Solo los dejé hablar. Fue agradable escuchar algo más que teorías y conspiraciones sobre el incendio. La policía ya había ido a lo de Jim y hablado con Peter, así que dejaría saber que no sabía absolutamente nada.
Después de clases, caminé a través del césped lodoso hasta el Pitufo y me congelé cuando vi a P.J. apoyado en el borde del costado del Jeep, tocando su teléfono. Se paró derecho cuando me notó a dos metros de distancia. Seguí caminando, aunque lentamente.
—Me preguntaba si volverías —dije.
—Tomé el primer vuelo.
—¿Comprobando a todo el mundo?
Asintió.
—Control de daños.
—Deja a Peter fuera de eso —espeté.
Se rió una vez sin humor, claramente sorprendido con mi ira.
—No soy yo, Lali.
—Si no estás aquí por trabajo, ¿entonces por qué estás aquí?
—No puedo decirte los detalles, Lali, sabes eso. Pero estoy aquí, ahora, para verte.
Negué con la cabeza.
—P.J. ya hablamos de esto. Tus apariciones aleatorias están haciendo las cosas más difíciles de lo que deberían. Así que a menos que estés dispuesto a sincerarte...
Negó con la cabeza.
—No puedo hacerlo ahora mismo.
—Entonces deberías irte.
—Sólo quería decir hola.
—Hola —le dije, ofreciéndole una pequeña sonrisa.
Se inclinó para besar mi mejilla, y me aparté. Por mucho que quisiera fingir que era inocente y amable, los dos sabíamos que no lo era.
—Solo estaba diciendo adiós.
—Adiós.
P.J. asintió, y entonces se dio la vuelta y se fue.
Volví a casa para tomar un aperitivo antes de ir a la tienda, sintiéndome triste. Hice un par de emparedados de jamón con queso y, a continuación, comí uno en el camino, pensando en los peluches y flores que habían empezado a acumularse delante del Keaton.
Cuando llegué a Skin Deep, el Intrepid y el Talon de Hazel ya se encontraban allí. Entré, pero no había nadie en el escritorio o en el vestíbulo. Caminé unos pasos por el pasillo, viendo inmediatamente las botas amarillas de Peter, uno de sus pies rebotando hacia arriba y abajo.
—¡Solo jodidamente hazlo, Hazel! ¿Estás esperando que Cristo vuelva? ¡Joder!
—No —dijo ella con dulzura, mirándome—. La esperaba a ella.
Ella agudizó su oído, y él ahogó un gruñido, seguido de una serie de improperios, algunos que nunca había oído antes.
—¡Hermoso! —dijo.
—¿En serio? Me estoy malditamente agujereando por ti, ¿y me llamas hermoso? ¿Qué hay de varonil? ¿Semental? ¿Patea culos?
—¡Lindo! —dijo Hazel, plantando un beso en su frente.
Peter gimió.
—Te traje uno de jamón y queso —dije, agarrando pedacitos de jamón del mío—. Está en el cubículo de enfrente.
Peter me guiñó un ojo.
—Te amo, nena.
—¡Siguiente! —dijo Hazel.
La sonrisa de Peter se desvaneció.
Hazel lo clavó de nuevo, y los dos pies de Peter dejaron el suelo, pero no hizo el menor ruido.
—Y por eso esperé a tu chica. Así no lloras. Maldita sea, Lali toma tu polla todas las noches, y es mucho más grande que una aguja de dieciséis.
Fruncí el ceño.
—Fuera de lugar. Necesitas calmarte. Has sido súper inapropiado últimamente.
Hazel sacó su labio.
—¡Cuéntame!
Peter tenía una sonrisa irónica.
—Pero tiene razón, muñequita. Soy mucho más grande que una aguja de dieciséis.
Me atraganté.
