mucha gente que ha venido a verte.

            —Ahora tendrán que arreglárselas sin nosotros.
            Lali no se resistió. Era evidente que estaba muy cansada, así que Peter agarró de la mano y desaparecieron escaleras arriba.
             
            Peter y Lali se quedaron un par de días en Nueva York de regreso a California. Mientras Peter se reunía con su abogado, Lali se enfrentó al calor sofocante de Manhattan y aprovechó para hacer un montón de compras totalmente innecesarias.

            Por mucho que intentara concentrarse en la ropa premamá que le hacía falta, no podía evitar sentir una atracción irresistible hacía la sección infantil de los centros comerciales. Quizás fuera porque todos los que tenían que saber que estaba embarazada ya lo sabían, pero Lali sentía la extraña necesidad de comprar de todo.

            No saber el sexo del bebé dificultaba las cosas, pero nada que no se pudiera resolver comprando un conjunto verde por aquí y otro amarillo por allá. Encontró una mantita blanca tejida a mano para envolverlo cuando salieran del hospital camino a casa. Con los brazos cargados de bolsas, Lali estaba rebuscando entre minúsculas mediecitas y varios peluches cuando sintió una mano en el hombro.
            Allí estaba la víbora con su melena rubia al viento.

            —¿Por qué no me sorprende encontrarte aquí? —preguntó María con su lengua viperina asomando entre los labios pintados de rosa.

            A Lali poco le importaba lo que pensara aquella mujer y no tenía la menor intención de entablar una conversación con ella. De todas maneras, ¿qué probabilidades tenía de encontrarse accidentalmente con ella en una ciudad como Buenos Aires? Lali sabía que vivía allí, pero ¿qué posibilidades había?

            —María.
            María señaló el sonajero con forma de elefante que Lali tenía en la mano.

            —Qué lindo. ¿Para cuándo esperan al nuevo integrante?

            —No es algo que te incumba. —Lali dejó el sonajero donde lo había encontrado y se dio la vuelta, dispuesta a alejarse.

            —Deja que haga mis cálculos. —María le bloqueó la salida, acorralándola entre una estantería llena de chucherías para bebés y una serpiente venenosa—. ¿Antes del cumpleaños de Peter?
            No era muy difícil de imaginar y tampoco tenía importancia.

            —¿Tienes envidia, María? ¿Tanto te afectó que Peter no te escogiera a ti?
            María tiró la cabeza hacia atrás y soltó una fuerte carcajada.

            —Por favor. Ese hombre es un manipulador. Es más fácil ver su verdadera naturaleza cuando no se está cerca de él. Qué pena que tú no te hayas dado cuenta antes... —María dejó las palabras en el aire y bajó la mirada hasta el vientre de Lali.
            Lali se cubrió la barriga con la mano como para proteger a su hijo de la mirada de aquella horrible mujer.

            —Peter es una de las personas más increíbles que he conocido.

            —Peter solo se preocupa por sí mismo. Me pregunto si te pidió que tuvieras un hijo suyo o si una noche se olvidó de utilizar protección «por accidente» —dijo María, imitando la forma de unas comillas con los dedos.
            La conversación había alcanzado el máximo de lo extraño y ahora se iba colina abajo hacia lo estrambótico.

            —No tengo tiempo para estas cosas, María. Si me disculpas...
            Lali se apartó pero María la agarró del brazo.

            —Dios mío, no lo sabes, ¿no?

            Lali tiró del brazo pero la otra mujer se negaba a soltarla. De repente sintió un ataque de pánico inexplicable, parecido a la sensación que un perro debe de tener cuando hay un terremoto, que la dejó sin habla.

            —Sabes que Peter necesita un heredero para recibir la herencia, ¿no es verdad?
            «¿Qué?»
            María sonrió abiertamente y soltó el brazo de Lali.

            —Pobrecita. Me pregunto cómo lo hizo. ¿Te escondió las píldoras? ¿O agujereó los preservativos?
            A Lali empezaba a dolerle la mandíbula y tenía los músculos del cuello tan tensos que en cualquier momento empezarían a partirse. ¿De qué estaba hablando María?

