viernes, 15 de mayo de 2020

Beautiful Oblivion: Capítulo 13

Mi vuelo era a las siete y media. Salí de la reunión de los empleados antes para empacar, y luego traté de no dejar que los pensamientos de Peter se colaran en mi mente mientras conducía el Pitufo al aeropuerto. Bajé la mirada a mi mano izquierda, que se hallaba sobre el volante. Juntos, en mis dedos se leía MUÑECA. P.J. no lo iba a aprobar, y rogaba a Dios que él no preguntara por qué había elegido esa palabra.

Aparcar, conseguir un servicio de transporte, y registrarme pareció una eternidad. Odiaba estar apurada, pero P.J. me había reservado el último vuelo, y no importaba qué, me iba a subir a ese avión. Necesitaba saber que no estaba desenamorándome de P.J. debido a la distancia.

Me quedé en la larga fila de seguridad y escuché mi nombre siendo llamado desde el otro lado de la habitación. Me volví para ver a Peter corriendo a toda velocidad hacia mí. Un agente de la AST dio un paso, pero cuando Peter desaceleró a mi lado, se relajó.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó, con el pecho agitado. Puso las manos en su cadera. Llevaba pantalones cortos rojos de baloncesto, una camiseta blanca y una gorra de béisbol roja de Sig Tau desgastada, Mi estómago se agitó ante su presencia, no tanto de emoción sino porque me sentí atrapada.

¿Qué demonios estás haciendo tú? —le dije, mirando al rededor a toda la gente que nos observaba.

—Dijiste que te vería mañana, ¿y ahora estás tomando un maldito avión? —Una mujer varias personas más adelante le cubrió los oídos a su joven hija—. Lo siento —dijo Peter.

La línea se movió hacia adelante, y me moví con ella. Peter se movió conmigo.

—Fue algo de último minuto.

—Vas a California, ¿no es así? —preguntó, luciendo herido.

No le respondí.

Dimos unos pasos más.

—¿Porque te besé? —preguntó, esta vez más fuerte.

—Él reservó el pasaje, Pitt. ¿Se supone que debía decir que no?

—¡Sí, decías que no! Él no se ha tomado la molestia de verte en más de tres meses, y de repente ¿te reserva un pasaje? ¡Por favor! —dijo, dejando caer su mano en el muslo.

—Pitt —le dije en voz baja—, ve a casa. Esto es vergonzoso. —La línea avanzó de nuevo, y di unos cuantos pasos.

Peter dio un paso lateral hasta que estuvo a mi lado.

—No entres en ese avión —dijo las palabras sin emoción, pero sus ojos me lo suplicaban.

Me reí una vez, tratando de alguna manera aligerar la situación.

—Volveré en unos días. Actúas como si nunca me fueras a ver otra vez.

—Va a ser diferente cuando regreses. Sabes que lo será.

—Por favor, detente —le rogué, mirando a mi alrededor. La línea se movió otra vez.

Peter extendió las manos.

—Sólo... dale un par de días.

—¿Que le de a qué a un par de días?

Se quitó la gorra y se frotó la parte posterior de la cabeza mientras pensaba. La expresión desesperada en su rostro me obligó a tragar un sollozo. Quería abrazarlo, decirle que estaba bien, pero ¿cómo podía consolarlo, cuando yo era la razón por la que él estaba herido?

Peter se colocó la gorra en la cabeza, tirando de ella hacia abajo hasta sus ojos en señal de frustración. Suspiró.

—Jesucristo, Lali, por favor. No puedo hacerlo. No puedo estar aquí, pensando en ti allá, con él.

La línea se movió de nuevo hacia delante. Yo era la siguiente.

—¿Por favor? —preguntó. Se rio una vez, nervioso—. Estoy enamorado de ti.

—Siguiente —dijo el agente de AST, haciendo un gesto para que me acercara a su podio.

Tras una larga pausa, me encogí ante las palabras que iba a decir. 

—Si supieras lo que yo sé... no lo estarías.

Negó con la cabeza.

—No quiero saber. Sólo te quiero a ti.

—Sólo somos amigos, Pitt.

La cara y los hombros de Peter cayeron.

—¡Siguiente! —dijo de nuevo el agente. Él nos había estado observando hablar, y no estaba en un estado de ánimo paciente.

—Me tengo que ir. Te veré cuando vuelva, ¿de acuerdo?

Los ojos de Peter cayeron al suelo, y asintió.

—Sí. —Empezó a alejarse, pero se dio la vuelta—. No hemos sido amigos desde hace un tiempo. Y tú lo sabes. —Se volvió de espaldas a mí, yo le di mi pasaje e identificación al agente.

—¿Estás bien? —preguntó el agente, garabateando en mi boleto.

—No —dije. Mi respiración se detuvo, y levanté la mirada mientras mis ojos se llenaban de lágrimas—. Soy una gran idiota.

El agente asintió, e hizo un gesto para que siguiera adelante.

