Capítulo 14:
Lali se durmió antes que yo. Su respiración era calmada y su cuerpo se encontraba relajado contra el mío. Era cálida, y su nariz hacía el zumbido más mínimo y dulce cuando inhalaba. Su cuerpo en mis brazos se sentía demasiado bien. Era algo a lo que me podía acostumbrar con mucha facilidad. Tan asustado como eso me hacía sentir, no me podía mover.
Conociendo a Lali, se despertaría y me recordaría que era un trasero irritante, y me gritaría por dejar que esto pasara o, peor, trataría de que nunca pasara de nuevo.
No era tan estúpido como para tener esperanza, o lo suficientemente fuerte para dejar de sentirme de la manera en que lo hacía. Total revelación. No tan rudo, después de todo. No cuando se trataba de Lali.
Mi respiración se hizo más lenta, y mi cuerpo se hundió en el colchón, pero luché contra la fatiga que constantemente me alcanzaba. No quería cerrar mis ojos y perderme incluso un segundo de cómo se sentía tener a Lali tan cerca.
Se movió, y me congelé. Sus dedos se presionaron en mi piel, y luego se abrazó contra mí una vez antes de relajarse de nuevo. Besé su cabello, y apoyé mi mejilla contra su frente.
Cerrando mis ojos sólo por un momento, tomé un respiro.
Abrí mis ojos de nuevo y ya era de día. Joder. Sabía que no debía hacerlo. Lali se movía, tratando de salirse de debajo de mí. Mis piernas estaban sobre las suyas, y mi brazo aún la sujetaba.
—Basta, Pidge. Estoy durmiendo —dije, acercándola más.
Sacó sus piernas, una a la vez, y luego se sentó en la cama y suspiró. Deslicé mi mano sobre la cama, alcanzando las puntas de sus dedos pequeños y delicados. Su espalda estaba hacia mí, y no se dio la vuelta.
—¿Qué pasa, Pigeon?
—Voy por un vaso con agua. ¿Quieres algo?
Negué con la cabeza y cerré mis ojos. Ya sea que ella fuera a fingir que no pasó o estuviera enojada, ninguna de las opciones era buena.
Lali salió y me quedé acostado un rato, tratando de encontrar la motivación para moverme. Las resacas apestaban, y mi cabeza latía con fuerza.
Podía escuchar la profunda y apagada voz de Agustín, así que decidí arrastrar mi trasero fuera de la cama.
Mis pies desnudos golpearon contra el suelo de madera mientras caminaba hacia la cocina. Lali estaba de pie en mi camiseta y bóxer, vertiendo jarabe de chocolate en un tazón humeante de avena.
—Eso es asqueroso, Pidge —repliqué, tratando de parpadear el desenfoque fuera de mis ojos.
—Buenos días también para ti.
—Escuché que tu cumpleaños se acerca. Lo último en tus años adolescentes.
Ella hizo una mueca, atrapada con la guardia baja.
—Sí… No soy una persona de cumpleaños. Creo que Cande va a llevarme a cenar o algo así. —Sonrió—. Puedes venir si quieres.
Me encogí de hombros, tratando de pretender que su sonrisa no me había alcanzado. Ella me quería allí.
—De acuerdo. ¿Es una semana después del domingo?
—Sí. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—No hasta abril. El primero de abril —dije, vertiendo leche sobre el cereal.
—Estás bromeando.
Tomé un bocado, divertido ante su sorpresa.
—No, lo digo en serio.
—¿Tu cumpleaños es el Día de los Inocentes?
Me reí. Esa mirada en su rostro no tenía precio.
—¡Sí! Vas a llegar tarde. Mejor me voy a vestir.
—Voy a ir con Cande.
Ese pequeño rechazo era mucho más duro de escuchar de lo que debería haber sido. Había estado viajando al campus conmigo, y ¿de pronto iba a viajar con Candela? Me hacía preguntarme si era por lo que pasó anoche. Probablemente trataba de distanciarse de mí de nuevo, y eso no era más que decepcionante.
—Como sea —dije, dándole la espalda antes de que pudiera ver la decepción en mis ojos.
Las chicas tomaron sus mochilas de prisa. Candela arrancó del estacionamiento como si hubiera asaltado un banco.
Agustín salió de su habitación, poniéndose una camiseta sobre la cabeza.
Sus cejas se juntaron.
—¿Acaban de irse?
