Capítulo 8:
No
había salido el sol cuando se despertó. Peter respiró profundamente el olor del
pelo de Lali… Durante la noche se había dado la vuelta y estaba abrazado a ella
por la cintura. Había dormido de maravilla; era como si estuvieran hechos para
empezar y terminar el día de esa forma. Cuando
llevó los juguetes por la noche no planeaba terminar en la cama. Solo quería
ver su cara otra vez antes de irse a dormir, como si tuviera que asegurarse de
que seguía allí. Pero entonces ocurrió lo inevitable.
Había
pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer, que se
preguntaba si sabría darle placer. Entonces recordó cuando estaba dentro de
ella, el segundo en que los dos llegaron al clímax. «Perfecto», pensó. Nunca
había hecho el amor sintiendo aquella conexión, aquel lazo invisible. El acto
parecía haber sellado un pacto entre los dos, un pacto que no podría romperse.
Peter
miró el despertador de la mesita. Eran las cinco de la mañana y su padre
estaría a punto de levantarse para empezar a trabajar. Si se iba en aquel
momento, podría entrar en la casa y cambiarse de ropa antes de que lo viera.
Pero la cama estaba calentita y el cuerpo de Mariana era tan suave… estaría
loco si se fuera.
Qué
cambio. Había decidido no creer en la profundidad de sus sentimientos,
convencido de que ella le haría tanto daño como Candela. Pero era mayor y sabía
mucho más. Y no miraba a Mariana a través de un velo de inocencia. La veía como
lo que era, una mujer a la que podría amar toda la vida.
Acarició
su pelo entonces, preguntándose qué le depararía la mañana. ¿Lamentaría ella lo
que había pasado o se daría cuenta de que estaban hechos el uno para el otro?
Peter
besó su hombro y Mariana se movió un poco, pero estaba profundamente dormida.
No
tenía derecho a esperar nada. ¿Qué había dicho ella? «No quiero promesas que no
puedas cumplir». Había jurado no hacerle promesas a ninguna mujer… pero la idea
de prometerle amor y respeto para siempre no le parecía tan horrible en aquel
momento. Todo lo contrario.
Peter
se levantó y la cubrió con la manta, rozando su espalda con los dedos. Tuvo que
resistir la tentación de despertarla y hacerle el amor de nuevo. Solo se habían
dormido un par de horas antes. Mariana y él tenían muchas cosas de qué hablar,
pero tendría que esperar a que se despertase.
Saltó
de la cama y buscó su ropa por el suelo. Cuando estuvo vestido, apartó un
mechón de pelo de su cara y la miró durante unos segundos. Nunca había visto
una mujer más bonita. No porque hubieran hecho el amor, sino porque sabía que
era la mujer de su vida.
—Despierta,
cariño.
Mariana
abrió los ojos, medio dormida.
—¿Por
qué te vas? ¿Pasa algo?
—No,
todo está bien. Pero tengo que volver a casa. Mi padre estará a punto de
levantarse y luego… Tomy. Siempre soy yo quien despierta al niño.
—¿Volverás
cuando se haya ido al colegio?
—Te
lo prometo —sonrió Peter—. Si me prometes no moverte de aquí hasta que vuelva.
—Te
lo prometo.
Entonces
la besó larga, profundamente.
—Volveré
—dijo en voz baja.
Con
desgana, abrió la puerta y recorrió el camino helado hasta la casa. La cocina
estaba a oscuras y…
—Te
has levantado muy temprano.
La
voz de su padre lo sobresaltó. Juan siempre estaba vestido, como si durmiese
con la ropa puesta, pero no se había afeitado.
—Buenos
días, papá.
—O
a lo mejor no te has ido a la cama todavía. ¿No llevas la misma ropa que
anoche?
—¿Te
has convertido en un experto en moda? Nunca te habías fijado en mi ropa.
—Esa
no es la ropa de trabajo —sonrió su padre—. Pero claro, hasta ahora nunca había
habido una chica guapa en la casa de invitados… Quieres que se quede, ¿verdad?
Peter
se pasó una mano por el pelo.
—Sí,
creo que sí. Pero me da miedo pedírselo.
—¿Por
qué?
