lunes, 4 de julio de 2022

La isla de Eudamón: Capítulo 2

Dos compromisos

En lo primero que pensó Marianella apenas intuyó cómo sería su destino en ese lugar fue escaparé, al llegar a la Fundación BB, Marianella miró sorprendida la casa en la que viviría. El imponente portón de hierro labrado se abrió para darles paso, y ahí mismo Justina comunicó la primera regla.

La isla de Eudamón: Capítulo 1

La mansión Inchausti

Cuando Bartolomé Bedoya Agüero se enteró de que su tía Amalita había echado escandalosamente a su primo Carlos María de la mansión Inchausti, sintió que ésa era la solución para todos sus males. Todos sus males, en realidad, eran uno solo: la ruina en la que había caído tras dilapidar la fortuna familiar. A su padre le había llevado toda una vida duplicar la riqueza de los Bedoya Agüero. A Bartolomé, en cambio, le llevó a penas unos pocos años acabar con ella. A pesar de su juventud, ya era un aristócrata en bancarrota, por eso la noticia de la ruptura de su tía con su primo era una buena chance de recuperar la fortuna perdida. Era el día 10 de enero de 1986, y estaba sofocado por el calor que se había acumulado en el pequeño departamento de dos ambientes en el que había recalado con Malvina, su hermana menor, cuando se enteró de la noticia. Lo que había ocurrido era un escándalo: la severa Amalia Inchausti había descubierto que su hijo tenía un romance con Alba, la mucama, y, producto de ese amor, ella había quedado embarazada. En apariencia, no se trataba de un simple amorío; el joven Carlos María afirmaba estar enamorado de la mucama, y ante eso, la anciana expulsó a ambos de inmediato de la mansión familiar y cortó todo lazo con su único hijo. Siendo viuda, se había quedado completamente sola. Ante ese panorama, Bartolomé se acercó de inmediato a su solitaria tía, con la intención de ganarse su favor. Se vistió con su mejor traje, beige claro, se batió suavemente los copiosos rulos de su cabellera, y se colocó su sombrero preferido, al tono. Se puso unas gotas de perfume, imitación de uno muy costoso, y gastó un dinero imprudente en las masas preferidas de su tía. Así la visitó, luego de varios años sin verse, le expresó sus más sinceras condolencias por lo que había ocurrido, y se mostró en un todo de acuerdo con la decisión de limpiar la vergüenza familiar perpetrada por el díscolo de Carlos María. Volvió a visitarla el sábado siguiente, y el siguiente, y el siguiente. Y pronto la visita de los sábados se transformó en una costumbre: tomaban el té con masas y hablaban de la desfachatez del primo en persistir en darle un apellido tan ilustre a una simple mucama. Amalia no quería no oír hablar de su hijo, ni de la mucama, por supuesto, ni del nieto que le darían.

La isla de Eudamón: Prólogo

La Isla de Eudamón

—¡No hay tiempo! —se escuchó con nitidez. Fue un grito ofuscado, impaciente y, sin embargo, gracioso, surgido en medio de un grupo de albañiles que daban los retoques finales a la gran mansión que estaban construyendo. Era el 11 de febrero de 1854. Estaban agotados y acalorados, querían terminar de una vez, pero un hombrecito pequeño, que caminaba con pasos largos sosteniendo una ridícula sombrilla blanca, los retenía, mientras mostraba la hora en un reloj de bolsillo.