domingo, 14 de diciembre de 2014

Walking Disaster: Capítulo 12

Capítulo 12:

Las chicas terminaron de prepararse y se fueron temprano para su clase de las ocho. Agustín volvió a ocuparse de los platos, feliz de por fin haberse salido con la suya.


—Amigo, gracias. Creía que Candela no iría.

—¿Qué demonios? ¿Intentaban emparejar a Pidge con alguien?

—No. Quiero decir, Candela podría hacerlo. No lo sé. ¿Qué importa?

—Importa.

—¿Si?

—Simplemente no… no hagan eso, ¿está bien? No quiero verla besándose en un rincón oscuro con Gastón Dalmau.

Agustín asintió, frotando los restos de huevo del sartén. 

—O con cualquier otra persona.

—¿Y?

—¿Cuánto tiempo crees que esto permanecerá así?

Fruncí el ceño. 

—No lo sé. Tanto como pueda. Simplemente no me presiones.

—Peter, ¿la quieres o no? Hacer todo lo posible para impedir que salga con otra persona cuando ni siquiera estás con ella, eso es una forma un poco idiota de actuar.

—Sólo somos amigos.

Agustín me dirigió una sonrisa dudosa. 

—Los amigos hablan de un polvo de fin de semana. De algún modo, no veo que eso pueda suceder entre ustedes.

—No, pero eso no significa que no podamos ser amigos.

Las cejas de Agustín se alzaron con incredulidad. 

—En cierto modo, sí, hermano.

No se equivocaba. Simplemente yo no quería admitirlo. 

—Es sólo que… —Hice una pausa, observando la expresión de Agustín. De todas las personas, él sería el último que me juzgaría, pero me hacía sentir débil admitir lo que había estado pensando y cómo frecuentemente pensamientos sobre Lali cruzaban mi mente. Agustín lo entendería, pero eso no me hacía sentir mejor para decirlo en voz alta—. Hay algo en ella que necesito. Eso es todo. ¿Es extraño que piense que es fantástica como el infierno y que no quiera compartirla?

—No puedes compartirla si no es tuya.

—¿Qué sé acerca de tener citas, Agus? Tú. Tú y tus retorcidas y necesitadas relaciones. Si ella conoce a alguien más y empiezan a salir, la perderé.

—Entonces, sal con ella.

Negué con la cabeza. 

—Todavía no estoy listo.

—¿Y eso por qué? ¿Tienes miedo? —preguntó Agustín, arrojándome el trapo a la cara. Cayó al suelo y me incliné para recogerlo. La tela retorcida y estirada en mis manos mientras la retorcía de un lado a otro.

—Ella es diferente, Agustín. Es buena.

—¿Qué estás esperando?

Me encogí de hombros. 

—Sólo una razón más, supongo.

Agustín hizo una mueca de desaprobación y luego se agachó para encender el lavavajillas. Una mezcla de sonidos mecánicos y líquidos llenó la habitación y Agustín se fue a su habitación. 

—Se acerca su cumpleaños, ya sabes. Cande quiere que organicemos algo juntos.

—¿El cumpleaños de Lali?

—Sí. En poco más de una semana.

—Bueno, tenemos que hacer algo. ¿Sabes qué le gusta? ¿Tiene Candela algo  en mente? Supongo que mejor le compro algo. ¿Qué demonios le compro?

Agustín sonrió mientras cerraba la puerta de su habitación. 

—Te las arreglarás. Las clases empiezan en cinco minutos. ¿Vendrás en mi coche?

—Nah. Voy a ver si puedo conseguir llevar a Lali en la parte trasera de mi moto. Es lo más cerca que puedo estar dentro de sus muslos.

Agustín se rió y luego cerró la puerta detrás de él.

Me dirigí a mi habitación y me puse un par de vaqueros y una camiseta. Cartera, llaves, teléfono. No podía imaginar ser una chica. La rutina de mierda por la que tenían que pasar sólo para salir por la puerta consumía la mitad de sus vidas.

La clase duró una maldita eternidad y luego atravesé corriendo el campus hasta Morgan Hall. Lali estaba de pie en la entrada principal con un tipo, y mi sangre empezó a hervir al instante. Unos pocos segundos más tarde, reconocí a Nico y suspiré con alivio. Nico agitaba los brazos, obviamente en medio de una gran historia, tomándose una pausa únicamente para darle una calada a su cigarrillo.

Cuando me acerqué, Nico le hizo un guiño a Lali. Lo tomé como una buena señal. 

—Hola, Peter —cantó.

—Nico. —Asentí, cambiando rápidamente mi atención a Lali—. Me dirijo a casa, Pidge. ¿Necesitas un aventón?