—Porque
tengo miedo de que me rechace. O peor, que acepte y volver a estropearlo todo
como hice con Candela.
—Hijo,
tú no lo estropeaste con Candela. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para
que ese matrimonio funcionase. ¿Cuántos hombres aceptarían que su mujer viviese
en Nueva York la mitad del año? Ella no era para ti. Quizá ahora has encontrado
a tu alma gemela.
—Yo
pensé que Candela era la mujer de mi vida.
—No,
tú pensabas que Candela era guapísima, elegante y sofisticada. Estabas
embobado. Y Candela pensó que eras lo suficientemente rico como para financiar
su carrera artística. Era una egoísta. Y si no se hubiera quedado embarazada
dos meses después de casarse, seguramente no habrían durado ni un año.
—Eso
solo prueba que no sé elegir a las mujeres. Hasta este momento, yo pensaba que Candela
se había casado conmigo porque me quería. Gracias por abrirme los ojos, papá.
Juan
sonrió, irónico.
—Para
eso estamos.
Peter
volvió a pasarse una mano por el pelo.
—¿Cómo
voy a saber si me equivoco o no? Solo conozco a Mariana desde hace dos semanas.
No sé nada de su familia, ni qué perfume usa, ni cuál es su color favorito.
—Pero
hay muchas cosas que sí sabes.
—No
sé si quiere vivir en una granja. Es una chica de Nueva York… sus amigos están
allí, su trabajo, todo. ¿Qué va a hacer en Stony Creek?
—Tú
sabes lo que hay en tu corazón, Peter. Eso es lo único importante.
—¿Y
qué hay en el corazón de Mariana?
—Eso
no lo sabrás hasta que le preguntes. Pero te digo una cosa, hijo, si dejas que
se vaya sin decirle lo que sientes, siempre te preguntarás qué habría pasado
—murmuró Juan, pasándose una mano por el mentón—. Espera un momento. Tengo algo
que podría ayudarte.
Su
padre salió de la cocina y Peter se sirvió una taza de café. Si tuviera un poco
más de tiempo… un mes o dos. Entonces se libraría de las dudas. Todo parecía
tan simple cuando la tenía en sus brazos…
Pero
si no se arriesgaba, ¿cuál iba a ser su futuro? Una larga vida de soledad, una
cama helada y un corazón vacío. Criar a un hijo sin su madre, no llenar nunca
la casa con un montón de niños, como siempre había deseado…
Peter
sonrió. Mariana y él tendrían unos hijos preciosos. Quizá una niña de ojos
verdes como los suyos. Y un hermanito como Tomy. Si Mariana se quedara, su
vida significaría algo.
—Llevo
algún tiempo queriendo darte esto —dijo Juan entonces, entrando de nuevo en la
cocina con una bolsita de terciopelo negro—. Pero estaba esperando que llegara
el momento adecuado.
Peter
tomó la bolsita y de ella sacó un anillo de diamantes.
—Era
de mamá.
—Era
de tu abuela. Y antes, de la madre de esta. Tu mujer debería llevarlo, ¿no
crees?
—Candela
era mi…
—Ella
no se lo merecía —lo interrumpió su padre—. Pero creo que ese anillo quedaría
muy bien en el dedo de Mariana.
—Casarme…
ese es un paso demasiado grande. No estoy preparado, papá. No pienso pedirle a Mariana
que se case conmigo en solo dos semanas.
Pero
miraba el anillo con ternura. Quedaría precioso en el dedo de Mariana. Y a ella
le encantaría. Le gustaban mucho las tradiciones y las cosas antiguas…
—Eres
un Lanzani. No debes esperar. Si ella es la mujer de tu vida, tienes que
decírselo.
—Yo
creo que esa tradición familiar debería terminar conmigo, papá. Tengo que
pensar en Tomy. ¿Y si las cosas no salen bien? Tú sabes lo que sufrió cuando Candela
se marchó… no quiero volver a hacerle daño.
Juan
puso las manos sobre los hombros de su hijo.
—No
pierdas el tiempo, Peter. Si dejas que Mariana se vaya, puede que no vuelva
nunca.
Su
padre tomó el abrigo y salió de la casa, dejándolo pensativo. Pero, por mucho
que pensara, no se le ocurría un plan lógico.
