martes, 28 de abril de 2015

No mirar hacia atrás: Capítulo 12

Capítulo 12:

Sentí náuseas la mayor parte de la mañana del sábado, y no dormí mucho después de la llamada del detective. Los intentos de rescate se convirtieron en intentos para recuperar el cuerpo. Era un asunto tácito, pero lo sabía.



No esperaban encontrar a Cande con vida.


Un poco antes de la una, me escabullí de casa. No fue difícil teniendo en cuenta que mamá todavía estaba en la cama y papá se encontraba en algún curso de golf. Metiendo las manos en los bolsillos de esta chaqueta estilo militar realmente linda que encontré en mi armario, caminé por el sinuoso camino. Lo más probable era que esto no tuviera sentido. Los padres de Cande bien podrían ni estar en casa, pero no podía reunir el valor suficiente para llamarlos, especialmente porque no me habían contactado ni una vez desde que regresé.


Esto podría ser malo.


Cruzando el pequeño patio, subí al pequeño porche de la casa de ladrillos y llamé a la puerta principal. Un golpe sonó desde el interior, seguido por una profunda y ronca carcajada: la carcajada de Peter.


La puerta se abrió, y miró por encima de su hombro.


- ¡Ya me ocupo, papá! Regresaré en un rato - Girándose, me dio una sonrisa ladina y salió, cerrando la puerta detrás de él - Hola.


- Hola - repetí, retrocediendo.


Peter me rodeó e indicó que lo siguiera cuando no me moví. 


- Ya que no has venido en auto, espero que no te importe mi método de transporte.


Me imaginé que le había pedido prestada la camioneta a su padre o algo, pero se detuvo delante de una motocicleta, quitándole la lona azul. Mi estómago cayó.


- No estoy segura de si alguna vez he estado en una motocicleta.


- No conmigo. Y la verdad es que dudo que el chico lindo con el que sales pudiera arriesgar su rostro.


Lo miré fijamente. Pablo era hermoso, pero Peter era la encarnación de lo ardiente, sus rasgos más duros en los pómulos.


Sacando una banda, recogí mi cabello en una cola de caballo baja. Los mechones más cortos volaron libres, curvándose alrededor de mis mejillas.


Peter me entregó un casco negro y brillante.


- Es fácil, en serio. Sólo sujétate fuerte.


Mi mirada cayó en su estrecha cintura y mis entrañas se volvieron gelatina. Giré el casco lentamente.


- ¿Cómo...cómo sabes dónde vive Cande? Nunca te lo pregunté.


Entornó los ojos.


- Solía dar un montón de fiestas.


Cambié de un pie a otro, pensando en lo que Paula había dicho.


- ¿Ustedes...salieron o algo?


Sus cejas se juntaron.


- ¿Por qué preguntas?


- Una de las chicas lo mencionó. Dijo que ustedes dos se liaron.


Inesperadamente, se rió.


- Me da un poco de curiosidad en cuanto a por qué salí a colación en la conversación, pero bueno.


No podía dejarlo pasar.


- ¿Ese es un sí?


Apartó la mirada, cuadrando los hombros.


- Sí.


Una ardiente sensación se desplegó por mi abdomen, deslizándose a través de mis venas como una serpiente.


- ¿Alguna vez nos liamos?


Su cabeza se giró hacia mí con rapidez, y sus cejas se arquearon con asombro. Soltó un estrangulado:


- No.


- ¿Por qué no?


Un instante después me dio una sonrisa apretada, y sus ojos descendieron.


- Buena pregunta. Tendré que utilizar el hecho de que no nos llevábamos.


Tenía sentido, y realmente necesitaba dejar de hacer preguntas, pero la curiosidad me carcomió.


- ¿Entonces por qué te metiste con Cande?


Peter se acercó, y tuve que inclinar la cabeza hacia atrás para encontrar sus ojos.


- ¿La verdad? En realidad no puedo decirte el por qué. Estaba en una de sus fiestas. Ambos habíamos bebido demás. Ustedes acababan de discutir - no sé la razón - y ella se me acercó. Fin de la historia.


Ya tenía un nombre para lo que sentía. Celos. Algo de lo que no era responsable, pero que se hallaba ahí, hirviendo en mi sangre.


