lunes, 5 de enero de 2015

Un deseo para navidad: Capítulo 3

Capítulo 3:

—Es muy guapa. Y no me digas que no te has dado cuenta. Cada vez que me doy la vuelta te veo tocándola o mirándola con cara de bobo. 


—¿Yo? 

—Anoche casi te tropiezas, tan entusiasmado estabas poniendo la mesa. Qué raro, ¿no? Cuando estamos solos nunca pones la mesa. 

—Si cocinaras tan bien como ella, lo haría —murmuró Peter, sin dejar de cepillar a la yegua.Llevaba diez minutos cepillando el mismo lado, distraído, pensando en la hermosa mujer que había aparecido repentinamente en su vida. ¿Cuántas veces se había sentido tentado a entrar en casa para tomar una taza de café o un bocadillo, con el solo propósito de verla? Según su padre, Mariana se había pasado el día anterior con una cinta métrica y un cuaderno en la mano. Y cuando Juan iba a hacer la cena, ella sacó del horno una deliciosa ternera en salsa; nada que ver con los filetes chamuscados que solía ofrecerles su padre.Aquella mañana preparó un desayuno a base de huevos revueltos, beicon, pan casero… Peter le había dado las llaves de la furgoneta, esperando que fuese al pueblo para comprar algo de ropa… y los ingredientes para otra cena extraordinaria. Pero la furgoneta seguía allí. 

—No te hagas el tonto. He visto cómo la miras —dijo su padre entonces. 

—¿Y cómo la miro? 

—Como si no todas las mujeres en el mundo fueran el anticristo. Como si hubiese llegado el momento de olvidar tu experiencia con Candela.

Peter contuvo una carcajada amarga. Nunca olvidaría su amarga experiencia con Candela. Cada día se recordaba a sí mismo que había fracasado como marido y que Tomy estaba sufriendo por ello.

—Cometí un error al casarme con Candela. Casi no nos conocíamos cuando le pedí que se casara conmigo. 

—Así ha sido siempre con los Lanzani —suspiró su padre—. Conocemos a la mujer de nuestros sueños y es amor a primera vista. 

—Candela no era la mujer de mis sueños —murmuró Peter—. Y tampoco lo es Mariana Espósito. No pienso cometer el mismo error. 

—Esta es diferente. No se puso a gritar como una loca cuando metió el zapato en aquel montón de estiércol, ¿no? Solo una mujer especial mantiene la presencia de ánimo en una situación así. 

—Es una chica de ciudad, toda buenos modales y sofisticación. Yo creo que sabría comportarse en cualquier circunstancia. 

—¿Tú crees? Pues no te iría nada mal conocerla un poco mejor. Esa chica está trabajando como una loca por tu hijo. Me ha mandado dos veces a la tienda porque, por lo visto, piensa hacer una cena especial. 

Coq au vin —dijo Peter. 

—¿Y eso qué es? 

—Pollo al vino. 

—Ah, pues qué bien. 

—Y tú no tienes por qué ir a la tienda. Le he dicho que puede usar mi furgoneta —dijo Peter entonces, tirando el cepillo al cubo.En ese momento la recordó en la cama, despeinada y medio dormida, recordó cuando le besó los dedos… Había sido un gesto instintivo, pero su propia reacción lo sorprendió. La verdad, deseaba besarla para comprobar si el sabor de una mujer era tan poderoso como recordaba. Peter masculló una maldición. Llevaba demasiado tiempo solo. Había conocido a Candela nueve años antes, cuando tenía veinte, y le había pedido que se casara con él tres meses más tarde. Pero llevaba dos años sin estar con una mujer. Quizá por eso encontraba a Mariana tan atractiva. Era una mujer guapa, sofisticada… y estaba cerca.Así era como había empezado todo con Candela. 

—No estropees esto, hijo. Sé agradable con ella o se marchará.

Peter salió del establo sacudiendo la cabeza. Claro que sería agradable. Él no era ningún ogro. Podía mantener una relación cordial con Mariana Espósito… sin desearla cada cinco minutos.
 

Pero no estaba preparado para lo que lo esperaba cuando entró en la casa. Villancicos en el estéreo, olor a canela, la chimenea encendida…  Y, en la cocina, bandejas de galletas por todas partes; cada una de un gusto diferente. Mariana tarareaba Jingle Bells, con un guante de horno en la mano. 

—Hola —sonrió al verlo. 

—¿Qué es esto? 