            De repente recordó las palabras de Parker. «Veo que se ha asegurado de cumplir todos los puntos del testamento de su padre.»

            No estaba dispuesta a ser el hazmerreír de María durante más tiempo, así que dio media vuelta y salió de la tienda tan rápido como pudo. Quería poner tierra de por medio a toda costa y el calor era tan intenso que al segundo empezó a sudar.

            «Peter necesita un heredero para poder cobrar la herencia.» Las palabras se repetían como un eco infinito dentro de su cabeza. ¿Sería verdad? Si lo era, tenía sentido que Peter hubiera recibido la noticia con tanta calma. Lali creía que eso era precisamente lo único que él no quería de su matrimonio temporal con ella. No era de extrañar que no hubiera perdido la cabeza al saber que iba a ser padre. Ni siquiera se había encogido de hombros. Es más, ¿lo había sorprendido?
            No, ahora que pensaba en eso, Lali se daba cuenta de que no.
            Ya no tenía por qué hacerle más promesas por el bien del bebé. Ni una más.
            De todas formas, Peter se había comprometido a ser un buen padre y a estar disponible siempre que su hijo lo necesitara.

            Lali se negaba a permitir que los sentimientos tomaran el control sobre su cerebro. Paró un taxi y se dirigió hacia la casa que Peter tenía en las afueras.

            Ya había estado allí dos veces, siempre en viajes hacia o desde Europa. Cuando por fin entró en el edificio y sintió el frío aire climatizado del lugar, empezaba a caer la tarde sobre la ciudad.

            Sin quitarse los lentes de sol, Lali saludó al portero y se dirigió hacia los ascensores evitando cualquier tipo de conversación.
            A diferencia de la casa de Buenos Aires, allí no había empleadas ni cocineros con los que cruzarse.

            Tiró las bolsas sobre el sillón y prendió la computadora del cuarto extra que Peter utilizaba como oficina. Necesitaba cerciorarse antes de enfrentarse a Peter y pedirle explicaciones de lo que le había contado María.

            El porcentaje de error de los preservativos era algo que le había parecido extraño desde el principio. Los hombres responsables como él utilizaban condones toda su vida y se las arreglaban para que nunca nadie tuviera que llamarlos «papá». Entonces, ¿qué había cambiado? ¿Por qué con ella no había funcionado?

            Sus dedos volaron sobre el teclado. En apenas unos minutos, había encontrado varias páginas de salud en las que se hablaba sobre los condones, de su uso y de su efectividad. Por un momento creyó que no encontraría nada útil, hasta que dio con una web que se titulaba «¿Por qué fallan los preservativos?».

            La página estaba llena de información general y en ella se hablaba de condones y de por qué se rompían. Pero a ellos nunca les había pasado, al menos que Lali supiera. También incluía algunas entrevistas a mujeres que habían terminado formando parte de esa estadística del dos por ciento. Muchas de ellas confesaban malos hábitos, roturas e incluso que el látex estaba caducado.

            Aun así, Peter y ella solo habían mantenido relaciones durante un mes antes de que ella descubriera que estaba embarazada. Era como si no se hubieran cuidado desde el principio.
            ¿Cómo podía un hombre asegurarse de dejar embarazada a una mujer?
            Incluso en sus momentos más pasionales, sus relaciones siempre habían sido seguras.

            Lali se levantó y se dirigió hacia el lavabo. Habían utilizado la habitación de camino a la recepción, así que parecía razonable que el condón de aquella noche hubiera salido de la caja que había en el cajón de la mesita.
            La misma caja que aún seguía allí.

            Lali chequeó que faltaban meses para que caducaran. Apenas quedaban unos cuantos. Se llevó la caja al baño y sacó uno de los envoltorios. Con cuidado de no romperlo, lo abrió y sacó el contenido. Todo parecía normal.
            Por puro instinto, puso la boca del preservativo bajo el agua y lo abrió. Al principio no pasó nada.