- Así que fue por ti, ¿y tú le seguiste el juego? ¿Sólo así?


Sus ojos se estrecharon en dos finas y vivaces medias lunas.


- Eso fue lo que sucedió, si te hace sentir mejor, no recuerdo mucho. Y ella no estaba con Agustín para entonces.


Forcé una carcajada.


- No me hace sentir nada. Sólo tenía curiosidad.


- Seguro que sí.


- ¿Y qué sucedió con Rochi? - pregunté, antes de pudiera detenerme.


Parte de la diversión abandonó su expresión.


- Rochi y yo no nos liamos. Salimos en una cita, demasiado para la impresión de sus amigos, incluyendo los tuyos. No quiso una segunda - Tomó el casco de mis manos - ¿Terminaste con las preguntas y respuestas personales?


- Si - dije, avergonzada. Debido a la amnesia, debía haber perdido todos mis filtros. Preocupada de que cambiara de opinión, fui por el casco, pero retrocedió.


 - ¿Qué estás haciendo?


Giró el casco en el aire.


- Ayudándote.


Me quedé de pie tranquila y esperé. Peter se inclinó hacia adelante de nuevo, y con una mano, echó hacia atrás los mechones más cortos de mi cabello. Hormigueos se dispararon a través de mi piel cuando sus nudillos acariciaron mi mejilla. Mis labios se separaron mientras hacía lo mismo con el otro lado. Sus manos eran grandes, pero increíblemente suaves. Me pregunté si había tocado a Cande de ese modo, pero aparté ese pensamiento.


Peter deslizó el casco en mí, ajustando las tiras debajo de mi mentón. Cada ve que sus dedos tocaban mi piel, me estremecía.


- Bien - dijo, su mirada lejos de la mía - Estás lista.


Antes de que pudiera bajar el cristal, tomé su mano y tuve el peor caso de sinceridad conocido por el hombre.


- Te tenía registrado como mi pregunta de seguridad.


Peter parpadeó y dejó escapar una tensa carcajada.


- ¿Qué?


- En mi cuenta de correo, preguntaba quién era mi mejor amigo de la infancia - expliqué, nerviosa y deseando que mi boca tuviera un botón de pausa - Eras tú.


- Interesante - dijo, liberando sus manos. Sin otra explicación, bajó el visor - Vamos.


No era la reacción que esperaba, pero bueno, no tenía idea de lo que hubiera querido que dijera. Confundida, lo observé mientras se subía en la motocicleta y palmeaba el asiento. Tragando con fuerza, pasé una pierna por encima y me senté. Cuando el motor rugió a la vida, coloqué vacilante mis manos en su cintura. Debajo del suéter, sus músculos se sentían duros y tonificados.


Se me secó la boca.


Con los hombros temblando por la risa, Peter se inclinó, tomó mis manos y tiró de ellas de modo que se hallaban cerradas sobre su ombligo. El movimiento dejó mis pechos apegados a su espalda y muy poco espacio en otros lugares. Su esencia, a cítrico y jabón, se coló por debajo del casco.


Cerré los ojos con fuerza. No por el movimiento de la motocicleta que aumentaba debido a la velocidad, o el miedo de volar cuando sus llantas se movieran por el asfalto, sino debido a que cada célula de mi cuerpo respondía a cuán cerca nos encontrábamos. No estaba bien, la manera en que me aferré contra su espalda mientras el viento nos azotaba, especialmente cuando ni siquiera había sentido una pizca de esto con Pablo.


Cande vivía como a cinco kilómetros más allá del viejo campo de batalla, por un camino oscurecido por grandes maples. A medida que pasábamos los numerosos monumentos y las antiguas vallas de madera que los rodeaban, el interés se agitó dentro de mí, casi quise pedirle a Peter que se detuviera. Cuando nos acercamos a la casa de Cande, era como ver otra versión de la mía, extensa y hermosa.


Peter se detuvo, y me quité lentamente el casco. Muchas preguntas atravesaban mi mente. ¿Qué diría si viera a sus padres? ¿Serían agradables o me echarían? Por encima de todo, ¿estaba cometiendo un error al venir aquí?


Peter colocó su mano en mi brazo instintivamente.