Quizá el amor no era lógico. Quizá era algo loco e irracional. Resultaba
mucho más fácil cuando se era joven, la decisión clara, las consecuencias
todavía desconocidas.
Peter
volvió a guardar el anillo en la bolsita de terciopelo y subió a su dormitorio.
Cuando se miró al espejo de la cómoda, comprobó que tenía cara de sueño y el
pelo aún revuelto por los dedos de Mariana. Pero también vio algo que no había
visto antes: una paz y una calma nuevas, como si finalmente hubiera encontrado
lo que buscaba.
Si
pudiera hacer que durase para siempre…
—¡Lali,
Lali! ¿Estás ahí?
Ella
abrió los ojos y alargó la mano para tocar el sitio donde había dormido Peter.
Pero estaba vacío. Se había marchado al amanecer…
Mariana
sonrió, recordando. Se sentía relajada, saciada… miró entonces por debajo de la
sábana. Y muy perversa. Nunca antes había dormido desnuda.
—Lali,
soy yo, Tomy. ¿Puedo entrar?
Ella
se sentó en la cama al recordar que Peter no podría haber cerrado la puerta por
fuera.
—¡Espera
un momento! —gritó, buscando su ropa.
A
toda prisa, se puso el suéter del día anterior y los pantalones del pijama.
Había juguetes tirados por el suelo y, con la precisión de un jugador de
fútbol, los pateó debajo de la cama.
El
picaporte empezó a girar.
—¿Estás
despierta? ¿Puedo entrar?
Mariana
corrió para tomar un robot y esconderlo debajo del suéter. Un segundo después, Tomy entraba en la habitación como una ráfaga. En la mano llevaba un ramo de flores.
—¡Mira,
te han mandado flores! ¡Acaban de llegar! Y no son de plástico, son de verdad.
Creo que son rosas.
—Peter
—murmuró ella.
Qué
maravillosa forma de empezar el día… Entonces oyó un pitido saliendo por debajo
de su suéter… el robot, el robot se había encendido.
—¿Qué
es eso? —preguntó Tomy.
—Nada,
mi estómago. Es que tengo hambre.
El
niño hizo una mueca.
—Mi
estómago no hace ese ruido.
—¡Buenos
días!
Ambos
levantaron la mirada al oír la voz de Peter en la puerta. Llevaba la ropa de
trabajo y tenía nieve en el pelo.
—¡Papá,
mira, a Mariana le han mandado flores!
Sus
ojos se encontraron y, al hacerlo, renacieron los recuerdos de la noche
anterior. El deseo, la necesidad de tocarse, la rendición final por parte de
los dos. Mariana se puso colorada. Y se preguntó cuándo volverían a compartir
cama. ¿Dormiría con ella por la noche o robarían algunas horas durante el día?
—Gracias
—murmuró, sonriendo.
—Yo
no te he enviado las flores —dijo Peter.
Ella
parpadeó, sorprendida.
—¿No
has sido tú? Entonces… ¿quién me ha enviado dos docenas de rosas?
—A
lo mejor hay una tarjeta —sugirió él.
Tomy miró entre las flores y sacó un sobrecito.
—¡Mira,
aquí está! ¿Quieres que la lea?
—Si
sabes hacerlo.
—Claro
que sé. Soy el mejor de mi clase —murmuró el niño, ofendido—. Aquí dice… Feliz
Navidad. Llámame. Te quiero, Ben… Benja… mín. ¿Quién es Benjamín?
Mariana
le quitó la tarjeta de las manos.
—¿Benjamín?
—repitió—. Pero no lo entiendo…
¿Habría
cambiado de opinión? ¿Habría dejado a su prometida, la hija del millonario?
—¿Quién
es Benjamín?
—Tomy,
ve a ayudar a tu abuelo en el establo. Está en el box de Jade.
—Pero…
—Haz
lo que digo —lo interrumpió su padre, muy serio.
El
niño salió de la habitación, suspirando. Peter no se movió y no dijo una
palabra, como si esperase una explicación.
Pero Mariana no podía dársela. No sabía por qué Benjamín le enviaba flores…
especialmente en aquel momento. A menos que quisiera volver con ella.
—Esto
no tiene sentido —murmuró.