—Me voy de aquí. —Volví a mi escritorio, tiré el resto de mi emparedado, y organicé formularios, contando para ver cuáles necesitaban más copias. Luego regresé a la fotocopiadora. Sin embargo, no tuve que hacer mucho trabajo no productivo por mucho tiempo. Nuestra tarde se llenó de estudiantes para hacerse tatuajes de sus compañeros fallecidos, hermanos de fraternidad, hermandad; y en un caso, un padre vino a hacerse un tatuaje en nombre de su hija.
Me pregunté si alguna de las personas que entraban por la puerta conocía a la chica con los dedos de los pies bonitos. Cerré los ojos con fuerza, tratando de llenar mi mente con algo más agradable. Por fin todos estábamos agotados, pero Peter y Bishop no se irían hasta que todo el que vino por tinta conmemorativa tuvieran lo que habían ido a buscar.
Cuando el último cliente abandonó el edificio, sacudió las caderas de lado a lado mientras desconectaba mi computadora, tratando de ofrecer algo de alivio a mi dolor de espalda. La alfombra de la tienda estaba puesta sobre concreto, y estar parada sobre ella todo el día era una tortura.
Hazel ya se había retirado por la noche, y Calvin se fue cinco minutos después del último cliente. Bishop y Peter limpiaron, luego vino al frente a esperarme.
Bishop me miraba, y no me tomó mucho tiempo darme cuenta.
—¿Qué? —pregunté, un poco insolente. Estaba cansada y no en el modo para rarezas.
—Te vi hoy.
—¿Oh?
—Te vi hoy.
Lo miré como si estuviera loco y Peter también.
—Te escuché —dije, disgustada.
—También vi a P.J. Ese era P.J. ¿verdad? —Puso énfasis en las letras, lo sabía.
Oh, Dios.
El rostro de Peter se sacudió inmediatamente en mi dirección.
—¿P.J.? ¿Está en la ciudad?
Me encogí de hombros, tratando de que mi vida dependiera de ello para mantener mi cara sin emociones.
—Venía a ver a su familia.
Peter entrecerró los ojos y apretó los dientes.
—Apagaré la luz —dije, caminando por el pasillo y presionando el interruptor principal. Bajé los interruptores, y luego regresé al vestíbulo. Bishop y Peter aún se hallaban ahí, excepto que ahora Peter miraba a Bishop.
—¿Qué viste? —preguntó Peter.
—Te lo diré. Pero prométeme que pensarás antes de actuar. Prométeme que dejarás que me explique. —Sabía que no podía explicarlo todo. Solo tenía que ganar algo de tiempo.
—¡Lali!
—¡Promételo!
—¡Lo prometo! —gruñó—. ¿De qué habla Bishop?
—Estaba en mi Jeep cuando salí de clase. Hablamos un poco. No era gran cosa.
Bishop negó.
—Definitivamente no es lo que vi.
—¿Cuál es tu maldito problema? —susurré.
Se encogió de hombros.
—Solo pensé que Peter debe saber.
—¿Saber qué? —grité—. ¡No pasó nada! ¡Trató de darme un beso y retrocedí! ¡Si viste algo diferente es que eres un mentiroso de mierda!
—¿Trató de besarte? —dijo Peter en voz baja y amenazante.
—Lo hizo retroceder —dijo Bishop—. Me voy. Hasta luego.
—¡Vete a la mierda! —grité, aventándole mi organizador lleno de clips. Agarré mi abrigo y salí a la calle, pero Bishop ya se iba al estacionamiento. Peter salió, y cerró la puerta, dándole varias vueltas a la llave.
Peter negó con la cabeza.
—Ya terminé con esto, Lali. Estoy jodidamente terminando con esto.
Mi pecho se apretó.
—Terminaste.
—Sí, terminé. ¿Esperabas que siguiera aguantando esto?
Lágrimas calientes llenaron mis ojos y corrieron por mis mejillas en un flujo continuo.
—¡Ni siquiera lo besé! ¡No pasó nada!
—¿Por qué lloras? ¿Estás llorando por él? ¡Eso es jodidamente genial, Lali!
—¡No, no estoy llorando por él! ¡No quiero que esto se acabe! ¡Te amo!