            Pero cuando cerró el caño y observó de cerca la punta del condón, vio que empezaba a formarse una minúscula gota de agua.
            Primero fue una, luego otra, hasta que al final el goteo fue constante. Lali sintió que el corazón le daba un vuelco.

            Le temblaban las manos, las rodillas, hasta el labio inferior. Dejó el preservativo dentro del lavamanos y agarró otro. El proceso fue exactamente el mismo.

            Incapaz de creer lo que le decían sus ojos, o lo que le gritaba su cerebro, Lali sacó un tercer condón de la caja y regresó a la habitación. Apagó las luces del techo, puso el paquete sobre la bombilla de una lámpara y la encendió.
            Un minúsculo rayó de luz atravesó el plástico como si fuese un faro.

            A pesar de la sinceridad, a pesar de la intención de abrirse el uno al otro, Peter había ejecutado su plan para conseguir un heredero manipulándola a su antojo para que creyera que no había sido más que un accidente.

            ¿Cómo había podido ser tan inocente? ¿Tan crédula? Recogió los condones y los escondió en el fondo de la papelera para que nadie los encontrara, mientras las lágrimas le caían por las mejillas.
            Guardó uno en el bolso y dejó dos más junto a la cama.

            Si había algo que Lali odiaba era que alguien la utilizara como un peón en su propio beneficio.
            ¿Cómo había podido hacerle algo así el hombre del que se había enamorado?
            ¿Cómo iba a sobrevivir a partir de entonces sin él?
             
            —Lali está embarazada —le dijo Peter a su abogado en la privacidad de su oficina.

            —Así que para variar las revistas dicen la verdad. —Ignacio levantó una revista de mala muerte sujetándola con la punta de los dedos y la tiró sobre la mesa.
            Peter no había visto la tapa, pero leyó el titular que ocupaba toda la parte superior de la página: «De duque a papá».

            —Pensé que tenía que decírtelo yo mismo para que no hicieras suposiciones. Las cosas deberían calmarse a partir del año que viene.

            —Le pediré a Parker que me envíe la documentación para la semana de tu cumpleaños y en unas semanas lo tendremos todo encaminado. —Ignacio se acomodó en su silla y sonrió—. No puedo creer que lo hayas hecho.

            —¿Qué? —preguntó Peter, cruzando las piernas y apoyando el tobillo en la rodilla opuesta.

            —Convencerla para que quedara embarazada. ¿Qué le ofreciste a cambio? ¿Diez millones más?
            Al escuchar las palabras de Ignacio, Peter sintió que se le ponía el pelo de punta.

            —Nada de eso. Ha sido cosa del destino.

            —¿En serio?

            —No es el primer embarazo no buscado de la historia.

            —Eso dicen las ex esposas de mis clientes cuando les piden la pensión. En mi opinión, los accidentes no pasan porque sí.
            Peter había imaginado que eso era lo que le diría Ignacio.

            —Olvidas que soy yo el que se beneficia con la llegada de este bebé, mucho más que Lali. Estoy absolutamente seguro de que no ha sido a propósito.
            Ignacio se inclinó sobre la mesa.

            —¿Estás seguro?

            —Del todo.

            —En ese caso, felicidades. —Y le ofreció la mano por encima de la mesa.
            Tras estrechar la mano de su abogado, Peter pasó a temas más importantes.

            —Sobre las cámaras en casa de Lali, ¿sabemos algo?
            Ignacio abrió una carpeta y extendió su contenido sobre la mesa.

            —Como recordarás, María se presentó en casa de Lali, pero la hemos estado siguiendo y no ha vuelto por allí y tampoco se ha puesto en contacto con ningún detective privado. Nuestro detective le sacó algunas fotos, pero la gente que aparece en ellas está limpia. Son hombres de negocios como tú o profesionales como yo.

            Peter reconoció la mencionada imagen de María en las fotos, con sus lentes de sol y sus rasgos de porcelana mientras tomaba café o hablaba por teléfono. Sin embargo, una foto le resultaba muy familiar. En ella, María hablaba con una mujer que Peter había visto antes, pero no conseguía recordar dónde.