—Flores
de tu prometido. Qué raro, ¿no?
—No
estoy prometida, Peter —suspiró ella—. Benjamín me pidió que me casara con él y
le dije que lo pensaría. Estuve casi un año pensándolo y hace poco me enteré de
que se había prometido con otra mujer.
—Entonces,
cuando me dijiste que estabas prometida…
—Era
una pequeña exageración —sonrió Mariana—. Bueno, una mentira. Pero tenía mis
razones.
—Pues
evidentemente tu «casi» prometido ha cambiado de opinión.
—No
puede ser. Se supone que va a casarse en junio. No he hablado con él en nueve
meses. ¡Ni siquiera sabe que estoy aquí!
—¿Estás
enamorada de él?
—¡No!
—exclamó Mariana—. ¿Tú crees que habría hecho el amor contigo si estuviese
enamorada de otro hombre?
—No
te conozco lo suficiente como para saber lo que harías o dejarías de hacer
—replicó Peter.
—Benjamín
no puede creer que voy a casarme con él. Aunque, en realidad, nunca le di una
respuesta… ¿Podría haber interpretado eso como un sí?
—Yo
lo interpretaría como un clarísimo no, desde luego. ¿Sabes una cosa? Cuando me
dijiste que estabas prometida, pensé que no era verdad. Que solo lo decías para
preservar tu virtud.
Mariana
miró la tarjeta, perpleja.
—Pues
ya sabemos lo que me ha durado la virtud contigo.
Peter
tiró las flores al suelo y tomó su cara entre las manos.
—Olvida
a ese hombre. Lleva un año fuera de tu vida. Lo que hay entre nosotros es real,
es auténtico… Mariana, quiero que te quedes aquí. No solo para las navidades,
sino para siempre.
—¿Qué
dices?
—Yo
te necesito, Tomy te necesita. Y quiero que te quedes.
—¿Quieres
que me quede? Pero… pensé que…
—Sé
que no he dejado muy claro cuáles eran mis sentimientos, pero te amo, Mariana.
Y quiero que seas parte de mi vida.
Ella
no sabía qué decir. Aunque había soñado con oír aquella frase, nunca pensó que
sería algo más que un sueño. En realidad, se había convencido a sí misma de que
era imposible. Pero Peter no le había pedido que se casara con él. Solo le
había dicho que se quedase en Stony Creek.
Se
habían conocido solo dos semanas antes, era lógico que no hablase de
matrimonio. Pero, ¿podía abandonar su vida y su trabajo en Nueva York por la
mera posibilidad de vivir con él? ¿Podría ser su amante y la madre de Tomy sin
saber qué sería de su futuro?
Aunque
se llevaba muy bien con el niño, la responsabilidad de ser su madre… ¿Y si no
sabía hacerlo? ¿Y si cometía errores y le destrozaba la vida? Su padre nunca se
lo perdonaría. Y Peter… Aunque estaba
enamorada de él, apenas lo conocía. ¿Y si sus sentimientos se enfriaban? ¿Y si
se daba cuenta de que había cometido un error y le pedía que se marchase?
¿Podría soportar el dolor de dejar a Peter y Tomy después de ser parte de la
familia?
—¿No
vas a responder?
—Esta
no es una proposición de matrimonio, ¿verdad?
Él
apretó los labios.
—Ya
sabes que no soy muy bueno con los matrimonios.
Mariana
arrugó el ceño.
—Yo…
tengo que pensarlo.
—¿Igual
que pensaste la proposición de ese otro hombre? ¿Vas a hacerme esperar durante
un año? Yo no pienso cruzarme de brazos, Mariana. Quiero una respuesta ahora
mismo.
Ella
respiró profundamente.
—No
puedo darte una respuesta ahora mismo. Hay que tomar en cuenta muchas cosas.
—¿Lo
de anoche no significó nada para ti?
—Claro
que sí. Lo de anoche fue maravilloso, Peter. Nunca había sentido una pasión
así, pero no puedo cambiar toda mi vida por una sola noche de pasión. Soy una
persona muy práctica. Si me conocieras, lo entenderías —suspiró Mariana, tomando
una rosa del suelo—. Además, aunque quisiera aceptar ahora mismo, no puedo
hacerlo. Tengo que volver a Nueva York para hablar con Benjamín. Hasta que lo
haga, no podré darte una respuesta.