- ¿Estás segura de que quieres hacer esto? - Asentí lentamente mientras me bajaba de la motocicleta, mis ojos examinando las persianas blancas y rojas al exterior. Nada se retorció dentro de mí. - Podemos llamar a la puerta cuando estés lista - dijo Peter.


Por mucho que lo apreciaba, sabía que necesitaba hacer esto ahora. Sonriéndole, caminé hasta los escalones delanteros y golpeé la puerta. La calidez de Peter se presionaba contra mi espalda, y me pregunté si alguna vez había sabido lo mucho que significaba para mí.


Un par de segundos más tardes, la puerta roja se abrió. Un hombre mayor apareció, llevando un par de pantalones y una camisa arrugada. Pesadas arrugas se extendían por debajo de sus opacos ojos azules, que se movían de Peter hacia mí.


Inhalé una respiración superficial.


- Soy Ma...


- Sé quién eres - dijo - Me preguntaba cuándo ibas a venir.


Un escalofrío se deslizó por mi columna.


- Sr. Vetrano - dijo Peter, moviéndose hacia delante de modo que se encontraba delante de mí - Lali no...


- ¿Recuerda nada? - lo interrumpió, sus ojos nunca abandonando mi rostro - Eso es lo que el detective nos dijo - Una profunda línea apareció entre sus cejas - Si estás aquí para ver a la madre de Cande, está en cama y no recibe visitas.


No tenía idea de quién era este hombre, pero parecía muy viejo para ser el padre de Cande.


- No estoy aquí para ver a su madre. Esperaba...que pudiera ver la habitación de Cande.


- ¿Y por qué querrías hacer eso? - Miró a Peter, su nariz arrugándose.


- Esperaba que eso me ayudara a recordarla, lo que sucedió - Creo que sabía qué sucedía con esa mirada - No estamos aquí para robar nada de sus cosas.


- Puedo quedarme afuera - sugirió Peter, con la voz inexpresiva - No hay problema.


El hombre bufó, pero se movió a un lado.


- No esperaba que ninguno de ustedes robara sus cosas. Me imagino que no recuerdas cuál es su habitación.


Aliviada, di un paso adentro.


- No. Lo siento.


Peter suspiró.


- Yo sí.


Si eso sorprendió al Sr. Vetrano, no lo demostró.


- Tienen diez minutos, luego debo pedirles que se vayan. Por favor, sean silenciosos.


Sin perder el tiempo, Peter envolvió su mano alrededor de la mía y me condujo a un lado del anciano. Subimos tres tramos de escalones y recorrimos un pasillo.


- ¿Quién era él? - pregunté en voz baja.


- El abuelo de Candela. Un hombre no muy agradable - Me dio una sonrisa rápida - Así que no tomes esa bienvenida como algo personal.


Bajé la mirada hasta nuestras manos.


- ¿Dónde está su padre?


- Por lo que sé, no estaba en su vida y nunca lo había estado - Liberando mi mano, se detuvo delante de una puerta que tenía tres grandes margaritas con pétalos dibujados de rosado - Esta es la casa del abuelo de Candela. Su madre es bastante joven, unos diez años más joven que tus padres. Entre eso y no tener papá...


- Apuesto a que eso causó un escándalo.


- ¿Conociendo a la gente rica? Probablemente - dijo, y su mandíbula se tensó - ¿Estás lista?


Asentí.


Peter abrió la puerta, dejándome entrar primero. Una brizna de aire frío trajo una esencia de durazno que me tironeó. Inhalé profundamente, esperando por más, pero solo encontrando una sensación distante.


Su habitación no era muy diferente de la mía, pero mientras caminaba a su escritorio, pasando los dedos sobre sus cuadernos, me sentí como si me estuviera adentrando en una tumba. Temblores se deslizaron de arriba abajo por mi columna.


Peter permaneció en la puerta, mirando silenciosamente. Me detuve delante de una pila de fotos. Yendo a través de ellas, me quedé esperando por una chispa de reconocimiento. Eran fotografías de nosotras juntas en la playa, en la escuela, y en el centro de esquí. Vestíamos ropa parecida, de un rosa pálido. Algunas de las fotografías eran con nuestros otros amigos. Una que reconocí en la víspera de año Nuevo por el vestido que usaba.