            —¿Sabes quién es esta mujer?

            —Una estudiante de derecho... ¿O era secretaria en un estudio de abogados? —se preguntó Ignacio—. Sí, creo que era secretaria.
            Peter revisó el resto de las fotos. Solo en esa le parecía que había algo extraño.

            —Creemos que el tipo de la limpieza se encargó de deshacerse de las cámaras. No nos llevó a ningún sitio. No encontramos nada que relacione a Parker o a tu primo con Buenos Aires. Es como un callejón sin salida.

            Peter suponía que, llegados a esas alturas de la película, el tema de las cámaras ya no era tan importante, pero aun así quería encontrar al responsable de invadir la intimidad de Lali.

            —Sigue trabajando en ese tema.

            Algunos creían que un abogado solo servía para temas legales, pero uno de los refranes favoritos de Peter, y que le había sido muy útil a lo largo de la vida, era «hoy por ti, mañana por mí». Ignacio conocía a gente que podía vigilar lo que fuera, cosa o persona.

            —Lo haré.
            Agarró la fotografía de María y la secretaria de encima de la mesa. Hasta que supiera el nombre de aquella mujer, no dejaría de mirarla.
             
            No existía mensaje más directo que unas maletas junto a la puerta para saber que algo no andaba bien. O al menos eso era lo que Lali esperaba.

            Peter le había mentido. En lugar de confiarle un problema que seguramente podrían haber solucionado entre los dos, había preferido manipular la situación para obtener un resultado que se adaptara a sus necesidades. De pronto los recuerdos del arresto de su padre o del dolor que Gustavo le había causado al engañarla parecían sacados de ayer.
            Peter conocía todos sus secretos, sus inseguridades, y se había aprovechado de todo ello para conseguir sus objetivos.

            Sí, ambos se habían embarcado en aquel pacto con el diablo de forma consciente. Casarse para cumplir la voluntad de un hombre muerto y salir de allí más ricos que antes, ese era el plan. Pero aquello cambió a medida que la atracción entre ellos se iba haciendo cada vez más fuerte, y el fruto de esa atracción fue la concepción de un hijo.

            Lali se acarició la barriga, que había empezado a crecer y ya no le entraba en los pantalones. En la otra mano sostenía una copa de vino de la que solo había tomado una vez y que no tenía intención de acabarse. Por mucho que quisiera hacerle daño a Peter, su hijo no tenía la culpa.
            Lo maldijo una y mil veces por hacer que se enamorara, que confiara en él para luego tirar todo por la borda.

            De pronto, escuchó el ruido de la llave en la cerradura. Clavó la mirada en las maletas que esperaban junto a la puerta y levantó la copa de vino. Quién sabe, quizás debería haber sido actriz, pero Peter sin duda había dejado pasar su verdadera vocación.
            Por el rabillo del ojo, vio cómo Peter daba dos pasos antes de detenerse.

            —¿Lali?

            Llevaba toda la tarde pensando en qué le iba a decir. Una opción era huir de allí cuanto antes, sin enfrentarse a él para que la única certeza fuese que sencillamente se había ido. Sin embargo, al final había llegado a la conclusión de que no podía irse sin unas últimas palabras de reproche.

            —¿Cuándo pensabas decírmelo? —preguntó Lali cuando Peter entró en el dormitorio como quien atraviesa un campo de minas repleto de bombas listas para explotar.

            —¿Contarte qué?

            —Has estado en la oficina de tu abogado. Seguro que han hablado del testamento.
            Peter permaneció inmóvil.

            Lali volvió lentamente la cabeza hacia él, pero se tomó su tiempo antes de mirarlo a los ojos. Cuando finalmente lo hizo, vio que su mirada se debatía entre la copa que sostenía en la mano y su cara. Incluso en aquel momento, pensó, se preocupaba más por el niño que por ella. Solo por provocarle, se llevó la copa a los labios y fingió que bebía un buen trago antes de volver a bajarla.

