viernes, 13 de marzo de 2015

Un deseo para navidad: Capítulo final

Capítulo 9:

El viaje de vuelta a Nueva York le pareció eterno. Intentaba entusiasmarse por volver a Manhattan, a su vida normal. Pero no podía hacerlo. Cada kilómetro que pasaba era un puñal en su corazón.


Durante dos semanas había vivido otra vida, rodeada de cariño, de afecto, de sueños de futuro… ¿Qué la esperaba en la ciudad sino caros adornos navideños? Una chica no puede meterse en la cama con un adorno de Navidad, por muy clásico o elegante que sea.

Mirando el paisaje, recordó su noche con Peter, recordó la carita de Tomy, las bromas de Juan…

Después de vivir en Stony Creek, su vida en la ciudad le parecía banal, vacía, sin sentido. ¿De verdad le importaba el muérdago más fresco, el adorno más exclusivo? ¿Le importaba que estuvieran hechos de maderas nobles o de plástico? Y si tenía que convencer a otro cliente de que el espumillón estaba pasado de moda… se pondría a gritar.

Angustiada, dejó escapar un suspiro.

—La navidad es difícil para todos, querida.

Mariana miró a la anciana que iba sentada a su lado. Había subido en Schenectady y olía a uno de esos perfumes antiguos, típicos de las abuelas.

—Estoy bien, solo un poco cansada.

—¿Vas a visitar a tus parientes? Yo voy a ver a mi hija. Vive en Brooklyn. A lo mejor la conoces, se llama Selma Godwin.

Ella negó con la cabeza.

—No, no la conozco.

—Lleva una vida muy emocionante en Nueva York. Siempre trabajando y cuidando de su familia. A veces creo que no tiene tiempo de vivir de verdad. ¿Y tú?

—¿Si tengo una familia?

—Si vives de verdad.

—No —contestó Mariana—. No lo creo. De hecho, por eso viajo en este tren. Si viviese de verdad estaría cenando con la familia Lanzani, no tomando una cena fría en Manhattan. Y si pasar la Nochebuena sola no fuera suficientemente patético, mañana tengo el premio doble: Navidad y mi cumpleaños.

—Tómate una copa de coñac, querida. No te sentirás tan sola. En mis tiempos no usábamos antidepresivos cuando estábamos tristes. Sencillamente, tomábamos una copita de coñac —rió la mujer—. ¿Por qué no me cuentas qué te pasa? A lo mejor te ayuda.

De repente, Mariana sintió la necesidad de contarle su vida. Además, quizá un punto de vista objetivo la ayudaría, ya que ella era incapaz de tomar una decisión.

—Todo empezó cuando me ofrecieron un trabajo como… bueno, algo así como un ángel de Navidad.

Le contó la historia mientras el tren recorría los kilómetros que la separaban de Nueva York, con la anciana asintiendo sin hacer comentarios.

—Al principio no nos llevábamos bien, pero luego todo cambió. ¿Usted cree en el amor a primera vista?

La mujer se encogió de hombros.

—Si es amor, es amor. Sea a primera vista o no. Lo que sé del amor es que debes escuchar a tu corazón, cariño. Cuando yo conocí a Harold me volví loca, pero él ni siquiera se había fijado en mí. Cuando por fin se molestó en mirar… se enamoró. Más tarde me enteré de que me ignoraba porque me tenía miedo. ¿Te lo puedes creer? Miedo de mí. Pero yo siempre supe que me quería.

—¿Y de qué tenía miedo?

—Supongo que de no tener lo que hacía falta para hacerme feliz. Pero estar con él me daba toda la felicidad que necesitaba —suspiró la anciana—. ¿Estás enamorada de ese hombre?

—Sí. Y él también de mí. Pero, ¿eso es suficiente? ¿Cómo voy a saber si el amor durará? Tengo tantas preguntas… y ninguna respuesta.
El tren se detuvo entonces y Mariana se dio cuenta de que habían llegado a Nueva York.

—Solo tú sabes cómo hacer realidad tus sueños —sonrió su acompañante, levantándose—. Si escuchas a tu corazón, no te equivocarás. Bueno, querida, ha sido un placer conocerte. Que tengas unas felices fiestas.

—Espere —dijo Mariana. Después de una conversación tan íntima, no podía marcharse así como así—. Ni siquiera me he presentado. Me llamo Mariana Espósito. ¿Y usted? Podríamos tomar un café…

No quería ir a su solitario y frío apartamento. Ni siquiera había puesto un árbol de Navidad.
La anciana le guiñó un ojo.

—Me llamo Esperanza, pero puedes llamarme… tu ángel de Navidad.

La enigmática Esperanza bajó del tren y, antes de que Mariana pudiera reaccionar, se había perdido entre los pasajeros que llenaban el andén.