—Siguiente —llamó a la persona detrás de mí.

No quería moverme, por si se trataba de un sueño. Cuando era niña, y visitaba las casas de mis amigas, me di cuenta de que otros padres no eran como los míos, y que una gran cantidad de otras familias eran más felices que la mía. A partir de ese momento, soñaba con mudarme por mi cuenta, por nada más que simplemente tener un poco de paz. Pero incluso la edad adulta parecía más como una fuente de decepción constante y no aventura, así que solo para estar segura de que este momento de felicidad no era una mala pasada, me quedé quieta.

Esta casa inmaculada y minimalista de pueblo era exactamente donde quería estar: vestida solo con una sonrisa de satisfacción, enredada en blancas sábanas de algodón egipcio, en el centro de la gran cama de P.J. Él se encontraba tumbado a mi lado, respirando suave y profundamente por la nariz. Tendría que despertar en unos pocos minutos para estar listo para el trabajo, y yo tendría una gran vista de su trasero apretado cuando saliera de la cama. Ese, por supuesto, no era el problema. Las siguientes ocho horas a solas con mis pensamientos tomarían este tiempo de vacaciones de mi nirvana para tensarme.

Una gran cantidad de dudas atestaron mi mente durante el vuelo, haciendo que me preguntara si esta vez era la última. Meses de nerviosismo continuó construyéndose hasta el momento en que lo vi en el reclamo de equipaje, pero luego vi su sonrisa. La misma sonrisa que hacía que estar allí con él se sintiera como algo bueno pero malo.

¿Tal vez le sirva el desayuno en la cama para celebrar nuestras primeras doce horas juntos en meses? Tal vez no. Esa era yo intentándolo demasiado otra vez, y me había cansado de ser esa chica. Nunca sería esa chica de nuevo. Cande lo había dicho perfectamente mientras furiosamente empacaba la noche anterior:

—¿Qué te ha pasado, La? La confianza solía irradiar en ti. Ahora eres como un cachorro apaleado. Si P.J. no lo es, no puedes controlarlo, de todos modos, así que también podrías dejar de preocuparte por ello.

No sé lo que pasó entre yo siendo una chica increíblemente confiada y ahora. En realidad, sí, lo sabía. P.J. entró a mi vida y me pasé los últimos seis meses tratando de merecerlo. Bueno, la mitad de ese tiempo de todos modos. La otra mitad la pasé haciendo lo contrario.

P.J. volvió la cabeza y besó mi sien. 

—Buenos días. ¿Quieres que corra hasta la esquina por el desayuno? —dijo.

—Suena increíble, de hecho —le dije, besando su pecho desnudo.

P.J. tiró suavemente de su brazo debajo de mí y se sentó, se estiró por unos momentos antes de ponerse de pie y darme la vista con la que había estado fantaseando durante más de tres meses.

Se puso los pantalones vaqueros que se hallaban doblados sobre la silla, y sacó una camiseta del armario.

—¿Todo panecillo y queso crema?

—Y jugo de naranja. Por favor.

Se deslizó en sus zapatillas y agarró las llaves.

—Sí, señora. Vuelvo enseguida —dijo antes de cerrar la puerta detrás de él.

Obviamente no me sentía indigna de él porque P.J. fuera un imbécil. Era al revés. Cuando alguien increíble camina dentro de tu bar y pregunta por tu número antes de que tenga una sola bebida, tú trabajas para mantenerlo. En algún lugar del camino, me había olvidado de que me las arreglé para engancharme de él en primer lugar. Y entonces me olvidé de él por completo.

Pero en el momento en que P.J. envolvió los brazos a mí alrededor en el reclamo de equipaje, inmediatamente comparé la forma en que me sostuvo con la forma en que Peter lo hizo. Cuando P.J. puso sus labios sobre los míos, su boca era tan increíble como la recordaba, pero no sentí como si me necesitara en la forma en que Peter lo hacía. Yo era manifiestamente consiente de que hacía comparaciones injustas e innecesarias, e intenté no hacerlo en el momento en que sucedió, pero fallé cada vez, en cada nivel. Si era justo o no, Peter era lo que yo conocía, y P.J. se había convertido en algo poco familiar.

Diez minutos más tarde, P.J. regresó trotando, colocó el panecillo en mi regazo, y el jugo de naranja en la mesa de noche. Me besó rápidamente.

—¿Te llamaron?

—Sí, reunión temprana. No estoy seguro de lo que está pasando, así que no estoy seguro de cuándo vuelva a casa.

Me encogí de hombros.

—Está bien. Te veré cuando vuelvas.

Me besó de nuevo, se desnudó rápidamente, se puso una camisa blanca ajustada y un traje gris oscuro, y se puso sus zapatos antes de correr por la puerta con una corbata en la mano.

La puerta se cerró de golpe.

—Adiós —dije, sentada sola.