Peter hizo una pausa y luego negó con la cabeza.
—No terminé contigo, nena. Terminé con él —su voz baja y aterradora de nuevo—. Él ya acabó contigo.
—Por favor —dije, extendiéndole la mano—. Se lo expliqué. Lo sabe. Era solo el cierre, creo.
Asintió, furioso.
—¿Tú crees?
Asentí rápidamente, rogándole con los ojos.
Peter sacó las llaves del coche.
—¿Todavía está en la ciudad?
No respondí.
—¿Dónde se está quedando?
Presioné los dedos en mi pecho y luego en los labios.
—Peter, estás agotado. Estás exagerando.
—¿Dónde diablos se está quedando? —gritó. Las venas de su cuello y frente se saltaron, y comenzó a temblar.
—No te puedo decir —dije, sacudiendo mi cabeza.
—No lo harás —dijo, respirando fuerte—. Tu solo... ¿Dejarás que continúe jodiéndonos así?
Guardé silencio. No podía decirle la verdad, así que no tenía sentido.
—¿Me amas? —preguntó.
—Sí —lloré, tratando de alcanzarlo.
Se apartó.
—¿Por qué no se lo dices, Lali? ¿Por qué no le dices que estás conmigo?
—Lo sabe.
Peter picó la punta de su nariz con el dorso de la mano y asintió.
—Entonces está decidido. La única manera de que va a estar lejos de ti es que patee su culo.
Sabía que esto iba a suceder. Lo sabía y lo hice de todos modos.
—Lo prometiste.
—¿Vas a usar esa carta? ¿Por qué lo proteges? ¡No lo entiendo!
—¡No lo protejo a él! ¡Te protejo a ti! —dije sacudiendo la cabeza.
—Voy a encontrarlo, Lali. Voy a seguirle la pista y cuando lo encuentre...
Mi celular sonó en mi bolsillo, y volvió a sonar.
Lo saqué para comprobar rápidamente. Peter debió notar mi expresión, porque lo agarró de mis manos.
—"Tenemos que hablar" —dijo, leyendo el mensaje. Era P.J.
—Lo prometiste —lloré.
—¡Así como tú! —gritó. Su voz sonó a través de la noche, haciéndose eco en el estacionamiento vacío.
Tenía razón. Había hecho promesas de mantener el secreto de P.J., y de amar a Peter. No podía mantener ambas. Me encontraría con P.J. Era tiempo de convencerlo de liberarme de esa carga, pero no podía arriesgarme a que Peter me siguiera, y no podía encontrarme con P.J. sin hacer que Peter me aborreciera. P.J. se podía ir al día siguiente por lo que sabía. Tenía que encontrarme con él justo en ese momento.
—No te entiendo, Lali. ¿Simplemente no lo has superado? ¿Es eso?
Apreté los labios. La culpa era demasiada.
—No es nada de eso.
El pecho de Peter estaba agitado. Se ponía emocional. Lanzó el teléfono al otro lado de la calle, y luego se paseó, pisoteándolo de ida y vuelta, con las manos en las caderas. Mi teléfono aterrizó justo en un parche de hierba, justo debajo de la farola del otro lado.
—Ve por él —le dije, apenas con voz.
Negó con la cabeza.
—¡Ve por él! —grité, señalando hacia la farola.
Cuando Peter fue pisoteando a encontrar mi pequeño teléfono negro en la oscuridad, me dirigí rápidamente a mi Jeep y cerré la puerta. El motor escupió por un momento, luego se puso en marcha. Peter estaba fuera de mi ventana.
Golpeó un par de veces, suavemente, sus ojos suaves de nuevo.
—Nena, baja la ventana.
Agarré el volante y, a continuación, lo miré por debajo de mis cejas, mis mejillas húmedas.
—Lo siento. Encontraré tu teléfono. Pero no puedes salir en tu auto enojada.
Miré fijamente hacia adelante, soltando el freno de mano.
Peter puso su palma contra el vidrio.