—Solo tú sabes cómo hacer tus sueños  realidad —repitió en voz baja—. Podría hacer mis sueños realidad ahora mismo si no fuera tan cobarde… Podría escuchar a mi corazón y cambiar el curso de mi vida.

De repente, su corazón se inundó de alegría. Era como si hubiesen encendido todas las luces de Nueva York. Mariana bajó al andén y corrió hacia la boletería. Si no había boleto de vuelta a Schuyler Falls, alquilaría un coche… iría andando si hiciera falta. Aquella podría ser la mejor navidad de su vida, sin preguntas, sin presiones, sencillamente haciendo lo que le dictaba el corazón.

—¡Lali!

—¡Eugei! ¿Qué haces aquí?

—He llamado a la granja y Peter Lanzani me ha dicho que habías tomado el tren —contestó su ayudante, metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo.

—¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo?

—No, es que… he hecho algo que no debería haber hecho, pero ha sido con la mejor intención. La verdad, no esperaba que volvieras. Pensé que te darías cuenta de que estás enamorada de él y te quedarías en la granja, pero me ha salido mal.

—Eugenia, ¿qué has hecho?

—Yo envié las rosas —contestó su ayudante, mirando al suelo—. Soy una mala amiga y entiendo que quieras despedirme inmediatamente. Pero pensé que si te veías obligada a elegir…

Mariana soltó una carcajada.

—¿Tú enviaste las flores? Gracias a Dios… ¿Sabes lo que eso significa?

—¿Que estoy sin trabajo?

—No, tonta. Significa que no tengo que ver a Benjamín para decirle que nunca he querido casarme con él.

—Entonces, ¿sigo teniendo trabajo?

—No podría despedirte. Además, a partir de ahora te asciendo a la categoría de directora general…

—¿Cómo?

—Me voy a Schuyler Falls, Euge. Voy a vivir con el hombre del que estoy enamorada.

—¿Vas a casarte con Peter Lanzani?

—Bueno, aún no me lo ha pedido, pero pienso convencerlo de que seré una esposa fantástica. Debería haberme quedado, pero el viaje en tren me ha hecho ver que estaba cometiendo un error.

—¿Y eso?

—Es una larga historia… Pero cuanto más me alejo de los Lanzani, más necesito verlos. Estoy enamorada de Peter y quiero vivir con él. Y pienso volver a Schuyler Falls ahora mismo para ser parte de su familia.

-°-

—¿A qué hora sale el tren? ¿Tú crees que Lali se alegrará de que vayamos a verla? ¿Puedo sentarme al lado de la ventanilla?

Peter observó a su hijo paseando de un lado a otro del andén, nervioso. Tan nervioso como él.

En cuanto la furgoneta desapareció por la carretera, Peter maldijo su orgullo y su cobardía por no pedirle que se casara con él. Pero todo eso iba a cambiar, pensó entonces, tocando la bolsita que llevaba en el bolsillo. Afortunadamente Tomy lo había desobedecido, yendo a la estación sin su permiso. De modo que los dos acabaron allí, esperando el siguiente tren a Nueva York.

—¿Cómo has podido dejarla ir, papá?

—Fue un momento de locura —suspiró él—. Como tú, cuando viniste a la estación sin pedirme permiso —añadió, mirándolo con expresión severa.

—Pero me encontraste. Aunque no te dije dónde iba, sabías que estaría aquí.

—Tus viajecitos al centro comercial y la estación van a terminarse, amigo. O estarás castigado hasta que cumplas los quince años.

—Es que valía la pena, papá. Vamos a buscar a mi ángel de Navidad… Puedes devolver todos mis juguetes si quieres. Y puedes quedarte con el carro que el abuelo pensaba regalarme cuando cumpliera los dieciséis.

—¿Tanto deseas que vuelva Mariana?

El niño asintió.

—Quiero que viva con nosotros para siempre. Y que me haga galletas y me lea cuentos y me enseñe a tocar el piano… y a hablar con las chicas.

Peter sonrió.

—¿Han hablado de chicas?

—Hemos hablado de todo. Mariana sabe mucho de chicas… seguramente porque ella es una.

—Sí, claro, eso ayuda. Es difícil entender a las mujeres.

—Sí —asintió Tomy—. Y tú no sabes de eso, papá. Así que será mejor que esto funcione. No quiero que vuelvas a meter la pata.

—¿Y si no funciona? —preguntó Peter—. Yo no puedo obligarla a volver. No se puede obligar a nadie para que te quiera.

—Pero Mariana nos quiere —protestó Tomy.

—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho?

—No tenía que decirlo, lo sé. Además, me di cuente de cómo te mira. Pone cara de tonta, como Esperanza cuando mira a Cristóbal.

—¿En serio?

—Sí. Además, Monito se dio cuenta enseguida.

Peter se sentó de nuevo en el banco. Debería haberle pedido que se casara con él, debería haberle dicho que no podía vivir sin ella. Debería haber olvidado sus miedos.