—Sí —dije distraídamente, levantado mi tazón de cereal y tirando las sobras de la avena de Lali en el lavabo. Apenas la había tocado.
—Bueno, ¿qué diablos? Cande ni siquiera me dijo adiós.
—Sabías que iba a clases. Deja de ser un bebé llorón.
Agustín apuntó hacia su pecho.
—¿Yo soy un bebé llorón? ¿Recuerdas anoche?
—Cállate.
—Eso es lo que pensé. —Se sentó en el sofá y se deslizó dentro de sus tenis—. ¿Le preguntaste a Lali sobre su cumpleaños?
—No dijo mucho, excepto que no le gustan los cumpleaños.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer?
—Hacerle una fiesta. —Agustín asintió, esperando a que le explicara—. Pensé que la sorprendería. Invitar a algunos de sus amigos y hacer que Candela se la lleve fuera por un rato.
Agustín se puso su gorra blanca de béisbol, tirándola hacia tan abajo sobre sus cejas que no podía ver sus ojos.
—Puede manejarlo. ¿Algo más?
—¿Qué piensas de un perrito?
Agustín se rió una vez.
—No es mi cumpleaños, amigo.
Caminé alrededor de la barra de desayuno e incliné mi cadera contra el taburete.
—Lo sé, pero vive en los dormitorios. No puede tener un perrito.
—¿Tenerlo aquí? ¿En serio? ¿Qué vamos a hacer para tener un perro?
—Encontré un terrier en línea, es perfecto.
—¿Un qué?
—Pidge es de Kansas, es el mismo perro que Dorothy tenía en El Mago de Oz.
La cara de Agustín estaba en blanco.
—El Mago de Oz.
—¿Qué? Me gustaba el espantapájaros cuando era un niño, cierra la boca.
—Se va a cagar por todas partes, Peter. Ladrará y llorará y… no sé.
—Igual que Candela… menos la parte de cagarse. —A Agustín no le hizo gracia—. Lo sacaré y limpiaré lo que haga. Lo mantendré en mi habitación. Ni siquiera sabrás que está aquí.
—No puedes evitar que ladre.
—Piénsalo. Tienes que admitir que eso la va a conquistar.
Agustín sonrió.
—¿De eso es de lo que se trata todo esto? ¿Estás tratando de ganarte a Lali?
Mis cejas se juntaron.
—Déjalo.
Su sonrisa se ensanchó.
—Puedes conseguir al maldito perro… —Sonreí. ¡Sí! ¡Victoria!—…si admites que tienes sentimientos por Lali.
Fruncí el ceño. ¡Joder! ¡Derrota!
—¡Vamos, amigo!
—Admítelo —dijo Agustín, cruzando sus brazos. Qué idiota. En realidad iba a hacerme decirlo.
Miré al suelo y a todas partes excepto a la petulante e idiota sonrisa de Agustín.
Luché contra ello por un rato, pero el perrito era jodidamente brillante.
Lali iba a dar una voltereta (en el buen sentido, por una vez), y podría tenerlo en el apartamento. Ella querría estar aquí todos los días.
—Me gusta —dije entre dientes.
Agustín sostuvo su mano en su oreja.
—¿Qué? No pude escucharte bien.
—¡Eres un idiota! ¿Escuchaste eso?
Agustín cruzó los brazos.
—Dilo.
—Me gusta, ¿de acuerdo?
—No es lo suficientemente bueno.
—Tengo sentimientos por ella. Me preocupo por ella. Mucho. No puedo soportar cuando no está cerca. ¿Feliz?
—Por ahora —dijo, tomando su mochila del suelo. Colgó una correa sobre su hombro, y luego tomó su celular y llaves—. Nos vemos en el almuerzo, marica.
—Come mierda —repliqué.
Agustín siempre era el idiota enamorado actuando como un tonto. No me iba a dejar vivir tranquilo.
Sólo me tomó un par de minutos vestirme, pero toda esa charla me hizo llegar tarde. Me puse mi chaqueta de cuero y mi gorra de béisbol al revés. Mi única clase del día era Química III, así que llevar mi mochila no era necesario. Alguien en clase me prestaría un lápiz si tuviéramos una prueba.
Lentes de sol. Llaves. Teléfono. Billetera. Me puse mis botas y cerré de golpe la puerta detrás de mí, trotando por las escaleras. Manejar la Harley no era tan atractivo sin Lali en la parte de atrás. Maldita sea, ella estaba arruinando todo.