—Estaba a punto de entrar —dijo, sonriéndome.

Mi estómago se hundió, y hablé sin pensar. 

—¿No te vas a quedar conmigo esta noche?

—No, sí lo haré. Sólo tenía que recoger un par de cosas que olvidé.

—¿Cómo qué?

—Bueno, mi maquinilla de afeitar para empezar. ¿Qué te importa?

Maldita sea, me gustaba. 

—Ya es hora de que te afeites las piernas. Están destrozando las mías.

Los ojos de Nico casi se salieron de sus órbitas.

Lali frunció el ceño. 

—¡Así es como empiezan los rumores! —Miró a Nico—. Estoy durmiendo en su cama... sólo durmiendo.

—Correcto —dijo Nico con una sonrisa de suficiencia.

Antes de saber lo que ocurría, ella estaba dentro, pisoteando las escaleras hasta su habitación. Di dos pasos a la vez para emparejarme a su paso.

—Oh, no te enojes. Sólo bromeaba.

—Todo el mundo ya asume que estamos teniendo sexo. Estás empeorando las cosas.

Al parecer, que ella tuviera sexo conmigo era algo malo. Si tuviera preguntas acerca de si se interesaba en mí de esa manera en absoluto, ella daría la respuesta: No, sólo no, pero infiernos no. 

—¿A quién le importa lo que piensen?

—¡A mí, Peter! ¡A ! —Abrió la puerta de su dormitorio empujándola, luego miró de un lado del cuarto al otro, abriendo y cerrando cajones, empujando cosas en una bolsa. De repente, me ahogaba en un intenso sentimiento de pérdida, de esos donde tienes que reír o llorar. Una risita se escapó de mi garganta.

Los ojos grises de Lali se oscurecieron y se dirigieron a mí. 

—No es gracioso. ¿Quieres que todo el colegio piense que soy una de tus putas?

¿Mis putas? No eran mías. Pero sí eran putas.

Cogí el bolso de sus manos. Esto no iba bien. Para ella, asociarse conmigo, por no hablar de estar en una relación conmigo, significaba hundir su reputación. ¿Por qué todavía quería ser mi amiga, si eso era lo que sentía?

—Nadie piensa eso. Y si lo hacen, mejor que se aseguren que no me entere.

Sostuve la puerta abierta, y pasó a través de ella. Justo cuando la solté y comencé a seguirla, se detuvo y me obligó a mantener el equilibrio sobre las puntas de los dedos de los pies para no topar con ella. La puerta se cerró detrás de mí, empujándome hacia adelante. 

—¡Guau! —dije, chocando con ella.

Se dio la vuelta. 

—¡Oh, Dios mío! —Al principio pensé que nuestro choque la había lastimado. La mirada de asombro en su rostro me había preocupado por un segundo, pero luego continuó— Probablemente piensen que estamos juntos y que tú estás descaradamente continuando con tu... estilo de vida. ¡Debo verme patética! —Hizo una pausa, sumida en el horror de su conclusión, y luego negó con la cabeza—. No creo que deba quedarme contigo. Deberíamos estar lejos el uno del otro, en general, por un tiempo.

Tomó su bolso de mis manos, y lo agarré de nuevo. 

—Nadie piensa que estamos juntos, Pidge. No tienes que dejar de hablarme para probar tu punto. —Me sentí un poco desesperado, lo que era bastante inquietante.

Tiró del bolso. Decidido, lo tiré hacia atrás. Después de unos cuantos tirones, gruñó con frustración.

—¿Has tenido alguna vez una chica, una amiga, que se quedara contigo? ¿Alguna vez has llevado clases con esas chicas en la escuela? ¿Has almorzado con ellas todos los días? ¡Nadie sabe qué pensar de nosotros, incluso cuando se los decimos!

Me acerqué al estacionamiento con su bolso, mi mente corriendo. 

—Voy a arreglar esto, ¿de acuerdo? No quiero que nadie piense mal de ti por mi culpa.

Lali era siempre un misterio, pero la mirada afligida en sus ojos me tomó por sorpresa. Era inquietante hasta el punto en que quería hacer algo para que su sonrisa no desapareciera. Estaba inquieta y claramente molesta. Lo odiaba tanto que me hizo lamentar todo lo cuestionable que alguna vez había hecho porque era una cosa más que se ponía en el camino.

Fue entonces cuando la realización me golpeó. Como pareja, no íbamos a funcionar. No importa lo que hiciera o cómo me las arreglara para complacerla, nunca sería lo suficientemente bueno. No quería que ella terminara con alguien como yo. Sólo tendría que conformarme con las migajas de tiempo que podría conseguir.