—He hecho unas cuantas galletas. Le he pedido a tu padre que fuese a la tienda para comprar harina, azúcar, canela… ya sabes. 

—¿Unas cuantas galletas? Podríamos alimentar a un ejército con esto. 

—Hay que hacer galletas de diferentes gustos. ¿Ves? Son de chocolate, de nueces, de almendras… Además, tienen que ser de diferente color para que queden bien en los platos. Mira, voy a enseñártelo.

Mariana tomó un plato y colocó varias galletas alrededor. En el centro, un palito de canela y una corteza de limón. Peter alargó la mano para tomar una. 

—¡No! 

—¿No? 

—No, esa no. Primero prueba esta, la de nueces y coco. No es tan dulce como las otras.

Él obedeció, suponiendo que después tendría que darle las gracias para quedar bien. Pero la galleta se derritió en su boca. No estaba rica, estaba exquisita. Nunca había probado algo tan delicioso. Además, las galletas que él compraba en el supermercado solían ponerse blandas porque nadie se molestaba en cerrar la bolsa. 

—Voy a ponerlas en cajitas de regalo —dijo Mariana, volviéndose hacia el horno—. Tomy y yo podemos envolverlas con un papel rojo que he traído y después poner un lazo… 

—¿Por qué? —preguntó Peter, robando cautelosamente un montón de galletas, que se guardó en el bolsillo.Ella lo miró como si fuera un demente. 

—No se regala galletas del supermercado a los amigos. 

—Un momento. ¿Vamos a regalar estas galletas? 

—Con todos los amigos y parientes que pasarán por la casa… 

—No vendrán ni amigos ni parientes. 

—¿No? Pero si es Navidad. Todo el mundo recibe visitas en Navidad.

Peter se encogió de hombros. 

—Aquí tenemos una vida muy tranquila. 

—Pero entonces… ¿para quién estoy haciendo todas estas galletas? ¿Y la profesora de Tomy? Sus compañeros del colegio, el conductor del autobús… 

—Podríamos comérnoslas nosotros. Están riquísimas. 

—Gracias. Por cierto… había pensado ir de compras con Tomy después de comer. Hay que comprar los adornos para la casa. ¿Te importa?

Peter estaba examinando otra variedad de galleta que le parecía muy atractiva… pero no tanto como ella. Mariana Espósito era guapísima. 

—Si ha terminado los deberes, de acuerdo. 

—Yo hacía estas galletas con mi madre —murmuró Lali—. Su sabor me trae muchos recuerdos. Es curioso las cosas que uno recuerda de la infancia. 

—Quizá es por eso por lo que Tomy escribió la carta. La verdad, debería darte las gracias. 

—¿Por qué? 

—Por todo esto —sonrió él, quitándole un poquito de harina de la nariz. Estaban muy cerca y hubiera deseado inclinarse, rozar sus labios… 

—¡Wow! ¡Mira esto!

Peter dio un salto al oír la voz de su hijo. Cuando se volvió, esperaba ver a Tomy mirándolo con expresión de reproche por acercarse tanto a su ángel de Navidad. Pero el niño parecía muy ocupado admirando las galletas. Cristóbal estaba a su lado, con la misma cara de embeleso. Entonces vio que Mariana se había puesto colorada. Si su hijo no hubiera entrado en ese momento, la habría besado. ¿Y cómo podría explicarle eso a Tomy? Lo último que deseaba era confundirlo. Mariana Espósito estaría allí solo durante dos semanas. Y él no tenía intención de pedirle que se quedase. 

—Tengo que volver al establo —murmuró, revolviendo el pelo del niño—. Mariana va a llevarte al pueblo después de comer, Tomy. Cuando termines los deberes. 

—¡Un momento! —exclamó ella—. No puedes irte, no hemos discutido mis planes. 

—¡Papá! ¡Tienes que discutir sus planes! 

—Tenemos una agenda muy apretada y necesito que apruebes mis ideas sobre la decoración. Como te dije el otro día, he decidido que sea un tema rústico… 

—Si a Tomy le gusta, a mí también —la interrumpió Peter. 

Después salió de la cocina, nervioso. Le quedaban un par de horas de trabajo, pero no le apetecía nada. Suspirando, metió la mano en el bolsillo y sacó una galleta de chocolate. Estaba tan rica como las demás. Pero no lo satisfizo.  Quizá era la pastelera y no las galletas lo que deseaba. Desgraciadamente, aquel era un deseo que tendría que contener. 