—¡El tren! —exclamó Tomy.

—No es ese, hijo. Ese viene de Nueva York. Nuestro tren no sale hasta dentro de media hora.

—¿Cuánto tardaremos en llegar?

—Unas tres horas. Será muy tarde cuando lleguemos a casa de Lali y puede que esté dormida.

—¿Seguirá siendo Nochebuena?

—No, ya será el día de Navidad.

Tomy suspiró desilusionado. Peter lo miró un momento y después desvió su atención al tren que entraba en la estación. Veía por las ventanillas a los pasajeros bajando sus maletas y, por un momento, le pareció ver a una mujer que se parecía mucho a Mariana, pero… la veía por todas partes, no podía dejar de pensar en ella.

¿Qué le diría cuando llegasen a su casa? Tendría que disculparse por despertarla, por aparecer sin avisar y probablemente por todo lo que había hecho mal durante las últimas dos semanas. Después, le hablaría de sus sentimientos e intentaría convencerla de que abandonara su vida en Nueva York para vivir con él en Stony Creek.

Si ella insistía en vivir en Nueva York, tendría que encontrar la forma de mantener la granja hasta queTomy tuviese edad para heredarla. No sería fácil, pero tampoco imposible. Lo único que sabía era que, fuera como fuera, tenía que estar con ella.

Tomy tiró entonces de su manga.

—¡Papá, mira!

—Todavía no es la hora, hijo.

—¡No, mira! —exclamó Tomy, señalando a los pasajeros.

—¿Qué?

—¡Es nuestro ángel de Navidad!

Mariana se materializó entre los pasajeros como por arte de magia.

Peter se levantó y dio un paso hacia ella, sin saber si era real o solo un sueño. Fuera lo que fuera, era la mujer más bella que había visto en su vida. Y, fuera lo que fuera, sabía algo con certeza, sabía que estaba mirando su futuro.


El andén estaba lleno de gente cuando Mariana bajó del tren. Y entonces no estuvo segura de lo que estaba haciendo. Todo le había parecido tan claro en Nueva York, con el boleto de vuelta en la mano… Pero una vez allí no estaba tan segura.

Eran las nueve e imaginó que Peter, Tomy y Juan estarían preparando la cena de Nochebuena. O quizá habrían ido a la iglesia.

—Llamaré primero —murmuró, volteándose para buscar una cabina—. Pero quizá no debería llamar. ¿Y si me dice que vuelva a mi casa?

Tenía que haber taxis en la puerta de la estación. Aparecería en Stony Creek sin avisar y…

Entonces vio a Peter en el andén. Temblorosa, dejó caer la maleta sin darse cuenta. Habría querido echarse en sus brazos, pero no podía moverse.  Peter se acercó y todo, la estación, los pasajeros, las luces, todo desapareció. Solo oía los latidos de su corazón, solo veía los ojos del hombre que amaba.

—Estás aquí. ¿Cómo sabías que iba a volver?

—No lo sabía —contestó él, sacando dos boletos del bolsillo—. Tomy y yo pensábamos ir a Nueva York a buscarte.

Los ojos de Mariana se llenaron de lágrimas.

—¿Pensaban ir a buscarme?

—Sé que lo he hecho todo mal, pero voy a compensarte, te lo juro —dijo Peter, sacando una bolsita de terciopelo—. Debería haberte dado esto cuando te pedí que te quedases, pero me alegro de poder hacerlo ahora. Mariana, te amo —dijo, poniendo un anillo en su dedo—. Y nunca dejaré de hacerlo. ¿Quieres casarte conmigo?

—¿Casarme contigo?

—Te quiero en mi vida y en la vida de Tomy… para siempre. Cásate conmigo, amor. Haz que mi vida sea perfecta.

Mariana miró el anillo, estupefacta. El diamante brillaba con mil colores bajo las luces del andén.

—Este anillo era de mi bisabuela. Y quiero que sea tuyo.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas y lo veía todo borroso, como si fuera un sueño. Pero era real. Ya no tenía ninguna duda. La escena era perfecta, con los tres en el andén, villancicos sonando a través de los altavoces y copos de nieve cayendo alrededor…

—Por favor, di que sí —murmuró Tomy, tomando su mano—. Por favor, Lali.

—Sí —dijo ella—. Sí, Peter. Me casaré contigo.
El niño lanzó un grito de alegría cuando su padre la besó. Después, tomó a Tomy en brazos y los tres salieron de la estación.

Mariana siempre había trabajado tanto para que la navidad de los demás fuera perfecta… Y en aquel momento, junto a Peter y Tomy, se dio cuenta que una navidad perfecta no tenía nada que ver con el árbol y los adornos.

Una navidad perfecta estaba llena de amor, de felicidad… con una familia y un hogar. Y para Mariana, aquella fue perfecta.

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