Ella se encontraba en el regazo de Pablo. Ambos tenían una gran sonrisa en sus rostros.


Haciendo una mueca, se la mostré a Peter.


- No tengo idea de quién tomó esta fotografía. ¿Yo? ¿Agus?


Las cejas de Peter se levantaron.


- No lo sé.


Su brazo estaba alrededor del cuello de Pablo, su mejilla presionada contra la de él. La mano de Pablo se encontraba en su cadera.


- Lucen horrorosamente cómodos estos dos - murmuré.


- ¿Celosa? - me preguntó.


- No, no realmente - Suspiré, poniendo de nuevo las fotos en su escritorio. A un lado de su cama había una mesa pintada de rojo sangre. Interesante elección de color, pero la caja de música lo que en realidad captó mi atención. Caminando hacia ella, la tomé y me volví hacia Peter - Tengo una de estas en mi habitación. Toca la misma canción.


- Muchas chicas tienen cajas de música, ¿no?


- Sí, pero no idénticas - La puse de nuevo en su lugar, extrañada - ¿Era amiga de Cande cuando era pequeña?


- No - Se pasó la mano por el cabello - Quiero decir, todos crecimos en el mismo círculo, pero no te acercaste a ella hasta que tenías, como, once o algo así.


¿Teníamos cajas musicales a juego entonces? Me parecía que éramos demasiado grandes para eso. Tomé un unicornio de peluche que tenía la esencia de madreselva y luego revisé su armario.


Con cada minutos que pasaba, mi frustración aumentaba. Probablemente había estado en esta habitación un millón de veces, y nada de esto era familiar. Mis manos se cerraron en puños mientras caminaba al centro de la habitación, mirando el edredón rojo que pertenecía a la mejor amiga que tampoco podía recordar.


Tiré el unicornio en la cama. Las lágrimas ardían en mis ojos. El abrumador agujero dentro de mi cabeza seguía igual. Vacío. Amplio. Todos mis recuerdos desaparecidos...robados. Era como ser violado, pero sin que hubiera a quien culpar del crimen. Mi mente giraba en círculos.


- No recuerdo ninguna maldita cosa - Mi voz sonó seca, ronca.


- Está bien - Puso una mano en la parte baja de mi espalda - Podría tomarte un poco de tiempo.


Un temblor recorrió mi cuerpo, y lo odié. Me sentía débil. Indefensa. Perdida. Me giré, quitando los cabellos sueltos de mi cara.


- ¿Qué pasa si nunca recuerdo? ¿Viviré el resto de mi vida de esta manera? ¿Con un pie en el pasado que no puedo recordar?


Sus ojos se abrieron un poco mientras inclinaba la cabeza hacia delante.


- Sé que es difícil para ti asimilarlo en este momento, pero si nunca llegas a recuperar tus recuerdos, tendrás que hacer algo que la mayoría de personas no llegan a hacer.


- ¿Cómo qué? - Me crucé de brazos - ¿Tener un montón de segundas primicias?


- Sí, eso - Peter puso las manos en mis brazos, sus ojos buscando los míos intensamente - Tienes la oportunidad de empezar de cero. Sentir todas las cosas de nuevo...y mientras todo el mundo está deseando repetir sus primeras veces, tú eres la afortunada.


No me sentía dispuesta a ver esto como un vaso medio lleno.


- ¿Y qué pasa con Cande? No creo que ella vaya a tener ninguna otra oportunidad.


Dejó caer las manos, sus ojos desolados.


- Esa es la parte más difícil de asimilar.


Nos fuimos antes de que el abuelo de Cande tuviera la oportunidad de echarnos. No quería ir a casa todavía, así que Peter sugirió un almuerzo tardío. Aparcó la moto frente a un cementerio del mismo tamaño de la ciudad. Los turistas se encontraban en todos lados, tomando fotografías del viejo orfanato y la parte de atrás de la casa Jennie Wade, el hogar de la única civíl asesinada en la batalla de Gettysburg. Mientras seguía a Peter hasta el bar junto al orfanato, casi deseé unirme a los turistas.


Me sentía como ellos, excepto porque acababa de pasar a ser una turista en mi propia vida. Peter escogió una cabina en el fondo y me tendió el menú. Tenía una mirada curiosa en su rostro mientras me observaba.