-°-

 Mariana miraba caer los copos de nieve por la ventanilla de la furgoneta mientras se dirigían a Schuyler Falls.  A su derecha, Tomy se removía en el asiento con inquietud. Nunca había conocido a un niño más dulce y más simpático. Su entusiasmo por las navidades se le había contagiado. Peter sujetaba el volante con manos fuertes y capaces, evitando un patinazo en la helada carretera.  La verdad, no había querido ir con él a comprar. Después de su encuentro en la cocina, sabía que cualquier contacto con Peter Lanzani era peligroso. En lugar de pensar en las galletas, se encontraba pensando en sus ojos, en sus hombros o en sus largas piernas. O en sus labios, aquellos labios tan tentadores…Incluso entonces no podía dejar de mirar su atractivo perfil. No debería acompañarlos, pero cuando le dijo que su furgoneta no tenía cambio automático, Mariana no tuvo alternativa.  Peter había aceptado, protestando por lo bajo porque le quedaba mucho trabajo en el establo. Pero ella sabía que no quería ir al centro comercial. A los hombres, tener que ir de compras sencillamente les parecía un horror. 

—¿Ponemos música? —sugirió Mariana, tocando el botón de la radio.Esperaba oír villancicos, pero lo que salió fue una salvaje canción de Aerosmith.

 Sonriendo, Peter buscó una emisora con música navideña y Mariana se puso a tararearTomy y su padre la miraron como si estuviese loca. 

—Es un villancico muy antiguo. De cuando la gente se daba los regalos la noche del cinco de enero. 

—¿Por qué? —preguntó el niño. 

—Es una tradición cristiana. Por la visita de los Reyes Magos. 

—¿Quiénes son los Reyes Magos? 

—Es una historia muy larga —sonrió Mariana—. Te la contaré esta noche, ¿de acuerdo? 

—De acuerdo. ¿Podemos comprar renos de plástico? Como los que Cris tiene en su casa, con luces dentro. Papá, tú podrías colocarlos en el tejado.

Mariana hizo una mueca. Renos de plástico… qué mal gusto. 

—Quizá podríamos comprar algo menos… 

—A mí me parece buena idea —la interrumpió Peter—. En el tejado quedarían muy bien. Y podemos poner otros en el jardín y alrededor de los establos. Sería como… ¡Las Vegas! 

—¡Eso, como Las Vegas! ¿Qué es Las Vegas? —preguntó Tomy. 

—Es un sitio donde van a morir los malos decoradores —suspiró Mariana—. No creo que encontremos renos de plástico en el centro comercial. 

—Ahí hay de todo. Monito tiene unas luces en el árbol que parecen bichos. ¿Podemos comprar unas iguales? 

—¿Bichos? —repitió ella. 

—Yo creo que un árbol con bichos sería perfecto —dijo Peter entonces—. Grillos, arañas, gusanos…

Mariana lo miró, perpleja. 

—Creí que no querías saber nada sobre la decoración.Sus miradas se encontraron un momento y ella se quedó sin aire. En sus ojos había algo magnético, intenso, turbador. Nerviosa, apartó la mirada, esperando que no la hubiera visto ruborizarse. 

—Tomy quiere bichos —insistió Peter. 

Ah, genial. Estaba intentando estropear su decoración.Pero era muy guapo cuando sonreía. Fuerte, vital y muy sexy. ¿Qué mujer dejaría a un hombre como Peter Lanzani? 

—De acuerdo, bichos —murmuró—. Soy flexible.

Aunque prefería hacer las cosas a su manera, también le habían tocado algunos clientes raritos. Entonces miró su pierna, que rozaba la de Peter. Podía sentir el calor del cuerpo del hombre recorriendo el suyo, tanto que el frío casi desapareció.  Qué fácil sería pasar la mano por la gastada tela de sus vaqueros, sentir los firmes músculos que había debajo, deslizarla hasta… 

—Tendremos que poner dos árboles. Uno más formal en el salón y otro… el de los bichos, en el cuarto de estar. Y podríamos poner otro en el estudio. 

—¡Eso, tres árboles de Navidad! —exclamó Tomy—. A Papa Noel le va a encantar.

Mariana se volvió hacia Peter para ver su reacción, pero él estaba mirando la carretera. Unos minutos después llegaban para empezar las compras. 

