La invasión de Ángeles
A la mañana siguiente, Cielo llegó a la mansión Inchausti con ansiedad y preocupación. Quería ver nuevamente a la pequeña Alelí, esa nena dulce que ya se había ganado su corazón, y también deseaba conocer al resto de los chicos que allí vivían. Pero tenía que ocuparse en la mansión de dos tareas fundamentales: limpiar y cocinar. Limpiar, mal que mal, podía hacerlo. No tenía ninguna experiencia, pero tampoco se trataba de una ciencia. Pero cocinar le resultaba tan ajeno como pilotear un avión. Jamás lo había hecho y jamás podría lograrlo, creía. Y lo principal: se moría por cruzarse otra vez con el churro de Nicolás.