—Lali, si quieres dar una vuelta, está bien, pero hazte a un lado. Te llevaré a donde sea que necesites ir.
Negué con la cabeza.
—Vas a descubrirlo. Y cuando lo hagas, va a arruinar todo.
Peter frunció el ceño.
—¿Descubrir qué? ¿Arruinar qué?
Me giré hacia él.
—Voy a contártelo. Quiero contártelo. Pero no ahora. —Tiré del embriague, y puse la marcha en reversa, retrocediendo en el aparcamiento. Bajé la barbilla y lloré por unos cuantos momentos.
Peter aún golpeaba mi ventanilla.
—Mírame, nena.
Tomé una profunda respiración, puse la marcha en primera, y luego levanté la cabeza, mirando hacia delante.
—Lali, no puedes conducir así... ¡Lali! —gritó mientras me alejaba.
Llegué hasta la entrada del aparcamiento cuando la puerta del pasajero se abrió. Peter saltó dentro, respirando irregularmente.
—Nena, aparca.
—¿Qué diablos estás haciendo?
—Aparca, y déjame conducir.
Entré a la calle y me dirigí hacia el este. No tenía planeado ir con P.J., y ahora que Peter se hallaba en el auto, en serio que no sabía qué hacer. Y luego lo entendí. Sólo lo llevaría con P.J. Lo arriesgaría todo. P.J. se puso en esta situación. Si me hubiera dejado sola, no estaría en esta posición. Pero necesitaba darle tiempo a Peter para que se calmara primero. Necesitaba conducir.
—Aparca, Lali. —La voz de Peter tenía un borde que nunca había escuchado antes. Se oía ansioso y calmado a la misma vez. Era inquietante.
Sorbí, y luego me limpié los ojos con la manga.
—Vas a odiarme —dije.
—No voy a odiarte. Aparca, y conduciré toda la noche si quieres. Podemos hablar sobre ello.
Negué con la cabeza.
—No, vas a odiarme, y lo perderé todo.
—No vas a perderme, Lali. Lo juro por Cristo, pero estás conduciendo por toda la maldita carretera. Estamos casi saliendo de la ciudad, y estaremos en caminos de tierra pronto. ¡Aparca, joder!
En ese momento, un par de brillantes luces se convirtieron en una. Apenas atrapé un destello de ella en la esquina de mi ojo, y luego mi cabeza golpeó la ventana, rompiendo el vidrio en miles de pequeños pedazos. Algunas de las esquirlas volaron hacia afuera, pero la mayoría cayó en mi regazo, o cayó sobre la cabina del Jeep mientras este se deslizaba a través de la intersección y se metía en una zanja al otro lado. El tiempo se detuvo por lo que parecieron varios minutos, y luego fuimos lanzados en el aire cuando el Jeep comenzó a rodar. Una vez. Dos veces. Y luego perdí la cuenta, porque todo se volvió negro.
***
Desperté en una habitación con paredes blancas y persianas del mismo color que mantenían la luz del sol fuera. Parpadeé unas cuantas veces, mirando a mí alrededor. Una televisión se encontraba encima, pero se encontraba en silencio, reproduciendo un viejo episodio de Seinfeld. Cables y tubos se encontraban encordelados de mis brazos a un par de varas junto a mí, los monitores sujetos a ellas sonando suavemente. Una pequeña caja estaba metida en el bolsillo delantero de mi bata, los cables siguiéndose entre ellos hasta unos adhesivos circulares pegados a mi pecho. Bolsas de un claro líquido colgaban de una vara, liberando una continua cantidad a través de mi intravenosa. Los tramos de tubos terminaban en una cinta en la parte trasera de mi mano.
Más allá de las puntas de mis dedos había una cabeza llena de corto y castaño cabello. Era Peter. Tenía el rostro girado hacia otro lado, su mejilla descansando contra el colchón. Su brazo izquierdo sobre mis piernas, el otro se encontraba apoyado entre la cama y su silla, envuelto en una gruesa escayola de color verde lima. Ya habían unas cuantas firmas en ella. Thiago firmó su nombre bajo una pequeña nota que decía: "Marica". Otra vez era de Hazel con una perfecta impresión de su brillante y rojo lápiz labial. Mar firmó con un "Señora Lanzani".