—Vendré a buscarlos dentro de tres horas. Pórtate bien con la señorita Espósito, Tomy. No te apartes de su lado. 

—Sí, papá. 

—Deberías comprar ropa de abrigo, Mariana. Y un par de botas.

Estaban tan cerca, que podía sentir el calor de su aliento en la mejilla. 

—¡Mira los trenes! —exclamó Tomy entonces, señalando la vitrina—. Y ese oso tocando un tambor…

Mariana y el niño bajaron de la furgoneta, dejando a Peter muy serio. Era un hombre complicado, con extraños cambios de humor, pensó. 

Cuando se volvió para mirarlo un segundo más tarde, la furgoneta había desaparecido y ella se sintió tontamente desilusionada. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que un hombre la miró con algo más que mero interés masculino. Y mucho más desde la última que a ella le importaba esa mirada. 

—Vamos, hay que comprar muchas cosas.

Cuando entraron al centro comercial, Mariana sintió como si hubiera sido transportada al pasado. Así solían hacerse las compras, con sonrientes vendedores y porteros uniformados que daban la bienvenida a los clientes. Los suelos de mármol brillaban como espejos y las paredes de madera olían a limón. Entonces se fijó en el enorme árbol de Navidad, colocado en el centro de los almacenes. Había visto cientos de árboles. Pero, por alguna razón, aquel la hizo sentir como si fuera una niña de nuevo, llena de emoción ante las fiestas. 

—Es precioso —murmuró—. Y es de verdad. ¿De dónde lo habrán sacado? 

—Siempre ponen un árbol muy grande —dijo Tomy, llevándola hacia las escaleras mecánicas. 

—¿Dónde vamos? 

—Primero tenemos que ver a Papa Noel. 

—Creí que ya lo habías visto. 

—Sí, pero tengo que darle las gracias. 

—¿Por qué? 

—¡Por ti!

A Mariana se le encogió el corazón ante el inocente cumplido. Solo llevaba un par de días siendo un ángel de Navidad, pero era el mejor encargo que había tenido nunca. Y hacer feliz a aquel niño no podía llamarse trabajo. En la segunda planta se unieron a la larga fila de niños que esperaban para hablar con Papa Noel. Aquel sitio estaba lleno de juguetes, pero Tomy no los miraba, concentrado como estaba en la puerta del reino mágico. Mientras esperaban, Mariana recordó su infancia. Con Tomy de la mano, casi podía volver a creer en la magia de la Navidad y en el calor de una familia con quien compartirla. 

—¡Niño! ¿Qué haces aquí otra vez?

Los dos se voltearon al oír la exclamación. Era una joven con casaca de lunares y mallas verdes. Al verla, Tomy apretó su mano un poquito más fuerte. 

—Hola, Twinkie. Mira lo que he traído, es mi ángel de Navidad. 

—¿Qué? 

—Mi ángel. Se llama Mariana y me la ha enviado Papa Noel. He venido para darle las gracias.

La joven lo miró, pensativa. 

—¿Te la ha enviado Papa Noel? No lo dirás en serio.

Mariana miró por encima de su hombro, incómoda. 

—Vamos, Tomy. Ya volveremos un poco más tarde. Hay que comprar muchas cosas. 

—¡Espere un momento! —gritó la joven, corriendo tras ellos—. Tengo que hacerle un par de preguntas.

La perdieron en la sección de ropa de cama, escondiéndose tras una pila de edredones. 

—Quizá no es buena idea que le cuentes a todo el mundo que soy un ángel, Tomy. 

—¿Por qué?

Mariana intentó decir algo que sonase razonable. 

—No querrás que todos los niños de Schuyler Falls pidan un ángel, ¿no? Hay muy pocos ángeles y no queremos que nadie se lleve una desilusión.

El crío asintió, solemne. 

—Sí. Quizá sea lo mejor.

Ella revolvió el pelo rubio del niño y Tomy levantó la carita con una sonrisa en los labios. 