Admitir eso para mí mismo era una píldora difícil de tragar, pero al mismo tiempo, una voz familiar me susurró desde los oscuros rincones de mi mente que necesitaba luchar por lo que quería. Luchar parecía mucho más fácil que la alternativa.

—Déjame compensártelo —dije—. ¿Por qué no vamos esta noche a The Dutch? —The Dutch era un hoyo en la pared7, pero mucho menos concurrido que The Red. Sin tantos buitres dando vueltas.

—Ese es un bar de moteros. —Frunció el ceño.

—Está bien, entonces vamos al club. Te llevaré a cenar y luego podemos ir a The Red Door. Yo invito.

—¿Cómo es que salir a cenar y luego a un club va a solucionar el problema? Cuando la gente nos vea juntos, lo hará peor.

Terminé de atar la bolsa a la parte trasera de mi moto y luego me senté a horcajadas en el asiento. No discutió acerca de la bolsa. Eso siempre era prometedor.

—Piénsalo. Yo, borracho, ¿en una habitación llena de mujeres con poca ropa? No tomará mucho tiempo para que la gente sepa que no somos una pareja.

—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer? ¿Llevar a casa a un chico borracho del bar para probar el punto?

Fruncí el ceño. La idea de que saliera con un chico hizo que mi mandíbula se tensara, como si hubiera derramado jugo de limón en mi boca. 

—No me refería a eso. No hay necesidad de excederse.

Rodó los ojos, y luego se subió al asiento, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura. 

—¿Alguna chica extraña nos seguirá a casa desde el bar? ¿Así es como vas a arreglar las cosas conmigo?

—No estás celosa, ¿verdad, Pigeon?

—¿Celosa de qué? ¿De la imbécil infectada de ETS a quien mandarás al diablo en la mañana?

Me reí, y luego encendí el motor. Si ella supiera lo imposible que era. Cuando la tenía alrededor, todo el mundo parecía desaparecer. Me tomó toda mi atención y concentración mantenerme un paso por delante de ella.

Informamos a Agustín y Candela de nuestros planes, y luego las chicas comenzaron su rutina. Me metí en la ducha primero, dándome cuenta demasiado tarde de que debí haber sido el último, porque las chicas toman mucho más tiempo que Agustín y yo para prepararse.

Agustín, Candela y yo esperamos una eternidad para que Lali saliera del baño, pero cuando por fin salió, casi perdí el equilibrio. Sus piernas parecían que fueran eternas con su corto vestido negro. Sus pechos jugaban a “me ves, ahora no me ves,” sólo apenas haciendo su presencia cuando se giró, y sus largos rizos colgaban a un lado en lugar de sobre su pecho.

No recordaba que estaba bronceada, pero su piel tenía un brillo saludable contra la tela de su vestido oscuro.

—Bonitas piernas —dije.

Sonrió. 

—¿He mencionado que la maquinilla de afeitar es mágica?

Mágico mi trasero. Era jodidamente hermosa. 

—No creo que sea la maquinilla.

La saqué de la puerta de la mano, llevándola al Charger de Agustín. No se alejó, y la sostuve hasta que llegamos al coche. Se sentía mal dejarla ir. Cuando llegamos al restaurante de sushi, entrelacé los dedos entre los de ella mientras caminábamos en el interior.

Pedí una ronda de sake, y luego otra. La camarera no nos pidió identificación hasta que pedí cerveza. Sabía que Cande tenía una identificación falsa, y me quedé impresionado cuando Lali sacó la de ella como un campeón.

Una vez que la camarera la miró y se fue, la agarré. Su foto estaba en la esquina, y todo parecía de fiar por lo que yo sabía. Nunca había visto una identificación de Kansas antes, pero esta era perfecta. El nombre que se leía era Daniela Cousteau, y por alguna razón, eso me excitó. Fuerte.

Lali sacudió la identificación y se salió de mis manos, pero la atrapó en pleno vuelo al suelo, y en segundos estaba escondida dentro de su cartera.

Sonrió y le devolví la sonrisa, apoyándome en los codos. —¿Daniela Cousteau?

Reflejó mi posición, apoyándose en los codos y emparejando mi mirada. Era tan segura. Increíblemente sexy.

—Sí. ¿Y qué?

—Interesante elección.

—Así es el rollo de California. Gallina.
Agustín se echó a reír, pero se detuvo abruptamente cuando Candela retomó su cerveza. 

—Cálmate, cariño. El sake tarda en golpear.

Candela se limpió la boca y sonrió. 