            —¿Qué está pasando, Lali? —Los ojos de Peter se desviaron hacia las maletas que ella había preparado con anticipación para que su salida fuese lo más digna posible.

            —Creí que íbamos a ser siempre sinceros el uno con el otro. ¿Qué pasó con eso, Peter?

            —Lali, ¿de qué estás hablando?

            Incapaz de permanecer sentada ni un segundo más, Lali se levantó y dejó la copa sobre una mesa cercana, derramando parte del contenido al hacerlo. Si fuera él, pensaría que había estado bebiendo demasiado. Mejor aún, se dijo Lali.

            —El testamento de tu padre. ¿Qué ponía en realidad? ¿O pensabas que nunca lo descubriría?

            Peter abrió los ojos como platos y su boca se convirtió en una delgada línea recta. Su cara decía todo lo que ella quería saber. Culpabilidad... Quizás un cierto remordimiento. Pero ¿por qué? ¿Remordimiento al haber sido sorprendido en una mentira?

            —No pensé que fuera importante.

            —¿No te pareció importante explicarme que tu padre te exigía que engendraras un heredero?
            Peter cerró los ojos, admitiendo sus palabras.
            Y ese gesto lo decía todo.

            Reprimiendo las lágrimas que amenazaban con nublarle la visión, Lali enderezó los hombros y se dirigió hacia el duque como una exhalación.

            —Lo que nos definía como pareja era la sinceridad, pero tú no podías confiarme algo tan importante, ¿no es así?
            Peter abrió los ojos y vio cómo se acercaba a él.

            —No quería abrumarte con los detalles.
            Lali no pudo reprimir una carcajada de puro sarcasmo.

            —¿Abrumarme? Dios, te crees tu propia historia. No eres mejor que tu padre. Le dices a la gente que te rodea cómo tiene que hacer las cosas, impones tu voluntad a quien sea y todos siguen tus órdenes.
            Peter intentó tocarla, pero Lali se alejó.

            —No me toques. Eso ya es cosa del pasado.

            —Lali, por favor, sé que esto parece...

            —No es que lo parezca, es que lo es, Peter. Me has mentido sobre el testamento de tu padre.

            —Descubrí la segunda condición después de casarnos.
            A Lali se le hizo un nudo en el estómago. Tanto estrés no podía ser bueno para el bebé. Se obligó a respirar profundamente y luego fue soltando el aire poco a poco.

            —Puede ser, pero eso no te detuvo, ¿no? Al final tú siempre tienes que ganar.
            Peter negó con la cabeza.

            —¿De qué estás hablando? Ambos sabíamos a qué nos arriesgábamos cuando nos acostamos.

            —No se te ocurra mentirme de nuevo. Da la cara, Peter. No eres el primero que me miente en la cara, y los otros eran más grandes que tú y aguantaron más tiempo. Puede que en los últimos meses me haya dejado llevar demasiado por las emociones, pero no soy idiota. —Confiaba en que Peter tuviera el valor de confesarle que había agujereado los preservativos para conseguir lo que quería, y la decencia de pedirle perdón.
            En vez de eso, lo que recibió fue una mirada vacía.
            Sin más palabras, Lali se dirigió hacia las maletas.

            —¿Qué estás haciendo?

            —Me voy. ¿O es que las maletas te confundieron?

            —Por Dios, Lali, podemos arreglarlo. Tendría que haberte explicado lo del anexo.

            —Tienes toda la razón, deberías habérmelo explicado. Te habría dado lo que tú quisieras, Peter. —El corazón se le rompió en mil pedazos cuando las siguientes palabras salieron de su boca—: Solo tenías que pedírmelo.
            Dio media vuelta y se alejó de la vida de Peter.

            Una parte de Lali esperaba que saliera corriendo detrás de ella. Sin embargo, ese era su lado más romántico, la parte de ella que creía que había significado algo más para él que una yegua con la que reproducirse. Daba igual si se iba o no. Peter habría conseguido su heredero.
            Y ella una vida de remordimientos. 

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