Peter
la miró enfadado.
—Debería
haberlo sabido. Debería haber confiado en mi instinto —murmuró, abriendo la
puerta—. Cuando tengas una respuesta, házmelo saber. No quiero estar un año
esperando.
Mariana
se levantó de la cama, pero él ya había salido de la habitación. Entonces miró
las rosas. ¿Cómo podía haberle hecho eso Benjamín? Por fin se enamoraba de un
hombre, un hombre que le había pedido que formase parte de su vida y, de
repente…
Pero
tenía que volver a Nueva York para decirle lo que debería haberle dicho un año
antes. No se casaría con Benjamín. Si se casaba con alguien, sería con Peter Lanzani.
El único problema era que él no se lo había pedido.
Pero,
¿por qué quería volver a Nueva York? No tenía por qué darle una respuesta.
Había pasado un año y, según Euge, él había encontrado a otra mujer. La hija
de un millonario, ni más ni menos. Y lo
único que la esperaba en la ciudad era un trabajo que había empezado a odiar y
un negocio que apenas se mantenía a flote.
Mariana
suspiró. Quizá solo necesitaba una excusa, unos días para pensar. Pero Peter
era el hombre de su vida, el hombre del que estaba enamorada, el hombre con el
que quería pasar el resto de sus días. Cerrando
los ojos, intentó calmar el caos de su cabeza. Había soñado con eso y, cuando
era capaz de tocarlo con las manos… no podía creer que fuese real.
Agitada,
se dejó caer sobre la cama y pensó en la noche anterior, sintiendo un
escalofrío al recordar los sentimientos que habían compartido. Sentimientos
profundos. Sentimientos que podrían durar una vida entera si se daba una
oportunidad a sí misma.
Pero,
¿podía basar su futuro en una pasión abrumadora, en un amor desesperado? ¿O
tenía que haber algo más?
-°-
Mariana
miró la cocina por última vez, un sitio que le resultaba tan familiar como la
palma de su mano. Había colocado cada cosa a su gusto y era «su» cocina. Aunque
seguramente pronto volvería a ser un caos.
Había
terminado de hacer los preparativos para la cena de Nochebuena y la comida de
Navidad, ocupando su cabeza con recetas en lugar de lamentos.
—El
asado Wellington con papitas francesas es un poco complicado —le dijo a Juan—.
Pero solo tienes que calentarlo en el horno a 125 grados y cortarlo luego
rápidamente, antes de que se ponga duro.
El
hombre no parecía muy convencido.
—No
sé…
—No
te preocupes, esto es lo más difícil. El pavo de Navidad será coser y cantar.
Solo tienes que rellenarlo… el relleno está guardado en la nevera, en un bol de
color verde, y meterlo en el horno.
—Espero
poder hacerlo.
—Aquí
están las instrucciones —dijo Mariana entonces, dándole un papel—. No olvides
cambiar las velas. Rojas por la noche, blancas para la comida.
—¿Eso
es importante? —preguntó Juan.
—Mucho.
He planchado todos los manteles y las servilletas… el que tiene el estampado
con la flor de pascua es para esta noche, el de color crema para mañana. La
verdad, podría poner la mesa ahora mismo y así no tendrías que hacerlo tú.
—¿Y
por qué no te quedas? Yo nunca he metido un asado Burlington en el horno y
nunca sé si la carne está dura o blanda.
—Wellington
—lo corrigió Mariana—. Y no puedo quedarme, Juan. Tengo que volver a Nueva
York.
—Te
pidió que te quedarás, ¿no?
—Prefiero
no hablar de ello. Ahora mismo estoy un poco confusa y cuanto más lo pienso,
más confusa estoy. Necesito un poco de tiempo… esta es una decisión muy importante.
—Él
no está mejor. Ha limpiado tan bien los establos, que podríamos celebrar la
comida de Navidad en el suelo.