- ¿Qué? - pregunté.


Hizo un ligero movimiento con la cabeza.


- Si alguien me hubiera dicho hace un mes que estaría almorzando contigo, le habría dicho que dejara el crack.


Me eché a reír, volviendo mi atención al menú.


- No estoy segura de si eso es bueno o malo.


- Ninguno, supongo. Lo que quise decir es que nunca hubieras salido conmigo de esta forma.


- Pero éramos los mejores amigos.


- Cuando éramos niños - dijo, tamborileando sus dedos en el borde de la mesa - No hemos sido corteses con el otro por años.


Mis mejillas ardieron al recordarlo.


- Era una perra.


- Tuviste tus momentos - dijo a la ligera.


Le eché un vistazo.


- ¿Sabes qué es lo que no entiendo? ¿Por qué eres tan bueno conmigo cuando fui una idiota contigo?


La lámpara en el techo destellaba en sus ojos.


- Como dije, tuviste tus momentos.


- ¿Alguno bueno?


Se encogió de hombros, y no creí que fuera capaz de sonsacarle algo más. Quizás no tuve ninguno bueno, pero luego dejó escapar un pequeño suspiro.


- Cuando no te encontrabas con Cande, y Marte se alineaba con Júpiter, actuabas como antes.


Una débil sonrisa tiró de mis labios.


- Guau, ¿todo eso para que fuera amable?


La sonrisa de Peter fue rápida. Varios segundos pasaron.


- Cuando mi madre...cuando falleció hace dos años, fuiste al funeral. Nico se encontraba ahí. Claro que lo estaba, pero no esperaba verte a ti allí. Tu padre también fue, pero no llegaste con él ni con tu hermano. Más tarde, cuando estabas en casa, me sorprendiste de nuevo.


- ¿Lo hice? - susurré, mirándolo.


Asintió lentamente.


- Habían un montón de personas en nuestra casa. Mamá tenía un montón de amigos. Ella te amaba, por cierto - Una esquina de sus labios se alzó mientras su mirada se posaba en el menú de nuevo - La visitaste, ¿sabías? Cuando el hospicio llegó y no estaba en casa, fuiste a verla. No creí que quisieras que estuviera al tanto de lo que hiciste, así que nunca saqué el tema a colación, pero sé que mi madre lo apreció y yo...yo también. De todos modos, después del funeral, tuve que alejarme para pensar.


- ¿Fuiste a la casa del árbol? - pregunté, recordando lo que dijo anteriormente.


- Sip - respondió en voz baja - No había estado allí por más de veinte minutos, y luego llegaste de la nada. Escalando y entrando en la maldita casa. No dijiste nada. Pero te quedaste a mí lado y... 


- ¿Y qué? - Me sentía como si estuviera escuchando la historia de alguien más.


Se inclinó hacia atrás, pasando la palma de su mano por su mandíbula.


- Sólo me abrazaste. Ya sabes, como, por un tiempo. No dijiste nada, y luego te fuiste. Nunca lo mencionamos. A veces me pregunto si realmente sucedió.


Mi corazón dio un vuelco, y el alivio recayó sobre mis hombros. Era agradable escuchar que tenía algunos momentos rescatables.


- Siento lo de tu madre, Peter.


Asintió de nuevo.


- De todos modos, como dije, tuviste tus momentos.


Dándome cuenta de que eso era todo lo que iba a conseguir de él, me crucé de piernas y miré el menú de nuevo.


- Cuando este lugar le pertenecía a Spiritfield, tenía las mejores papas fritas de cangrejo con queso de la vida. Por lo general, Nico y yo peleábamos por ellas.


Peter se atragantó.


- ¿La?


Mi boca colgó abierta mientras lo miraba. ¿Cómo supe eso?


- No sé por qué dije eso.


Siguió mirándome, y las piezas de lo que dije se unieron en mi cerebro. Casi podía vernos, a mi hermano y a mí, mucho más jóvenes, sentados en una cabina como esta, luchando por una masa pegajosa de papas fritas y queso.


La emoción se extendió por mi cuerpo. Casi me levanté.


- Recuerdo comer aquí con Nico.


- No se ha llamado Spiritfield por años, La.