—Es como un pequeño libro de visitas. Peter no ha dejado tu lado, así que todos los que te han visitado han firmado su escayola.
Estreché los ojos, apenas viendo a P.J. sentado en una silla en una de las oscuras esquinas de la habitación. Bajé la mirada hacia la escayola. Todos los hermanos de Peter habían firmado, su padre, Jim, mi madre, y todos mis hermanos. Incluso los nombres de Calvin y Bishop se hallaban allí.
—¿Cuánto tiempo he estado aquí? —susurré. Mi voz sonaba como si hubiera estado haciendo gárgaras con grava.
—Desde ayer. Te hiciste un buen corte en la cabeza.
Levanté la mano para tocar suavemente las vendas envueltas alrededor de mi cabeza. Una concentración de gaza sobresalía desde mi sien izquierda, y cuando presioné un poco, un agudo dolor se disparó por mi cráneo. Hice una mueca.
—¿Qué sucedió? —pregunté.
—Un hombre borracho se saltó una señal de alto a más de sesenta. Huyó de la escena, pero está en custodia ahora. Peter te cargó por casi un kilómetro a la casa más cercana.
Mis cejas se juntaron mientras miraba a Peter.
—¿Con un brazo roto?
—Rodó en dos lugares. No sé cómo lo hizo. Debe haber sido pura adrenalina. Tuvieron que ponerle la escayola en tú habitación en emergencias. Se rehusaba a dejarte. Incluso por un segundo. Incluso para la tomografía. Todas las enfermeras están enamoradas. —Ofreció una media sonrisa, pero estaba vacía de cualquier felicidad.
Me senté, y brillantes estrellas se formaron en mis ojos. Me apoyé contra la cama, sintiéndome nauseabunda.
—Tranquila —dijo P.J, levantándose.
Tragué. Mi garganta estaba seca y rasposa.
P.J. caminó hacia una pequeña mesa al final de mi cama y vertió agua en una taza. La cogí y bebí. Me quemó toda la garganta, incluso aunque estaba fría.
Toqué la cima de la cabeza de Peter.
—¿Lo sabe?
—Todos lo saben. Sobre ti. Sobre nosotros. Pero no sobre mí. Me gustaría dejarlo así. Por ahora.
Bajé la mirada, sintiendo un sollozo subir por mi garganta.
—Entonces, ¿por qué está aquí?
—Por la misma razón por la que yo estoy aquí. Porque te ama.
Una lágrima cayó por mi mejilla.
—No quería...
P.J. negó con la cabeza.
—Lo sé, cariño. No llores. Todo va a estar bien.
—¿En serio? Ahora que todos lo saben, cómo podría ser algo más que incómodo, y tenso, y...
—Porque somos nosotros. Los solucionaremos.
Los dedos de la mano derecha de Peter se movieron. Su escayola se desplazó y su brazo cayó. Se despertó de golpe, y luego se agarró el hombro, claramente adolorido. Cuando se dio cuenta de que mis ojos se hallaban abiertos, se levantó inmediatamente, inclinándose y tocando mi mejilla con su mano izquierda. El puente de su nariz lucía hinchado, y la piel bajo sus ojos formaba un par de medias lunas moradas.
—¡Estás despierta! —exclamó mientras sus ojos escaneaban mi rostro.
—Estoy despierta —dije suavemente.
Peter se rió una vez, inclinando la cabeza hasta que su frente tocaba mi regazo. Envolvió su brazo alrededor de mis muslos y los apretó ligeramente, todo su cuerpo temblando mientras lloraba.
—Lo lamento tanto —dije, calientes lágrimas corriendo por mis mejillas y cayendo desde mi barbilla.
Peter levantó la mirada y negó con la cabeza.
—No. Esto no fue tu culpa. Algún estúpido y borracho hijo de puta se saltó un alto y nos golpeó.