Evidentemente
estaba enfadado porque no le había dado una respuesta, pero nada la haría
cambiar de opinión. Siempre se había tomado su tiempo para decidir las cosas y
no pensaba mudarse a Schuyler Falls por una noche de pasión, por muy
maravillosa que hubiera sido. Tenía que
considerar todas las opciones, todos los detalles hasta que supiera que esa
unión sería perfecta. Por supuesto, no existía la perfección en las parejas,
pero…
—Bueno,
mi maleta está en la puerta y el tren sale en media hora. Tengo que irme, Juan
—suspiró ella—. No te preocupes, todo saldrá bien. Y el asado Wellington estará
riquísimo. Voy a despedirme deTomy. ¿Sabes dónde está?
—Esperando
en la entrada. Despídete de él mientras yo subo tus cosas a la furgoneta.
Mariana
encontró a Tomy sentado en los escalones de la entrada, con Coraje a su
lado. No la miraba y se dio cuenta de que estaba a punto de llorar.
—Lo
hemos pasado bien, ¿no te parece? —murmuró, poniéndole un brazo sobre los
hombros—. Has conseguido la navidad que querías, ¿no?
—Serían
mejores si te quedases. Podrías ser mi mamá… si quisieras —dijo el niño.
—No
sé lo que me deparará el futuro, Tomy. Quizá algún día sea tu mamá. O quizá tu
padre conozca a una mujer maravillosa que te hará muy feliz. Pero eso no
significa que yo vaya a dejar de quererte.
—Sí,
ya —murmuró él, incrédulo—. Eso es lo que dijo mi madre cuando se fue.
A
Mariana se le encogió el corazón. ¿Por qué aquel niño tenía que sufrir por sus
indecisiones? ¿Por qué no podían ser una familia feliz?
—Imagina
que soy un ángel de verdad y que estaré mirándote desde Nueva York.
Tomy sacó entonces una caja del bolsillo.
—Es
mi regalo de Navidad. Te había comprado sales de baño, pero luego pensé que
esto te gustaría más.
Mariana
abrió la cajita de plástico. Dentro había una cadena de la que colgaba una
moneda aplastada, tan fina como el papel.
—Es
precioso. Muchísimas gracias.
—Es
mi moneda de la suerte. Yo, Cristóbal y Monito los ponemos sobre las vías del
tren para que los aplasten las ruedas. Tenía esta moneda en el bolsillo cuando
fui a ver a Papa Noel, cuando le pedí que vinieras. Pero quiero que te la
quedes tú. Para que te dé suerte.
Ella
se puso el colgante con el corazón encogido.
—Gracias,
mi amor. Es el regalo más bonito que me han hecho nunca.
Tomy le echó los brazos al cuello.
—Es
para el mejor ángel de Navidad del mundo.
Por
fin la soltó y se metió corriendo en la casa.
Conteniendo
las lágrimas, Mariana acarició la moneda. Juan la esperaba en la furgoneta y,
mientras iba hacia ella, esperó que Peter apareciera milagrosamente y la tomara
entre sus brazos para no dejarla ir. Eso era lo que quería, ¿no? No estaba preparada
para tomar una decisión, pero no quería marcharse. Con doscientos kilómetros
entre ellos, temía que la atracción se enfriara, que la pasión que habían
compartido desapareciera. Temía no volver nunca a Stony Creek.
Cuando
abría la puerta de la furgoneta, se volvió y… vio a Peter en la entrada, con el
pelo despeinado por el viento. Y casi tuvo que llevarse una mano al corazón,
como la primera vez que lo vio.
—Supongo
que esto es un adiós.
—Supongo
que sí, por el momento.
—¿Vas
a volver con él?
—No
—contestó Mariana—. No estoy enamorada de él y voy a decírselo.
—¿Y
después? ¿Volverás para darme una respuesta? —preguntó Peter.
—Te
prometo que lo haré.
Después,
sin pensar, por instinto, corrió hacia la entrada y le dio un beso en los
labios.
—Feliz
Navidad, Peter.
—Feliz
Navidad, Lali.
Lo
observó por la ventanilla de la furgoneta mientras se alejaba por el camino.
Antes de que la casa desapareciera de su vista, él levantó una mano para
decirle adiós.
—Volveré
—murmuró con un nudo en la garganta—. Te lo prometo.
Pero
no estaba segura del todo. Aquello había sido un encargo profesional, un
trabajo para no terminar en números rojos como todos los años. No debería
haberse enamorado.
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