—He tomado sake antes, Agus. Deja de preocuparte.

Cuanto más bebíamos, más fuerte gritábamos. A los camareros no parecía importarle, pero eso era probablemente porque era tarde y sólo había otras cuantas personas en el otro extremo del restaurante, y estaban casi tan borrachos como nosotros. Excepto Agustín. Era demasiado protector con su coche como para beber demasiado cuando conducía, y amaba a Candela más que a su coche. Cuando ella apareció, él no sólo controló su consumo, sino que también siguió todas las leyes de tráfico y utilizó las luces intermitentes.

Dominado.

La camarera trajo la cuenta, y tiré un poco de dinero sobre la mesa, empujando hasta que Lali se deslizó fuera de la cabina. Me dio un codazo jugando, y arrojé con indiferencia mi brazo alrededor de ella mientras caminaba por el estacionamiento.

Candela se deslizó en el asiento delantero junto a su novio, y comenzó a lamerle la oreja. Lali me miró y rodó los ojos, pero a pesar de ser una audiencia cautiva, ella estaba teniendo un buen momento.

Después de que Agustín se detuvo en The Red, nos llevó a través de las filas de autos dos o tres veces.

—Es para esta noche, Agus —murmuró Candela

—Oye, tengo que encontrar un amplio espacio. No quiero que un idiota borracho raye la pintura.

Quizás. O simplemente prolongaba el baño de lengua que su oído recibía de Candela. Qué asco.

Agustín estacionó en el borde de la parcela, y ayudé a Lali a bajar. Salió y tiró de su vestido, y luego sacudió sus caderas un poco antes de tomar mi mano.

—Quería preguntarles acerca de sus identificaciones —dije—. Son perfectas. No las consigues por aquí. —Lo sabría. Había comprado muchas.

—Sí, las hemos tenido durante mucho tiempo. Era necesario... —¿Por qué diablos haría falta que tenga una identificación falsa?—, en Wichita.

La grava crujía bajo nuestros pies mientras caminábamos, y la mano de Lali apretó la mía mientras navegaba por las rocas con sus tacones.

Candela resbaló. Solté la mano de Lali en reacción, pero Agustín atrapó a su novia antes de que cayera al suelo.

—Es algo bueno tener conexiones —dijo Candela, riendo.


—Dios, mujer —dijo Agustín, sosteniendo su brazo antes de que cayera al suelo—. Creo que ya has terminado por esta noche.

Fruncí el ceño, preguntándome qué demonios significaba todo aquello. 

—¿De qué estás hablando, Cande? ¿Qué conexiones?

—Lali tiene algunos viejos amigos que...

—Son identificaciones falsas, Pitt —dijo Lali, interrumpiendo antes de que Candela pudiera terminar—. Tienes que conocer a las personas adecuadas si quieres que se hagan bien, ¿verdad?

Miré a Candela, a sabiendas de que algo no estaba bien, pero miraba a todas partes, excepto a mí. Presionar el asunto no parecía inteligente, sobre todo porque Lali me había llamado Pitt. Podría acostumbrarme a eso, viniendo de ella.

Le tendí la mano. 

—Correcto. —La tomó, sonriendo con la expresión de un estafador. Pensó que me había engañado. Definitivamente iba a volver a eso más tarde.

—¡Necesito otro trago! —dijo ella, tirando de mí hacia la gran puerta roja del club.

—¡Chupitos! —gritó Candela.

Agustín suspiró. 

—Oh, sí. Eso es lo que necesitas. Otro chupito.

Todas las cabezas en la sala se giraron cuando Lali entró, incluso un par de tipos con sus novias, descaradamente rompiendo sus cuellos o recostándose en su silla para mirar por más tiempo.

Oh, joder. Esta será una noche muy mala, pensé, apretando mi mano alrededor de la de Lali.

Caminamos hasta la barra más cercana a la pista de baile. Megan estaba en las sombras humeantes de las mesas de billar. Su sitio de caza habitual. Sus grandes ojos azules se clavaron en mí antes de que incluso la reconociera parada allí. No me miró por mucho. La mano de Lali todavía seguía en la mía, y la expresión de Megan cambió en el momento que lo vio. Asentí hacia ella, y sonrió.


Mi asiento habitual en el bar estaba libre, pero era el único libre a lo largo dela barra. Cami me vio llegar con Lali, por lo que se rió una vez, y luego puso en alerta de mi llegada a las personas sentadas en los taburetes alrededor, advirtiéndoles de su desalojo inminente. Se fueron sin quejarse.



Digan lo que quieran. Ser un psicópata cabrón tenía sus ventajas.

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