—Pero si hubiera estado prestando atención... —gimoteé.
Negó con la cabeza de nuevo, rogándome con los ojos que me detuviera.
—Shh, no. No, cariño. Incluso así, nos habría dado. —Puso una mano en la cima de su cabeza, y sus ojos le restaron importancia. Suspiró—. Estoy tan jodidamente feliz de que estés bien. Tu cabeza sangraba, y no despertabas. —Sus ojos se cerraron mientras lo recordaba—. He estado volviéndome loco. —Descansó la cabeza en mi regazo de nuevo, y llevó mi mano izquierda hasta su boca, besando suevemente alrededor de la cinta.
P.J. aún se encontraba detrás de él, observando la muestra de afecto de Peter con una dolorosa sonrisa. Peter se giró, sintiendo a alguien detrás de él.
—Hola —dijo Peter. Se levantó—. Yo, eh... lo siento.
—Está bien. Ella ya no me pertenece. No estoy seguro de si alguna vez lo hizo.
—La amo —dijo Peter, mirándome con una sonrisa. Se limpió los ojos rojos—. No miento. En serio la amo.
—Lo sé —dijo P.J—. He visto la forma en que la miras.
—Así que, ¿estamos bien? —preguntó Peter.
Las cejas de P.J. se juntaron mientras me miraba, pero le habló a Peter.
—¿Qué quiere ella?
Ambos se giraron hacia mí. Miré fijamente a P.J. mientras me estiraba lentamente a través de las arrugadas mantas y la sábana hacia la mano de Peter. Peter se sentó junto a mí, llevó mi mano a su boca, y besó mis dedos, cerrando los ojos.
Mi labio tembló.
—Te mentí.
Sacudió la cabeza.
—Por razones que no tienen nada que ver conmigo. O con nosotros.
Dejé escapar un suspiro de alivio, y las lágrimas cayeron de nuevo.
—Te amo.
Peter ahuecó suavemente mi mandíbula en sus manos, y luego se inclinó hacia delante, besándome tiernamente.
—Nada más importa.
—A mí me importa —dije—. No quiero...
P.J. se aclaró la garganta, recordándonos que había alguien más en la habitación.
—Si esto es lo que quieres, Lali, haremos que funcione. No me meteré en su camino. No será un problema.
Peter caminó los cuantos pasos hasta donde P.J. se encontraba de pie y le dio un abrazo de oso. Se abrazaron el uno al otro por varios segundos. P.J. le susurró algo a Peter en el oído, y él asintió. Era increíble, observarlos interactuar en la misma habitación, después de mantener el secreto de P.J. por tanto tiempo.
P.J. caminó lentamente hacia mi lado, se inclinó, y besó el área de mi frente que no se hallaba vendado.
—Voy a extrañarte, Lali. —Besó la misma área de nuevo, dejando que sus labios permanecieran en mi piel por un tiempo, y luego caminó por la puerta.
Peter soltó un suspiro de alivio, y luego apretó mi mano.
—Todo tiene sentido ahora. —Negó con la cabeza, y se rió una vez sin humor—. Ahora que lo sé, no puedo creer que no me diera cuenta. California. Tú sintiéndote mal por estar conmigo, incluso después de que terminaras las cosas con él. Todo estaba frente a mí.
Presioné los labios juntos.
—No todo.
Peter descansó la escayola en la cama y entrelazó los dedos que salían de ella con los míos.
—No me siento nada culpable. ¿Sabes por qué?
Me encogí de hombros.
—Porque he estado enamorado de ti desde primaria, Petisa. Y todos lo sabían. Todos.
—Aún no estoy segura de creer eso.
—Usaste coletas cada día por años. Eran perfectas. —Su sonrisa cayó—. Y esa mirada triste en tus ojos. Todo lo que quería era hacerte sonreír. Y luego fuiste mía, y nunca pude recuperarme.
—He estado equivocada por tanto tiempo. Tú eres la única cosa que he hecho bien.