«Qué diferente de su padre», pensó. Mientras Tomy Lanzani mostraba todas sus emociones, Peter parecía esconderse bajo una máscara inescrutable. Tomy era simpático y abierto, Peter distante e indiferente. Mariana dejó escapar un suspiro. Había entrado en la vida de los Lanzani para hacer un trabajo por el que ganaría quince mil dólares. Pero aquello era más que un trabajo. Era una oportunidad para hacer realidad el sueño de un niño. Aunque el anónimo benefactor cancelase el contrato, no podría marcharse de allí. Estaba empezando a caer bajo el hechizo de aquel niño.Si pudiese evitar que le pasara lo mismo con el padre…  

Había caído más nieve durante todo el día y, bajo los últimos rayos del sol, brillaba como si el suelo estuviese cubierto por millones de diamantes. Peter respiró profundamente. Al mirar las colinas y los árboles cubiertos de nieve, sonrió. Aquella era su tierra, su futuro… y el futuro de su hijo. Nadie podría apartarlo de Stony Creek. Ni siquiera una mujer. Candela había intentado obligarlo a vivir en Nueva York, pero él insistió en volver a la granja cuando quedó embarazada. Desde el primer día, todos supieron que aquel no era sitio para ella. Su partida seis años más tarde no debería haber sido una sorpresa, pero lo fue. 

Entonces miró a Mariana, que caminaba con Tomy de la mano. Su hijo la miraba como si de verdad fuera un ángel enviado desde el cielo. Pero, en opinión de Peter, era una sirena enviada por el demonio para atormentarlo y tentarlo con su belleza. 

Aquel tampoco era su sitio. Incluso con botas y un grueso chaquetón de cuero, seguía pareciendo una elegante neoyorquina. Había prometido mantener las distancias, pero ella siempre estaba haciéndole preguntas, buscando su ayuda para algo…  

Tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no tocarla cuando volvían del centro comercial la noche anterior. Y cuando ella le dio las gracias por llevar las bolsas, le costó un mundo no besarla. 

Seguía queriendo acercarse, tomarla en sus brazos y tumbarla sobre la nieve… pero tenía que buscar tres árboles de Navidad. Peter se paró para observar un árbol y esperó a que el ángel y su protegido llegasen a su lado. 

—¿Qué tal este?

Mariana lo miró de arriba abajo y dio una vuelta para examinarlo de cerca. Había rechazado los últimos catorce y, si rechazaba otro, tendría que controlarse para no estrangularla. 

—No sé… las ramas son muy delgadas. Sería más fácil ir a comprar los tres árboles a la vez. No tenemos tiempo para esto.

Él apretó los dientes, controlando una respuesta sarcástica. Por eso precisamente nunca iba de compras con una mujer. Buscar algo tan sencillo como un par de medias o algo tan complicado como un sofá, siempre lo convertían en una excursión de doce horas. 

—Pondremos el lado más delgado contra la pared. Nadie se fijará. 

—Yo me fijaré —replicó ella. 

—No te gusta ninguno de los que te he enseñado… 

—Porque no reúnen las condiciones necesarias. 

—Pues no vamos a comprarlo. Los Lanzani siempre cortamos un árbol en la granja. Es una tradición familiar. 

—No tienes por qué enfadarte —dijo Mariana—. Mi padre y yo a veces buscábamos durante días para encontrar el árbol perfecto. 

—¿Días? Llevamos tres horas, se está haciendo de noche y has visto cientos de árboles. ¿Por qué no me dices qué buscas exactamente? 

—Busco algo especial —contestó ella, cruzándose de brazos—. Algo perfecto. 

—Perfecto —repitió Peter—. Lo único perfecto que vas a encontrar por aquí es un perfecto lunático con un hacha perfecta. ¡Y una razón perfecta para asesinarte si no eliges un árbol ahora mismo! 

Si vas a ponerte tan beligerante, será mejor que vuelvas a casa. 

—¿Beligerante? ¿Yo soy el que se pone beligerante? —dijo él entonces, inclinándose para hacer una bola de nieve. 

—Ni se te ocurra tirármela.

Por supuesto, Peter ignoró la advertencia. Al ver que se negaba a soltar la bola, Mariana formó una más grande… con ayuda de Tomy, el traidor. 

—De acuerdo, de acuerdo. Me rindo. Pero tienes media hora para encontrar tres árboles. Ni un minuto más, te lo prometo. 

—¡Has hecho un discurso sin haberlo preparado! —exclamó su hijo.

Peter tomó el camino de nuevo, pero una bola de nieve lo golpeó en el cogote. Y cuando se volvió, los dos estaban muertos de risa.  Estaba a punto de mostrarle quién llevaba los pantalones en Stony Creek cuando Mariana salió corriendo para esconderse entre los árboles. 

—Tomy, ¿estás conmigo o con ella? 

—Es mi ángel y tengo que protegerla. ¡Y esto es la guerra!