Me acosté, mirando el techo y mordiéndome las uñas. Su casa de pueblo se encontraba en silencio. Sin compañero de piso, ni mascotas.  Ni siquiera un pez dorado. Pensé en el hecho de que Peter probablemente estaría sentado a mi lado en el sofá para dos en casa, viendo nada conmigo mientras parloteaba sobre el trabajo o la escuela, o ambos. Cuan bonito era solo tener a alguien que quería estar cerca de mí, en cualquier capacidad. En cambio, miraba un techo blanco, notando lo bien que destacaba contra las paredes de color beige arcilla.

El beige era tan P.J. Él era seguro. Era estable. Pero cualquier cosa podía verse bien desde un par de miles de kilómetros de distancia. Nunca hemos discutido, pero no tenemos nada por qué pelear si nunca estamos cerca el uno del otro. P.J. sabía qué tipo de rosquilla me gustaba, pero ¿sabía que odio los anuncios, o qué estación de radio escucho, o que lo primero que hago cuando llego a casa después del trabajo es quitarme el sostén? ¿Sabía que mi padre es un idiota grado A, o que mis hermanos eran tanto entrañables como intolerables? ¿Sabía que nunca hago mi cama? Porque Peter lo sabía. Él sabía todo eso, y me quería de todos modos.

Estiré la mano y revisé mi teléfono. Un correo electrónico de Soltero en su Área Ahora, pero eso era todo. Peter me odiaba, y era justo, porque me pidió que lo eligiera, y no lo hice. Ahora estaba desnuda en la cama de otro hombre, pensando en Peter.

Me cubrí la cara, y maldije las ardientes lágrimas que corrían por mis sienes y hacia mis oídos. Quería estar aquí. Pero quería estar allá. Cande me había preguntado si alguna vez había estado enamorada de dos hombres. No sabía en ese momento que lo estaba. Dos hombres que no podían ser más diferentes, y sin embargo tan parecidos. Ambos amables, e insufribles, pero por razones completamente diferentes.

Arrastrando la sábana conmigo, me salí de la cama y caminé por la casa ordenada de P.J. Se veía como un escenario, como si nadie viviera allí. Supongo que en su mayor parte, nadie lo hacía. Unos marcos cuadrados plateados reposaban encima de una mesa estrecha que estaba puesta contra la pared de la sala de estar. Contenían fotos en blanco y negro de P.J. de niño, con sus hermanos, sus padres, y una de él y yo en el muelle durante mi primera visita.

La televisión era negra, el control remoto se encontraba sobre una mesita totalmente recto. Me pregunté si incluso tenía cable. Rara vez tenía suficiente tiempo de inactividad para verlo. La revista Men's Health y la Rolling Stone se hallaban sobre la parte superior de la mesa de centro de cristal, separadas como una mano de cartas. Cogí una y la hojeé, de repente sintiéndome inquieta y aburrida. ¿Por qué había venido? ¿Para demostrarme a mí misma que amaba a P.J.? ¿O que no lo hacía?

El sofá apenas se hundió cuando me senté. Era de color gris claro, suave, con ribetes de cuero marrón. La tela se sentía áspera en mi espalda. El espacio tenía una sensación completamente diferente en comparación con la última vez que estuve aquí. El olor a almizcle era limpio pero no atractivo. La vista desde las ventanas grandes, con un vistazo de la bahía, no era tan mágica; la marca de perfección de P.J. ya no era tan fascinante. En sólo un par de semanas Peter había cambiado todo eso. De repente estaba bien querer desorden, imperfecciones e incertidumbre, tanto de lo que Peter representaba... todo lo que veía en mí misma que pensaba que no me gustaba. Porque incluso si discutíamos, teníamos metas. No importaba que no estuviéramos allí todavía. Lo que importaba es que ambos experimentábamos contratiempos y fracasos, pero nos levantamos, nos sacudíamos, y seguíamos... y hacíamos lo mejor que podíamos. Peter no sólo hacía todas esas cosas aceptables; él hacía que llegar allí fuese divertido. En lugar de sentirnos avergonzados por donde nos hallábamos, podíamos estar orgullosos de a dónde íbamos, y de lo que queríamos vencer para llegar allí.

Me puse de pie y me acerqué a las largas ventanas, mirando hacia la calle. Peter se había enterado de lo que hacía, corrió hacia el aeropuerto, y me rogó que me quedara. Si yo estuviera al otro lado de las cuerdas de seguridad, ¿lo hubiese perdonado? Pensar en él sintiéndose rechazado y solo en su camino a casa, hace que las lágrimas piquen en mis ojos. Mientras estaba en el lugar perfecto, propiedad del hombre perfecto, envolví sus sábanas más apretadas a mí alrededor y dejé caer las lágrimas, deseando al luchador artista de tatuajes al que dejé atrás.

Había pasado mi infancia anhelando mi primer día de libertad. Casi todos los días durante la mayor parte de los dieciocho años, los deseos eran gastados en el mañana. Pero por primera vez en mi vida, deseaba poder regresar el tiempo.

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