Peter sacó algo de su bolsillo y dejó que una pequeña y plateada llave colgara de un llavero. Era una oscura tira de tela de fieltro con las letras L-A-L-I deletreadas con brillantes colores, bordeadas con puntadas negras. Presioné mis labios juntos y luego sonreí.
—¿Qué dices? —preguntó con la esperanza llenando sus ojos.
—¿Mudarme? ¿Dejar mi apartamento?
—Sí. Tú y yo. Teniendo extraños brindis después del trabajo, y yendo a Chicken's Joe los lunes por la noche con Olive. Simple, justo de la forma en que te gusta.
Había tanto que pensar, pero después de lo que habíamos pasado —dos veces— la única cosa en la que podía centrarme era en lo que Peter dijo. Una única cosa importaba.
—Digo que sí.
Parpadeó.
—¿Sí?
—Sí —dije, riéndome ante su expresión, y luego haciendo una mueca. Todo mi cuerpo dolía.
—¡Diablos, sí! —gritó, y luego me ofreció una tímida sonrisa cuando le hice señas para que guardara silencio—. Estoy tan jodidamente enamorado de ti, Lali.
Me desplacé en la cama, torpe y lentamente, y luego Peter —cuidadoso y con mucho esfuerzo— se acostó junto a mí. Él se sentía tan adolorido como yo. Presionó un botón en la barra junto a él que nos inclinó hacia atrás hasta que estuvimos recostados, mirándonos.
—Sé que no me crees, pero en serio te he amado desde que éramos niños —dijo en voz baja—. Y ahora puedo amarte hasta que seamos viejos.
Mi estómago dio una voltereta. Nadie me había amado tanto como él.
—¿Lo prometes?
Peter sonrió con ojos cansados.
—Sí. Y te lo prometeré una vez más después de que le haya bailado en tanga a Britney Spears.
Me las arreglé para dejar escapar una pequeña carcajada, pero el dolor hacía difícil el moverse. Se ajustó y reajustó hasta que finalmente se acomodó lo suficiente como para cerrar los ojos y dormir. Lo observé por un largo tiempo, respirando dentro y fuera, con una preciosa sonrisa en su rostro. Ahora que todo había salido a la luz, yo también podía respirar.
Una enfermera entró, y pareció sorprendida de vernos acostados juntos.
—Mírense —susurró, sus oscuros ojos de alguna manera viendo claramente en la tenue luz—. Ese chico tiene a todas las mujeres babeando en el suelo. Ha sido tu ángel guardián. No ha dejado tu lado.
—Eso he escuchado. No sé cómo tuve tanta suerte, pero soy feliz. —Me incliné hacia delante, tocando su frente con mi sien.
—La suerte ciertamente está de tu lado. Vi el vehículo en el patio. Luce como un pedazo de papel arrugado. Es un milagro que alguno de ustedes sobreviviera.
Fruncí el ceño.
—Voy a extrañar ese Jeep.
Asintió.
—¿Cómo te sientes?
—Adolorida. En todas partes.
Sacudió su vaso de plástico, haciendo que las píldoras dentro repiquetearan.
—¿Crees que puedas tragarte un par de pastillas?
Asentí y lancé las píldoras en la parte trasera de mi garganta. La enfermera me tendió una taza con agua, y me las tragué, pero no sin esfuerzo.
—¿Tienes hambre? —preguntó mientras tomaba mis signos vitales.
Negué con la cabeza.
—Bien —dijo, sacándose el estetoscopio de los oídos—. Sólo presiona el botón rojo si necesitas algo.
Salió de la habitación, y me giré hacia el hombre durmiendo junto a mí.
—No necesito nada más —susurré.
La escayola de Peter se encontraba entre nosotros, y pasé un dedo por los distintos nombres, pensando en todas las personas que nos amaban que habían estado en mi habitación. Me detuve cuando llegué a la firma de P.J, y me despedí silenciosamente de los simples pero sofisticados garabatos.
Pablo James Lanzani.
FIN
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