Por supuesto, a partir de entonces se declaró una batalla campal. Su hijo lo bombardeaba con bolas y cuando fue tras él, Mariana salió al rescate. Empapado y con nieve hasta en las córneas, decidió buscar otra estrategia. Se escondió detrás de un árbol, agudizando el oído, y cuando ella pasó a su lado la tiró al suelo para restregarle un puñado de nieve por la cara. Y la guerra terminó entonces. Mariana estaba muy quieta, mirándolo con sus pestañas cubiertas de diminutos diamantes. Y no gritó pidiendo la ayuda de Tomy. 

—¿Te rindes? —murmuró Peter.

Ella asintió, con la mirada clavada en sus labios. Cuando apartó un mechón de pelo de su frente, Mariana apoyó la cara en su mano, en un gesto de absoluta y total rendición. Conteniendo un suspiro, Peter se inclinó para buscar sus labios…Pero un segundo antes de besarla oyó un ruido entre los árboles. Tomy. 

—Este niño siempre llega en el peor momento. 

—¡Suéltame! —gritó entonces Mariana.

La tensión sexual que había entre ellos desapareció inmediatamente. Mariana se levantó y empezó a quitarse la nieve del chaquetón. 

—No deberías haberlo hecho —murmuró, sin mirarlo—. Yo… estoy aquí para hacer un trabajo. Espero que lo recuerdes.

Peter sonrió, la evidencia de su deseo era muy clara bajo los pantalones. 

—En el amor y en la guerra todo vale. ¿No dicen eso?

Tomy apareció entonces, corriendo. 

—¡Ganamos! —gritó al ver a su padre cubierto de nieve. 

—Por esta vez. Mariana me ha atrapado.

La «vencedora» sonrió de oreja a oreja. 

—Será mejor que nos vayamos. Todavía tenemos que encontrar tres árboles —dijo, tomando la mano del niño.

Sin mirarlo, pasó a su lado y siguió adelante en su búsqueda de la perfección. ¿Qué habría pasado si hubieran estado solos en el bosque? ¿Habrían sucumbido a la atracción que sentían el uno por el otro? Ella quería que la besara, lo había visto en sus ojos, en su gesto. ¿Cuánto tiempo podrían seguir negándose a sí mismos esa atracción? Se deseaban de una forma primitiva, evidente. 

—¡Corre, papá! —lo llamó Tomy—. ¡Mariana ha encontrado un árbol que le gusta!Por supuesto, era uno igual a los otros mil que había visto. 

—Este es —murmuró ella, aparentemente convencida.

Peter dio la vuelta al árbol para ver qué tenía de maravilloso. Nada. Lo había elegido para escapar de su presencia y de la tentación del bosque, seguramente. 

—¿Las ramas no son muy delgadas? 

—Podemos poner las más delgadas contra la pared —contestó Mariana—. Ese otro de ahí, el grande, iría bien en el cuarto de estar. Y ese pequeño para el estudio. Si no te importa empezar a talar… tenemos que volver a casa.

Estaba enfadada, pero Peter no sabía por qué. ¿Habría entendido mal los mensajes? ¿Tanto tiempo llevaba sin una mujer que no podía ver la diferencia entre deseo y disgusto? 

—Tomy, ¿por qué no te vas a casa con la señorita Espósito? Parece que… tiene frío. 

—Puedo ir sola —replicó ella. 

—Ya lo sé. Pero prefiero que Tomy te acompañe. El conoce este bosque tan bien como yo. 

Los vio alejarse por el camino cubierto de nieve. Por mucho que se lo negara no podía esconder la verdad. No estaría tranquilo hasta que hubiera besado a Mariana Espósito… larga y profundamente. Quizá entonces podría olvidar la fascinación que sentía por ella. Esa era la solución, se dijo. En cuanto tuviera oportunidad, la tomaría en sus brazos y le daría un beso de tornillo. Y así se terminaría el asunto.

O quizá solo sería el principio.


6 comentarios:

  1. Me encantan estas noves subi mas por fa! estoy dejando la dire de Dani hace casi dos años que no subia, si la conoces estaras tan contenta como yo de que volvio y si no te recomiendo todas y cada una de las noves que subio aca te dejo la dire besos Naara.

    http://ficslaliter.blogspot.com.ar/2015/01/capitulo-diez.html?showComment=1420817421070#c767538167941146630

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  2. Holaaa sube mas me encantaa. Una pregunta es adaptada o es tuya??

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