En el campus, caminé un poco más rápido de lo usual para llegar a clases a tiempo. Con sólo un segundo que perder, me deslicé en el escritorio. La doctora Webber rodó sus ojos, nada contenta con mi tiempo y probablemente un poco irritada con mi falta de materiales. Le guiñé un ojo, y una mínima sonrisa tocó sus labios. Negó con la cabeza y luego regresó su atención a los papeles en su escritorio.
No fue necesario un lápiz, y una vez que fuimos despedidos, despegué hacia la cafetería.
Agustín esperaba a las chicas en medio de los jardines. Agarré su gorra de béisbol, y antes de que pudiera quitármela, la lancé como un disco volador por el césped.
—Qué bonito, idiota —dijo, caminando los pocos metros para recogerla.
—Perro loco —dijo alguien detrás de mí. Sabía por la voz desaliñada y profunda quién era. Adam se acercó a Agustín y a mí con su expresión de negocios—. Estoy tratando de formar una pelea. Estén preparados para una llamada.
—Siempre lo estamos —dijo Agustín. Él era algo así como mi representante.
Se encargaba de pasar la voz y se aseguraba de que yo estuviera en el lugar correcto en el momento adecuado.
Adam asintió una vez y luego se fue a su siguiente destino, fuera lo que fuera. Nunca había estado en clases con el tipo. Ni siquiera estaba seguro de si él realmente asistía a esta escuela. Mientras me pagara, supongo que no me importaba.
Agustín miró a Adam alejarse, y luego se aclaró la garganta.
—Entonces, ¿escuchaste?
—¿Qué?
—Arreglaron las duchas en Morgan.
—¿Y?
—Candela y Lali se marcharán esta noche. Vamos a estar ocupados ayudándolas a mudar toda su mierda de vuelta a los dormitorios.
Mi rostro cayó. La idea de Lali empacando y yo llevándola de regreso a Morgan se sentía como un golpe en la cara. Especialmente después de anoche, probablemente estaría feliz de irse. Podría no hablarme de nuevo. Mi mente pasó a través de un millón de escenarios, pero no podía pensar en nada para hacer que se quedara.
—¿Estás bien, amigo? —preguntó Agustín.
Las chicas aparecieron, riendo y sonrientes. Traté de sonreír, pero Lali estaba demasiado avergonzada por lo que fuera que Candela se reía.
—Hola, cariño —dijo Candela, besando a Agus en la boca.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Agustín.
—Oh, un chico en clase estuvo mirando a Lali toda la hora. Fue adorable.
—Siempre y cuando él estuviera mirando a Lali. —Agustín hizo un guiño.
—¿Quién era? —pregunté sin pensar.
Lali cambió su peso, reajustando su mochila. Estaba llena de libros y la cremallera apenas contenía sus cosas. Debía estar pesada. La tomé de su hombro.
—Cande está imaginando cosas —dijo, rodando sus ojos.
—¡Lali! ¡Eres una gran mentirosa! Era Gastón Dalmau, y él estaba siendo tan obvio. El tipo prácticamente estaba babeando.
Mi cara se retorció.
—¿Gastón Dalmau?
Agustín tiró de la mano de Candela.
—Nos vamos a almorzar. ¿Disfrutaras de la fina cocina de la cafetería esta tarde?
Candela lo besó otra vez en repuesta, y Lali los siguió, provocando que yo hiciera lo mismo. Caminamos en silencio. Iba a averiguar acerca de las duchas, se mudarían de nuevo a Morgan y Gastón la invitaría a salir.
Gastón Dalmau era un idiota, pero podía ver a Lali interesada en él. Sus padres eran estúpidos ricos e iba a la escuela de medicina, en la superficie era una buen tipo. Ella iba a acabar con él. El resto de su vida con él pasó por mi cabeza, y era todo lo que podía hacer para calmarme. La imagen mental luchando contra mi genio y empujándolo dentro de una caja ayudó.
Lali puso su bandeja entre Candela y Nico. Una silla vacía a pocos asientos abajo era mejor opción para mí que intentar mantener una conversación como si no acabara de perderla. Esto iba a apestar y no sabía qué hacer. Había desperdiciado tanto tiempo en juegos. Lali no tuvo la oportunidad de llegar a conocerme. Diablos, incluso si la tuviera, probablemente estaría mejor con alguien como Gastón Dalmau.
Maass
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