Asentí impacientemente, una amplia sonrisa tirando de mis labios.


- No recuerdo nada más, pero algo es algo, ¿cierto?


- Si - Sonrió, pero la emoción no llegó a sus ojos.


Antes de que pudiera preguntarle al respecto, la camarera apareció para tomar nuestras órdenes, y emocionada por haber descubierto algo, no quise presionar mi suerte. Por primera vez en días, me sentí como si realmente hubiera logrado algo. Me metí de lleno en el almuerzo con Peter, riendo de sus bromas y las historias que me contaba cuando éramos jóvenes, siendo arrastrada por una oleada de sentimientos cada vez que nuestros ojos se encontraban o nuestros dedos se rozaban accidentalmente. No podía dejar de sonreír, y cuando llegó el momento de regresar a la moto, no se vio obligado a envolver mis brazos alrededor de él.


Lo hice sin siquiera pensarlo dos veces.


Cuando llegamos a la casa de Peter, me di cuenta que no quería bajar de la moto y regresar a casa. Era como si estuviera viviendo dos vidas. Una donde la vieja Lali existía y otra donde podía vivir de estos momentos. Ese sentimiento, mientras Peter se bajaba de la moto y se volvía hacia mi, era bastante confuso.


Sin decir nada, desabrochó mi correa y tiró suavemente de mi casco. Sus ojos lucían cálidos, ocultos bajo sus gruesas pestañas, e ilegibles. Quería agradecerle por acompañarme, decirle que me divertí mucho a pesar del viaje a casa de Cande, pero las palabras murieron en mi boca. Una extraña y poderosa tensión se apoderó de nosotros, embriagadora y cálida, mientras colocaba su casco en la moto. Abrí la boca para decir algo, pero esa extraña tensión me quitaba el aliento, sorprendiéndome.


Peter puso las manos en mis caderas y me bajó fácilmente de la moto, poniéndome en el suelo, pero sin soltarme. Sus manos permanecieron firmemente en mis caderas. Una desconocida necesidad me llenó, una que no comprendía totalmente. Mi piel hormigueaba. Su constante aliento jugueteaba con el cabello en mi sien. Mi pulso se aceleró. Lo que estaba sintiendo estaba mal. Lo sabía, porque debería estarlo sintiendo con Pablo y no con Peter. Pero era sorprendentemente real. Como un toque de color en un mundo que era oscuro, de un monótono gris.


Muy lentamente, Peter levantó los dedos y dio un paso atrás. Su pecho se movía bruscamente, y cuando habló, su voz sonaba áspera y profunda.


- Tengo que irme.


Todavía sin palabras, asentí.


Bajó la mirada a mis labios, y dio otro paso hacia atrás.


- Te veo más tarde, La.


Aturdida, empecé a caminar de regreso a mi casa. Algo me molestaba. Hubo un momento, cuando su aliento se sentía cálido contra mi piel, en el que me sentí bien a pesar de que lo que sucedía estaba mal. Y más allá de eso, se había sentido familiar.


                                                        ***


Sucedió el segundo período del lunes. Había estado ocupada fingiendo prestar atención cuando realmente pensaba en Peter, en lo que pasó entre nosotros el sábado. ¿Lo había imaginado? ¿Cómo se sintió él? ¿Era realmente importante considerando todo lo que estaba sucediendo?


Un coro de teléfonos comenzó a sonar, timbre tras timbre. El Sr Campbell dejó la lectura a medias y suspiró.


- Apaguen sus teléfonos, chicos.


Ninguno le presto atención. Le eché un vistazo a Mery mientras sacaba mi propio teléfono. Ella fue más rápida que yo. sacando el teléfono de su bolso como si fuera una pistolera.


La tez de Mery se volvió un blanco fantasmal bajo su bronceado. Levantó la cabeza y se volvió hacia mí, sus ojos muy abiertos y húmedos.


Un murmullo envolvió al salón, irrumpiendo como una ola a través de la clase. Era un mensaje de Rochi, con sólo seis palabras. Seis palabras que deberían haberlo cambiado todo, pero había una parte de mí que estuvo esperándolo.


Tal vez ya lo sabía.


Encontraron el cuerpo de Cande. Está muerta.

















 



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