sábado, 13 de diciembre de 2014

Walking Disaster: Capítulo 11

Capítulo 11:

El sol acababa de empezar a arrojar sombras sobre las paredes de mi habitación cuando abrí los ojos. El pelo de Lali estaba enredado y desordenado, cubriendo mi cara. Respiré profundamente por la nariz.


Amigo. ¿Qué estás haciendo… además de ser espeluznante? pensé. Me giré sobre mi espalda, pero antes de poder detenerme a mí mismo, inspiré otra vez. Ella todavía olía a champú y loción.

Unos segundos más tarde, sonó la alarma y Lali empezó a despertarse.

Pasó su mano por mi pecho y luego la retiró.

—¿Peter? —dijo aturdida—. La alarma. —Esperó un minuto y luego suspiró, estirándose por encima de mí, esforzándose hasta que finalmente alcanzó la alarma y luego le dio un golpe contra el plástico hasta que el ruido se detuvo.

Se dejó caer contra la almohada y resopló. Una risita escapó de mis labios y jadeó.

—¿Estabas despierto?

—Prometí que me portaría bien. No dije nada al respecto de permitirte acostarte sobre mí.

—No me acosté sobre ti. No podía alcanzar el despertador. Esa tiene que ser la alarma más molesta que he oído. Suena como un animal moribundo.

—¿Quieres desayunar? —Coloqué las manos detrás de mi cabeza.

—No tengo hambre.

Parecía enfadada por algo, pero ignoraba por qué. Probablemente no era una persona mañanera. Aunque con esa lógica, en realidad no era una persona de tarde o una persona nocturna, tampoco. Ahora que lo pensaba, era una especie de perra malhumorada… y me gustaba.


—Bueno, yo sí. ¿Por qué no vienes conmigo a la cafetería que está cerca?

—No creo que pueda soportar tu falta de habilidad para conducir tan temprano.

Metió sus pequeños pies en sus zapatillas y luego se dirigió arrastrando los pies hasta la puerta.

—¿A dónde vas?

Se enfadó al instante. 

—A vestirme e ir a clase. ¿Necesitas un itinerario mientras estoy aquí?

¿Quería jugar duro? Está bien. Jugaría. Caminé hacia ella y apoyé las manos sobre los hombros. Maldita sea, su piel se sentía bien contra la mía. 

—¿Siempre eres tan temperamental o eso cambiará una vez que creas que no estoy elaborando ningún complejo plan para meterme en tus bragas?

No soy temperamental.

Me incliné, susurrando en su oído: 

- No quiero acostarme contigo, Pidge. Me gustas demasiado.

Su cuerpo se tensó, y luego me fui sin decir otra palabra. Saltar de un lado a otro para celebrar la emoción de la victoria habría sido un poco obvio, así que me contuve hasta que estuve lo suficientemente escondido detrás de la puerta, y luego hice unos cuantos golpes con el puño en el aire de modo festivo.

Hacerla estar en guardia no era siempre fácil, pero cuando funcionaba, me sentía como si estuviera un paso más cerca de… ¿De qué? No estaba exactamente seguro. Simplemente se sentía correcto.

Había pasado mucho tiempo desde que había ido a comprar algo de comida, así que el desayuno no era muy elaborado, pero era lo suficientemente bueno. Rompí unos huevos en un bol, añadí una mezcla de cebolla, pimientos verdes y rojos, y luego lo vertí en un sartén.

Lali entró y se sentó en un taburete.

—¿Estás segura de que no quieres desayunar?

—Estoy segura. Gracias, sin embargo.

Acababa de salir rodando de la cama y aun así lucía hermosa. Era ridículo. Estaba seguro de que no podía ser normal, pero tampoco lo sabía. Las únicas chicas que había visto en la mañana eran las de Agustín, y no había mirado a ninguna lo suficientemente cerca como para tener una opinión.

Agustín tomó unos platos y los sostuvo frente a mí. Recogí los huevos con la espátula y los dejé caer en cada plato. Lali miró con leve interés.

Candela soltó un resoplido mientras Agus dejaba el plato delante de ella. 

—No me mires de esa manera, Agus. Lo siento, simplemente no quiero ir.

Agustín había estado abatido durante días por el rechazo de Candela de su invitación a la fiesta de citas. No la culpaba. Las fiestas de citas eran una tortura. El hecho de que ella no quisiera ir era algo impresionante. La mayoría de las chicas se morían por ser invitadas a esas cosas.

—Bebé —replicó Agustín— la Hermandad tiene una fiesta de citas dos veces al año. Falta un mes. Tendrás un montón de tiempo para encontrar un vestido y hacer todas esas cosas de chicas.

Candela no cedió. Me desconecté de ellos hasta que me di cuenta de que Candela concordaba con ir sólo si Lali también lo hacía. Si Lali iba, eso significaba que iría con una cita. Candela me miró y alzó una ceja.

Agustín no dudó. 

—Pitt no va a las fiestas de citas. Es algo a lo que llevas a tu novia… y Peter no… ya sabes.

Candela se encogió de hombros. 

—Podríamos emparejarla con alguien.

Empecé a hablar, pero Lali claramente no estaba feliz. 

—Los puedo oír, ¿saben? —replicó.

Candela hizo un mohín. Esa era la cara a la que Agustín no podía negarle nada.

 —Por favor, Lali. Te encontraremos un buen chico que sea divertido e ingenioso, y sabes que me aseguraré de que sea caliente. ¡Te prometo que te lo pasarás bien! Y ¿quién sabe? Quizás consigas ligar.

Fruncí el ceño. ¿Candela le encontraría un hombre? Para la fiesta de citas. Uno de mis hermanos de fraternidad. Oh, demonios, no. La idea de ella haciéndolo concualquiera hizo que se me erizaran los vellos de la nuca.

La sartén hizo un ruido fuerte cuando la arrojé al fregadero. 

—No he dicho que no la llevaría.

Lali rodó los ojos. 

—No me hagas ningún favor, Peter.

Di un paso. 

—Eso no es lo que quise decir, Pidge. Las fiestas de citas son para tipos con novia, y todo el mundo sabe que a mí no me va ese rollo del noviazgo. Pero no tendré que preocuparme porque esperes un anillo de compromiso después.

Candela hace un mohín de nuevo.

 —¿Por fis, Lali?

Lali parecía como si estuviera padeciendo algún dolor. 

—¡No me mires así! Peter no quiere ir. Yo no quiero ir… no seríamos una compañía muy agradable.

Cuanto más pensaba en ello, más me atraía la idea. Crucé los brazos y me apoyé en el fregadero. 

—No dije que no quisiera ir. Creo que será divertido si vamos los cuatro.

Lali retrocedió cuando todos los ojos se volvieron hacia ella. 

—¿Por qué no pasamos el rato aquí?

Yo estaba bien con eso.

Los hombros de Candela se desplomaron y Agustín se inclinó hacia adelante.

—Porque tengo que ir, Lali —dijo Agustín—. Soy un estudiante de primer año. Tengo que asegurarme de que todo vaya bien, de que todo el mundo tenga una cerveza en la mano, cosas así.

Lali estaba mortificada. Claramente no quería ir, pero lo que más miedo me daba era que ella no podía decirle que no a Candela, y Agustín estaba dispuesto a decir cualquier cosa para que su novia fuera. Si Lali no iba conmigo, podía terminar pasando la noche —toda la noche— con uno de mis hermanos de fraternidad. No eran malos tipos, pero había escuchado las historias que contaban, e imaginármelos hablando de Lali era algo que no podría soportar.

Atravesé la cocina y envolví mis brazos alrededor de los hombros de Lali.

—Vamos, Pidge. ¿Quieres ir conmigo?

Lali miró a Candela, luego a Agustín. Pasaron sólo unos pocos segundos hasta que me miró a los ojos, pero pareció una maldita eternidad.

Cuando sus ojos finalmente se encontraron con los míos, sus barreras se derrumbaron. 

—Sí —dijo con un suspiro. El entusiasmo en su voz era inexistente, pero no importaba. Iría conmigo, y esa certeza me permitió respirar otra vez.


Candela gritó del modo en que lo hacen las chicas, dio palmadas y luego agarró a Lali y la abrazó.

Agustín me ofreció una sonrisa agradecida, y luego otra a Pigeon. 

—Gracias, Lali —dijo, colocándole una mano en la espalda.

Nunca había visto a nadie menos feliz de ir a una cita conmigo, pero de nuevo, yo no era la causa por la que ella se sentía infeliz.

1 comentario:

Comenten, todas sus opiniones cuentan:3